La ciencia tampoco tiene Gobierno

Destinar más o menos dinero a la I+D+i no es lo principal, sino su ejecución estratégica

La investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno se adivina cada vez más incierta, y el debate político se vuelve más acalorado y constante. Tanto ahora como durante las semanas de negociaciones, nuestros políticos han demostrado estar más interesados en discutir quién ocupará qué ministerios y quién pactará con el socio de gobierno más censurable, que en negociar sobre propuestas con contenidos concretos. Y como ya sucedió también durante la campaña electoral, las referencias a la I+D+i prácticamente brillan por su ausencia.

En el discurso que abrió el pasado debate de investidura, Sánchez hizo por primera vez alusión al tema, resaltando la importancia de que España se ponga a la altura del resto de Europa en materia de innovación, alcanzando la media europea de inversión del 2% del PIB.

Un claro guiño a la comunidad científica, como ya lo fue en su día el conceder de nuevo un ministerio propio a la I+D+i (el de Ciencia, Innovación y Universidades), sacándola de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación creada por el Ejecutivo de Mariano Rajoy (y que dependía del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad).

Pero este cambio de nombre y organigrama se ha quedado en un gesto de cara a la galería, dado que la situación no parece haber variado substancialmente. Es cierto que la partida de los Presupuestos Generales del Estado para actividades de I+D+i subió ligeramente (un 8,3% con respecto al año anterior), pero también lo es que el 53,2% de este presupuesto no se utilizó, y que esta cifra es la segunda más alta en la historia de los presupuestos en innovación no ejecutados. La mayor parte de la inversión total en I+D+i en este país el año pasado salió de los bolsillos de las empresas, quienes sí parecen comprender el valor de los avances de la ciencia y la tecnología para mejorar la sociedad y el tejido productivo del país.

No obstante, destinar más o menos dinero no es suficiente para optimizar el ecosistema innovador español: se trata más bien de ejecutarlo estratégicamente, y organizar los recursos de una forma eficiente. Sin ir más lejos, el 90% del presupuesto público no ejecutado en I+D+i se ha destinado a préstamos y créditos que, según veo en primera línea, a nadie le interesa pedir por las condiciones de su devolución.

Entiendo que sería mucho más positivo, por ejemplo, destinar esos fondos a ayudas directas que fomenten el emprendimiento, o faciliten la contratación de personal especializado en grandes empresas, o a apoyar programas de coinversión que animen al inversor privado a apostar por proyectos emprendedores de base científica y tecnológica.

Nuestro país saldría muy beneficiado, además, si definiéramos cuáles son los sectores o las tendencias tecnológicas y científicas en las que queremos ser líderes, ya que todos sabemos que “el que mucho abarca, poco aprieta”. China lleva varios años apostando por la inteligencia artificial, y se ha convertido en uno de los líderes (si no acaso en el líder) del mundo en esta tecnología. Singapur, un país pequeño que hace apenas 30 años no era más que una isla manufacturera hoy en día es una potencia mundial en smart cities y biotecnología. Grandes partidas del presupuesto público en I+D+i, siempre superiores al 2% del PIB (comparen eso con nuestro 1,20%) y la definición estratégica de sectores y tendencias científicas en las que destacar son los ingredientes de su éxito. En el caso de España, uno de los motores hacia la prosperidad a través de la excelencia científica y tecnológica podría encontrarse en nuestra industria agroalimentaria, un sector en el que ya somos fuertes (nos encontramos de manera constante en el top 5 de Europa) y en el que se da una gran cantidad de innovación, con un 63% de empresas realizando actividades de I+D+i de manera habitual.

En los últimos meses nos ha sorprendido con avances como algoritmos de inteligencia artificial que pueden optimizar la calidad de diversos cultivos, robots recolectores de todo tipo de frutas, verduras y hortalizas; granjas 4.0 con redes de IoT capaces de monitorizar la salud de plantas y animales, y packaging con desarrollos nanotecnológicos que prolongan la vida útil de nuestros alimentos. Un sector con buena salud, cultura innovadora y en el que pueden aplicarse un rango muy versátil de avances científicos y tecnológicos, desde la biotecnología hasta el blockchain.

Todos deseamos que llegue un nuevo Gobierno ya. Pero yo personalmente todavía deseo con más ganas que dicho Gobierno, sea del signo que sea, tenga la perspicacia suficiente como para saber que el mal llamado gasto en I+D+i no es realmente un gasto, sino una inversión en el futuro; que la ciencia y la tecnología tienen la llave para entrar, y para sobresalir, en el nuevo modelo económico que va a regir (y en muchos países, ya está rigiendo) en el siglo XXI: la economía del conocimiento.

Manuel Fuertes es Experto en transferencia tecnológica por la Universidad de Oxford y director general del grupo Kiatt

Archivado En