Una economía resiliente en un entorno frágil
La transición hacia un modelo más digital y basado en el conocimiento sienta las bases para mejorar la productividad
El año 2025 concluye con un balance económico más sólido de lo que se anticipaba. España ha despuntado con un crecimiento del PIB cercano al 3%, muy por encima del exiguo 1,3% de la eurozona, y ha consolidado un sólido ciclo expansivo.
Este dinamismo se apoya en dos motores clave: la inversión y el consumo. La inversión, especialmente en activos inmateriales como software e I+D, crece a un ritmo interanual del 7,6% y supera en un 40% los niveles prepandemia. Esta transformación hacia una economía más digital y basada en el conocimiento sienta las bases para mejorar la productividad, uno de los retos estructurales del país.
El consumo privado, impulsado por el aumento demográfico y una intensa creación de empleo, también ha sido protagonista. Aunque los salarios reales aún no han recuperado su nivel prepandemia, la renta disponible por habitante ya supera en un 5,3% la de 2019. Este colchón, junto con una tasa de ahorro todavía elevada, anticipa un margen de crecimiento adicional para el consumo en los próximos trimestres.
Uno de los retos más acuciantes es el acceso a la vivienda, especialmente para los jóvenes
La confianza de hogares y empresas se mantiene firme, incluso en un contexto internacional marcado por tensiones geopolíticas y fragmentación comercial. La prima de riesgo española se sitúa en mínimos de 15 años, y las agencias de calificación han mejorado el rating soberano.
De cara a 2026, las perspectivas son favorables. CaixaBank Research proyecta un crecimiento del 2,1%, apoyado en la ejecución de los fondos Next Generation EU, el dinamismo demográfico, unas condiciones financieras benignas y una reducción del ahorro que podría canalizarse hacia el consumo y la inversión. El empleo sigue en máximos históricos, con una tasa de ocupación del 66% y previsiones de crecimiento del 2% adicional.
Ahora bien, el panorama global no está exento de riesgos, especialmente en el ámbito geopolítico. Además, cabe tener en cuenta que aunque los bancos centrales han conseguido domar la inflación, si la coyuntura vuelve a requerir su apoyo el margen de maniobra es ahora más limitado que años atrás. En el plano interno, la economía española encara desafíos y es necesario aprovechar la inercia favorable para atajar ciertos desequilibrios de largo plazo. La productividad sigue siendo baja, lo que limita el crecimiento potencial. La intensificación de la inversión tecnológica y la educación serán cruciales para que el crecimiento no dependa únicamente de sumar mano de obra. El envejecimiento poblacional presionará el gasto público en pensiones y sanidad. La sostenibilidad fiscal, aunque mejorada, exige disciplina para reducir una deuda pública aún elevada.
Con visión estratégica y responsabilidad fiscal, España puede afianzar su posición
Uno de los retos más acuciantes es el acceso a la vivienda. La demanda, impulsada por el crecimiento demográfico y la formación de nuevos hogares, supera ampliamente a una oferta insuficiente, lo que presiona al alza los precios y dificulta el acceso a la vivienda, especialmente para los jóvenes. Esta situación no solo tiene implicaciones sociales, sino también económicas: limita la movilidad laboral, frena la emancipación y podría generar desequilibrios financieros si no se gestiona adecuadamente. Abordar este problema requerirá una estrategia integral que combine incentivos para aumentar la oferta, especialmente de vivienda asequible y de alquiler, y políticas urbanísticas más ágiles y sostenibles.
España ha demostrado resiliencia y capacidad de adaptación. 2026 se presenta como una oportunidad para consolidar el crecimiento y abordar reformas estructurales clave. Con visión estratégica y responsabilidad fiscal, el país puede afianzar su posición como uno de los motores económicos de Europa. Despedimos 2025 con buenas cifras y encaramos 2026 con optimismo realista: sobran motivos para la confianza, pero no para la complacencia.