Flexibilidad eléctrica: la palanca olvidada de la transición energética
La gestión de la demanda debería ser un pilar del nuevo sistema, no una excepción ocasional
No podemos resolver los problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos”. Me encanta esta frase de Albert Einstein, una de sus más citadas en las conferencias que ofreció tras la Segunda Guerra Mundial sobre la necesidad de nuevos paradigmas para afrontar crisis creadas por modelos antiguos.
La industria española compite hoy en un escenario marcado por una triple presión: precios energéticos volátiles, tensiones geopolíticas persistentes y una transformación tecnológica sin precedentes. En este contexto, la flexibilidad eléctrica (la capacidad del sistema para adaptar ...
Para seguir leyendo este artículo de Cinco Días necesitas una suscripción Premium de EL PAÍS
No podemos resolver los problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos”. Me encanta esta frase de Albert Einstein, una de sus más citadas en las conferencias que ofreció tras la Segunda Guerra Mundial sobre la necesidad de nuevos paradigmas para afrontar crisis creadas por modelos antiguos.
La industria española compite hoy en un escenario marcado por una triple presión: precios energéticos volátiles, tensiones geopolíticas persistentes y una transformación tecnológica sin precedentes. En este contexto, la flexibilidad eléctrica (la capacidad del sistema para adaptar el consumo a la generación disponible) se ha convertido en un gran factor de competitividad, en mi opinión crítico, para afrontar la presente crisis del sector eléctrico.
El mercado eléctrico europeo sigue regido por un sistema marginalista donde la energía más cara marca el precio de todas las demás. En España, a pesar del avance de las renovables (que ya aportaron el 58 % de la generación eléctrica en 2024, según Red Eléctrica), el gas natural continúa fijando el coste marginal en las horas punta. Y este gas, del que más del 95 % es importado, ha estado condicionado por los vaivenes de la guerra en Ucrania, las tensiones en Oriente Medio y la inestabilidad en los suministros desde Argelia y Estados Unidos.
El resultado ha sido un escenario de precios mayoristas impredecibles, que lastran la competitividad de la industria y afectan a toda la cadena de valor. En los últimos dos años, los costes eléctricos de muchas pymes manufactureras han crecido entre un 30 % y un 60 %, reduciendo márgenes y obligando a ralentizar inversiones. No podemos seguir reaccionando con medidas temporales o subvenciones coyunturales. Necesitamos un modelo estructural basado en gestión de la demanda y almacenamiento energético.
Hace tiempo que es imprescindible involucrar a las empresas en la estabilidad del sistema. Las nuevas tecnologías permiten gestionar de forma inteligente cuándo y cómo consumimos energía. Sensores, plataformas de agregación y sistemas de monitorización avanzada facilitan que una fábrica pueda adaptar su producción a los momentos de mayor disponibilidad renovable, reduciendo sus costes y apoyando la red. Sin embargo, el marco regulatorio español aún no permite explotar plenamente ese potencial.
La gestión de la demanda debería ser un pilar del nuevo sistema energético, no una excepción ocasional. En su día existió el servicio de interrumpibilidad, pensado para grandes consumidores. Pero el futuro pasa por una participación mucho más amplia: pymes, parques industriales, comunidades energéticas y usuarios domésticos que puedan recibir incentivos por desplazar o modular su consumo. En mercados más avanzados, como Alemania u Holanda, las empresas ya venden su flexibilidad a los operadores del sistema, generando ingresos adicionales y mejorando su eficiencia energética.
A esa visión se suma el papel clave del almacenamiento. Según Red Eléctrica, España contaba a finales de 2024 con 3.356MW de capacidad, de los cuales 25MW corresponden a baterías y el resto turbinas de bombeo, frente a los más de 22.000 MW previstos en el PNIEC 2030. El salto será enorme. Las baterías de ion-litio, los sistemas de bombeo hidráulico reversible y las soluciones de hidrógeno permitirán absorber los excedentes renovables y devolverlos a la red cuando más se necesiten. Y no solo servirán para equilibrar el sistema: también reducirán la dependencia del gas importado, estabilizarán precios y mejorarán la seguridad de suministro.
El coste de las baterías ha caído más de un 80 % en la última década, haciendo viable su aplicación industrial. Una instalación industrial con almacenamiento y gestión activa de la demanda puede reducir hasta un 25 % su factura energética anual, y al mismo tiempo contribuir a la estabilidad de la red. No es solo una cuestión ambiental, sino de pura competitividad. Quien domine la flexibilidad dominará el nuevo mercado energético.
Un informe de la asociación Smart Energy Europe, Demand-side flexibility: Quantification of benefits in the EU, del año 2022, ya estimaba que la plena movilización de la flexibilidad de la demanda podría generar ahorros en inversiones de red de baja y media tensión de hasta 29.100 millones de euros anuales hasta el 2030. España debería situarse a la vanguardia de ese cambio. Tenemos la radiación solar, la capacidad industrial y el conocimiento técnico. Falta dar el paso decisivo para convertir la flexibilidad en un mercado real, transparente y atractivo para la inversión privada.
Además, la automatización y la inteligencia artificial están transformando la forma de consumir energía. Hoy una empresa puede recibir señales horarias del operador del sistema, ajustar su producción y cobrar por hacerlo. Esta capacidad de respuesta inmediata, antes reservada a los grandes grupos industriales, puede democratizar la gestión energética. Pero para lograrlo necesitamos incentivos estables, claridad regulatoria y una estructura tarifaria que premie la eficiencia.
La transición energética, entendida solo desde la oferta, está incompleta. La inversión en generación renovable debe ir acompañada de una inversión equivalente en flexibilidad, almacenamiento y digitalización del consumo. De lo contrario, seguiremos pagando precios altos en los momentos de escasez y vertiendo energía renovable cuando sobre. En definitiva, seguiremos dependiendo del gas.
La mejor política industrial posible es previsible. Las empresas planifican a cinco o diez años; necesitan señales de precio estables, acceso a mecanismos de flexibilidad y un marco que incentive la eficiencia. En España tenemos la oportunidad, y la urgencia, de convertir el ahorro energético y la gestión de la demanda en ventajas competitivas reales.
No se trata solo de consumir menos, sino de consumir mejor: adaptar la producción a la disponibilidad de renovables, aprovechar las horas de exceso solar o eólico y descargar las baterías cuando el sistema lo necesita. Ese cambio cultural, más que tecnológico, puede marcar la diferencia entre depender del gas o aprovechar plenamente nuestro potencial renovable.
La flexibilidad eléctrica es, en definitiva, la palanca olvidada que puede hacer posible una transición energética eficiente, resiliente y económicamente sostenible. No podemos seguir dejándola para más adelante. Ha llegado el momento de activarla.