El espejo económico: cuando lo micro y lo macro no coinciden

La disparidad entre la percepción personal y general de la economía se nutre de sesgos cognitivos, ideológicos y de las “malas noticias”

Vista de un puesto en un mercado madrileño este martes.Gema García (EFE)

Es innegable que la economía ha atravesado fases turbulentas en los últimos años. La pandemia, las disrupciones en las cadenas de suministro y los conflictos geopolíticos han dejado su huella. Pero quizás el golpe más duro para el ciudadano de a pie ha sido la inflación galopante que se experimentó a partir de ...

Para seguir leyendo este artículo de Cinco Días necesitas una suscripción Premium de EL PAÍS

Es innegable que la economía ha atravesado fases turbulentas en los últimos años. La pandemia, las disrupciones en las cadenas de suministro y los conflictos geopolíticos han dejado su huella. Pero quizás el golpe más duro para el ciudadano de a pie ha sido la inflación galopante que se experimentó a partir de la salida de la crisis del COVID y de la invasión rusa de Ucrania.

Este aumento de los precios erosionó significativamente el poder adquisitivo de los salarios, al afectar en mayor medida a bienes de consumo básico, dejando a muchas familias con la sensación (real) de que su dinero ya no llegaba tan lejos como antes. Los aumentos salariales, cuando se han producido, no han logrado recuperar la pérdida de poder adquisitivo. Esta realidad económica ha sembrado preocupación e incertidumbre en amplios sectores de la sociedad.

Sin embargo, al margen de este panorama económico, y sobre el que ya he escrito en esta columna, se observa un curioso fenómeno que se repite a lo largo de los años en las conversaciones sobre la situación de la economía. Hagan un experimento. Pregúntele a amigos o conocidos en una comida o cena cómo les va económicamente y, con una probabilidad del 60%-70% les dirán que o igual o mejor que hace unos meses. Contestará con un “no me puedo quejar”, “vamos tirando”, o incluso un rotundo “bien” en 6 de cada 10 casos. Sin embargo, cambie la pregunta a cómo ve la situación económica del país, y el tono cambiará. De repente, el panorama se tornará sombrío en una mayor probabilidad, describiendo una situación plagada de incertidumbre y de pesimismo.

Esto es lo que se desprende siempre de las preguntas que el CIS suele hacer sobre confianza de los consumidores. Da igual el año, el gobierno o las circunstancias. También el país. Es un hecho por todos conocidos que, en muchas ocasiones, solemos tener una mejor opinión sobre la economía familiar que sobre la general. Por ejemplo, en diciembre de 2019 el 64,1% de los españoles indicaron que su situación economía era igual o mejor que un año antes. Sin embargo, solo el 41,7% creía que la economía estaba mejor o igual que un año antes. En el último barómetro (julio 2024), los porcentajes son 69,4 y 49,6 respectivamente.

Esta disparidad entre la percepción personal y general de la economía es un fenómeno ampliamente estudiado en psicología y economía, conocido como la “paradoja del pesimismo económico”. ¿Pero por qué ocurre? ¿Somos todos optimistas ingenuos sobre nuestra situación personal o pesimistas crónicos sobre el estado general de las cosas? La realidad, sin embargo y como suele suceder, no es simple. Esta paradoja se nutre de varios sesgos cognitivos y factores sociales que moldean nuestra percepción de la realidad económica.

En primer lugar, siempre en términos medios, existe un fuerte sesgo de optimismo personal. Tendemos a ver nuestro futuro con lentes de color de rosa, subestimando los riesgos y sobreestimando nuestras capacidades. Este optimismo nos ayuda a enfrentar la incertidumbre del día a día, pero también puede distorsionar nuestra visión de la realidad económica personal.

Por otro lado, nuestra percepción de la economía general está fuertemente influenciada por los medios de comunicación. Las malas noticias venden más que las buenas, y esto se refleja en una cobertura mediática que tiende a enfatizar los problemas económicos. Esta constante exposición a noticias negativas puede crear una imagen distorsionada de la realidad económica global.

Además, operamos bajo lo que los psicólogos llaman “disponibilidad heurística”. Juzgamos la probabilidad de los eventos basándonos en la facilidad con la que podemos recordar ejemplos. Las noticias sobre cierres de empresas, inflación o desempleo son más memorables que los informes sobre crecimiento económico estable, lo que puede llevarnos a sobrestimar la frecuencia y gravedad de los problemas económicos. Esto lo pude comprobar cuando entró el euro y trasladamos la subida del precio de un café al de la economía en su conjunto.

También existe una asimetría fundamental en la información que manejamos. Conocemos nuestra situación financiera personal en detalle: nuestros ingresos, gastos, ahorros y deudas. En cambio, nuestra comprensión de la economía nacional o global es mucho más abstracta y está basada en indicadores que, a menudo, no sabemos interpretar correctamente. Esta asimetría se manifiesta de manera particularmente clara, por ejemplo, en la percepción, de nuevo, de la inflación. No pocos estudios han demostrado que las personas tienden a sobrestimar la tasa de inflación en comparación con las cifras oficiales, hasta tal punto que en numerosas ocasiones se suelen crear teorías conspirativas sobre la cuestión. Este fenómeno se debe en parte a que damos más peso a los aumentos de precios en productos que compramos con frecuencia (como alimentos o gasolina) que a las disminuciones o estabilidad en otros bienes y servicios cuya compra es menos frecuente. Además, los medios de comunicación tienden a dar más cobertura a los aumentos de precios que a su estabilidad, reforzando esta percepción sesgada.

Por último, y aunque lo negamos, nuestro ego juega un papel importante. Tendemos a atribuir nuestros éxitos personales a factores internos (nuestra habilidad, esfuerzo o inteligencia) y nuestros fracasos a factores externos. Esta tendencia puede llevarnos a ver nuestra situación personal de manera más favorable que la situación general, que percibimos como fuera de nuestro control.

Un factor adicional, y no menos importante, es el sesgo ideológico. Estudios recientes han demostrado que nuestras preferencias políticas influyen significativamente en cómo percibimos la economía. Las personas tienden a evaluar la situación económica de manera más positiva cuando el partido político con el que se identifican está en el poder. Este fenómeno puede explicar por qué las percepciones sobre la economía nacional a menudo están polarizadas y no siempre reflejan los indicadores económicos objetivos. Es un recordatorio de que nuestras opiniones económicas no solo se basan en hechos, sino también en nuestras afiliaciones políticas y deseos de ver confirmadas nuestras creencias ideológicas.

Entender esta paradoja, por lo tanto, es crucial para formular políticas económicas efectivas y para nuestra salud mental financiera. Los políticos y economistas deben ser conscientes de que la percepción pública de la economía puede no reflejar con precisión la realidad económica personal de los ciudadanos. Por otro lado, como individuos, debemos esforzarnos por tener una visión más equilibrada, contrastando nuestras percepciones con datos objetivos. Así seremos más conscientes del mundo en el que vivimos y menos victimas de potenciales engaños.


Más información

Archivado En