1 de mayo: 45 años del Estatuto de los Trabajadores
El derecho del trabajo debe seguir siendo un escudo de justicia social; no se trata solo de regular relaciones laborales, sino de garantizar una vida digna
Mañana, Día Internacional del Trabajo, se cumplen 45 años desde la promulgación del Estatuto de los Trabajadores, aprobado el 1 de marzo de 1980 y publicado el 4 de marzo en el BOE, entrando en vigor el 1 de mayo de ese mismo año. Fue un hito jurídico y político en la recién estrenada democracia española. Por primera vez, se reconocía de forma sistemática un cuerpo legal que organizaba los derechos y deberes de las personas trabajadoras y delimitaba las facultades empresariales. Desde entonces, esta norma ha sido la columna vertebral del derecho laboral español, testigo y protagonista de las transformaciones del mundo del trabajo en nuestro país.
Como jurista y testigo de su evolución, no puedo sino rendir homenaje a una norma que, aunque imperfecta, ha sabido adaptarse a los cambios sociales, económicos y tecnológicos de nuestro tiempo. El Estatuto ha sido un instrumento vivo, reformado en numerosas ocasiones, con avances y retrocesos, reflejo de los equilibrios políticos y de las tensiones entre capital y trabajo.
La primera gran transformación llegó en los años noventa, en un contexto de modernización económica, integración europea y reformas estructurales. Bajo un paradigma de flexibilidad laboral y moderación salarial, se introdujeron medidas para facilitar la contratación temporal y descentralizar la negociación colectiva. Aunque se pretendía fomentar la competitividad, estas reformas también dieron lugar a una creciente dualidad en el mercado de trabajo, con una elevada rotación y precariedad que afectaba sobre todo a los jóvenes.
La situación se agravó con las reformas laborales de 2010 y 2012, adoptadas en plena crisis financiera. Bajo el argumento de contener la destrucción de empleo y reactivar la economía, se facilitó el despido, se dio prioridad al convenio de empresa sobre el sectorial y se debilitó la ultraactividad de los convenios. Si bien estas reformas impulsaron la flexibilidad interna de las empresas, lo hicieron a costa de un retroceso en los derechos colectivos y la estabilidad en el empleo. La negociación colectiva quedó herida, y la temporalidad se convirtió en un mal endémico.
Frente a este panorama, la reforma laboral de 2021 marcó un punto de inflexión. Por primera vez en mucho tiempo, se invirtió la lógica de las reformas anteriores: se priorizó el contrato indefinido como forma habitual de contratación, y se redujo drásticamente el abuso de los contratos temporales. Gracias al esfuerzo del diálogo social —entre Gobierno, sindicatos y organizaciones empresariales—, se alcanzó un consenso que permitió reforzar la estabilidad laboral sin renunciar a la flexibilidad. Hoy, más del 40% de los nuevos contratos son indefinidos, una cifra impensable hace apenas una década, y que refleja el impacto real de estas medidas en la vida de las personas trabajadoras.
También se revalorizó la negociación colectiva. Se recuperó la ultraactividad de los convenios y se restableció la prevalencia del convenio sectorial sobre el de empresa en materias sensibles como los salarios. Estas medidas son esenciales para equilibrar la relación entre empresas y trabajadores, y para evitar la competencia desleal a la baja entre empresas del mismo sector.
Otro de los grandes cambios recientes ha sido la irrupción del teletrabajo. Durante la pandemia, el trabajo a distancia dejó de ser una opción residual para convertirse, de forma abrupta, en una necesidad. Esta experiencia forzada puso de manifiesto su potencial para conciliar la vida laboral y personal, reducir desplazamientos y aumentar la autonomía del trabajador. Sin embargo, su consolidación ha sido irregular. La Ley del Teletrabajo de 2021 representó un avance importante al establecer derechos y obligaciones claras, pero aún quedan cuestiones pendientes, como el derecho a la desconexión digital, la prevención de riesgos psicosociales y los límites al uso de herramientas de control empresarial.
En paralelo, se ha avanzado en materia de conciliación. La ampliación de los permisos de paternidad y maternidad, el derecho a la adaptación de jornada y la introducción de nuevas licencias retribuidas son pasos positivos hacia una corresponsabilidad real. También lo es el creciente reconocimiento del bienestar psicosocial como parte del derecho a la salud laboral. La salud mental, durante años invisibilizada en el entorno laboral, comienza por fin a recibir la atención que merece. No obstante, su protección efectiva aún requiere una mayor dotación de recursos, formación en prevención y un cambio cultural profundo dentro de las organizaciones.
El mundo del trabajo también se enfrenta a retos inéditos, como la gig economy y la digitalización de los procesos productivos. La expansión de las plataformas digitales ha generado formas de empleo que desafían los esquemas tradicionales. La conocida “Ley Rider” supuso un avance pionero en Europa al reconocer la laboralidad de quienes trabajan para plataformas de reparto, pero persisten resistencias y prácticas que buscan sortear la legislación. El debate sobre la inteligencia artificial, la automatización y el uso de algoritmos en la gestión de personal apenas ha comenzado, y exigirá nuevas respuestas normativas.
Por último, la igualdad de género sigue siendo una asignatura pendiente. Aunque se han aprobado planes de igualdad obligatorios, registros retributivos y protocolos frente al acoso, la brecha salarial persiste. Se ha legislado más en estos últimos cinco años que en las tres décadas anteriores, pero la transformación estructural requiere tiempo, compromiso institucional y una vigilancia constante.
Hoy, más que nunca, el derecho del trabajo debe seguir siendo un escudo de justicia social. No se trata solo de regular relaciones laborales, sino de garantizar una vida digna. Que este 1 de mayo nos sirva para celebrar lo conquistado, pero también para renovar nuestro compromiso con lo que queda por conquistar. Porque el trabajo no es solo un medio de vida: es una cuestión de dignidad.