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Yann LeCun, un padrino de la IA que no cree en el camino de Meta

El científico jefe de inteligencia artificial de la tecnológica, escéptico con los modelos de lenguaje, prepara el lanzamiento de su propia ‘start-tup’

La obsesión de Yann LeCun (Soisy-sous-Montmorency, Francia, 65 años) por la inteligencia artificial nació de niño, después de ver 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, donde un superordenador se rebela contra la tripulación de una nave espacial. “Descubrí que en los 50 y los 60 ya había gente entrenando a máquinas en lugar de programarlas”, contaba la semana pasada en un panel con ocasión del premio de ingeniería Queen Elizabeth: “Pensaba que era o demasiado vago o demasiado estúpido como para montar de la nada una máquina inteligente, así que pensé que era mejor hacerla ent...

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La obsesión de Yann LeCun (Soisy-sous-Montmorency, Francia, 65 años) por la inteligencia artificial nació de niño, después de ver 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, donde un superordenador se rebela contra la tripulación de una nave espacial. “Descubrí que en los 50 y los 60 ya había gente entrenando a máquinas en lugar de programarlas”, contaba la semana pasada en un panel con ocasión del premio de ingeniería Queen Elizabeth: “Pensaba que era o demasiado vago o demasiado estúpido como para montar de la nada una máquina inteligente, así que pensé que era mejor hacerla entrenar por sí misma”. Y así lo ha hecho: LeCun es uno de los padrinos de la IA moderna y ha ejercido como tal durante los 13 últimos años en Meta. Ahora, alejado de la nueva estrategia de Mark Zuckerberg, aspira a volar por su cuenta, y prepara el lanzamiento de una start-up que le permita desarrollar su gran proyecto: los world models, modelos capaces de comprender el mundo y razonar como un humano.

El científico francoestadounidense se crió en los suburbios de París. Su padre, ingeniero, le inculcó desde pequeño sus intereses por la electrónica. Tras el instituto entró en la Escuela Superior de Ingenieros en Electrotecnia y Electrónica, una de las grandes écoles francesas. En 1987 se doctoró en Informática en la Universidad Pierre y Marie Curie de París. Su trabajo se centró en el machine learning, o aprendizaje automático, lo que le llevó a conocer a Geoffrey Hinton, considerado el padrino de la IA, y con quien formó un tándem que ha durado más de dos décadas. Con él comparte –además de con el canadiense Yoshua Bengio– un Premio Turing, el Nobel de Informática.

En 1988, tras un año en la Universidad de Toronto, dio el salto a la empresa privada. Comenzó en la teleco AT&T, donde investigó sobre aprendizaje automático, redes neuronales y reconocimiento óptico, y sobre compresión de imagen y video. En 2003, ya fuera de AT&T, fue contratado por la Universidad de Nueva York, donde sigue impartiendo clases, tarea que combinó con la creación de varias compañías especializadas en autentificación biométrica (Element) o, incluso, de desarrollo de software y hardware de producción musical (MuseAmi).

En 2013, da el salto a Facebook (antes de que la matriz se llamase Meta), como director de investigación en IA. Pero, ¿por qué Facebook, red de redes, pudiendo trabajar en cualquier gran tecnológica? Por un concepto denostado: el código abierto. Así lo contaba en 2015 en una entrevista del New York Times: “La IA requerirá contribuciones de la industria tecnológica, el mundo académico y el Gobierno. Y debe hacerse de forma abierta. Apple es totalmente secreta, Google en parte… Facebook tiene una cultura aperturista”. Mucho ha llovido desde entonces, y los expertos señalan que ese código es cada vez menos abierto, lo que podría explicar su inminente salida.

Un verso libre

El científico es considerado uno de los padrinos de la IA, pero sus visiones hacen de él un verso libre. Primero, porque cree que los LLM, los modelos de lenguaje que copan lo que entendemos como IA – ChatGPT está impulsado por ellos– son un callejón sin salida: “Es sorprendente cómo funcionan si se entrenan a gran escala, pero son muy limitados. Vemos que esos sistemas alucinan, que en realidad no comprenden el mundo real. Requieren enormes cantidades de datos para alcanzar un nivel de inteligencia que, al final, no es tan grande”, contaba en febrero de 2024 a la revista Time.

Sus mayores logros dejan entrever que, para él, alcanzar la IAG (inteligencia artificial general, aquella capaz de igualar a la mente humana), tiene mucho más que ver con desarrollar una máquina que sepa entender y reconocer el mundo físico que le rodea, y no una gran base de datos basada en el lenguaje: en 1989 creó LeNet-5, un sistema de reconocimiento de caracteres escritos en cheques. Contribuyó al desarrollo de una extendida tecnología para la compresión de imágenes y ha trabajado casi toda su vida en métodos de reconocimiento de documentos o de voz. Suele bromear, de hecho, con que los LLM no son más inteligentes que muchos animales: “Con solo observar cómo funciona el mundo, y combinar esto con técnicas de planificación, y quizás combinarlo con sistemas de memoria a corto plazo, entonces podríamos tener un camino hacia, ya no la inteligencia general, sino, digamos, la inteligencia de un gato”.

LeCun también se diferencia en que cree que buena parte de la alarma social en torno a la IA es exagerada: mientras sus antiguos colegas Hinton y Bengio –con quien comparte también un Premio Princesa de Asturias, junto al CEO de Google DeepMind, Demis Hassabis– firmaban un manifiesto señalando el riesgo para la sociedad, él enviaba una carta al entonces presidente estadounidense Joe Biden pidiéndole abrazar la IA de código abierto: “No debería estar bajo el control de unas pocas corporaciones”. En otra entrevista, el genio en el que se ha convertido aquel niño fascinado con Hal, el ordenador asesino de 2001, afirmaba que hay mil formas de hacer una IA malvada, pero la cuestión es cómo hacerla buena: “No es que un día vayamos a construir un ordenador gigantesco, lo encendamos y, al minuto siguiente, este se apodere del mundo”.

La salida de LeCun se enmarca en un cambio de estrategia de Meta. La compañía ha invertido miles de millones en IA y necesita que esta empiece a dar retornos. Los tiempos académicos y sosegados del francés, que además no cree en los LLM por los que apuesta su CEO, no entran en estos planes. En julio, Meta compró el 49% de ScaleAI, la start-up del precoz genio Alexandr Wang, al que nombró máximo responsable de IA (y, por lo tanto, superior jerárquico de LeCun). Un despido silencioso. La operación corporativa le costó 14.300 millones de dólares. Los rumores de la salida del francés, adelantados por el Financial Times, han resultado en una caída de la valoración de más de 30.000 millones en apenas dos sesiones.

Barreras del lenguaje

La desconfianza en los modelos de lenguaje de LeCun quizá tenga que ver con su propia biografía. Cuando se trasladó a Estados Unidos, tuvo que cambiar su apellido (nom de famille, en francés), porque los estadounidenses pensaban que el “Le” de Le Cun, era su segundo nombre. Eliminó el espacio para una mayor facilidad de comprensión. Un acto propio de un programador.

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