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Columna
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Un duro golpe para Tailandia

El golpe militar en Tailandia ha sido posiblemente inevitable. Pero eso no hace probable que la toma de control por parte del ejército vaya a sanar las profundas divisiones del país.

El mayor riesgo de conflicto violento deja a la economía, que se contrajo un 2,1% en el primer trimestre, aún más a la deriva. La intervención del ejército pone fin a un estancamiento político de seis meses. Pero al igual que en el golpe de estado anterior, en 2006, la “reforma” prometida podría ser un ardid de la élite de Tailandia para negar el control político a los agricultores en el noreste del país. Este grupo no está de humor para aceptar el derrocamiento de un régimen que fue elegido democráticamente y que les ha dado un precio muy generoso por su arroz. Eso hace que las probabilidades de un conflicto violento sean más altas ahora que hace ocho años.

La agitación política que rodeó el último golpe de Estado significó que Tailandia se perdió el crecimiento del PIB que el resto de Asia disfrutó en 2007. El sentimiento empresarial se agrió aún más bajo el gobierno militar. Las ofertas de empleo cayeron durante 32 meses consecutivos. Después de subir un 20% en el 2006, el número de turistas internacionales que visitó Tailandia se estancó durante los siguientes tres años. Pero esta vez, el impacto podría ser aún más dañino. Impulsar el nacionalismo económico puede ser profundamente contraproducente en un momento en el que la economía mundial se encuentra en un estado mucho peor que en 2006.

Sí, el golpe puede haber sido inevitable. Pero si en lugar de una verdadera reconciliación, las reformas políticas prometidas se convierten en un intento por parte de la élite de Bangkok de dominar el noreste del país, las grietas de la sociedad tailandesa se convertirán en cismas. Y las consecuencias para la economía pueden ser terribles.

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