Sabadell, BBVA y Gobierno: ángulos muertos de una opa que avanza a trompicones
La falta de acuerdo, la montaña rusa política, la oscura lucha por el relato y el postrero desmarque del inversor mexicano marcan 16 meses de lucha
Iván Redondo, mano derecha de Pedro Sánchez en su primera legislatura en el Palacio de la Moncloa y ahora dedicado a tareas de consultoría, se refería en un artículo publicado en su blog allá por el año 2018 a los ángulos muertos de la política. “Hay una parte del mundo ante nosotros en la que somos literalmente ciegos. Una parte del espacio (político) que no vemos. Aunque nuestro cerebro a menudo nos autoengañe, la política siempre es el arte de lo que no se ve”. La reflexión puede aplicarse también a las finanzas y al mundo corporativo. Con un matiz. Frente al mundo político, más nebuloso y ...
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Iván Redondo, mano derecha de Pedro Sánchez en su primera legislatura en el Palacio de la Moncloa y ahora dedicado a tareas de consultoría, se refería en un artículo publicado en su blog allá por el año 2018 a los ángulos muertos de la política. “Hay una parte del mundo ante nosotros en la que somos literalmente ciegos. Una parte del espacio (político) que no vemos. Aunque nuestro cerebro a menudo nos autoengañe, la política siempre es el arte de lo que no se ve”. La reflexión puede aplicarse también a las finanzas y al mundo corporativo. Con un matiz. Frente al mundo político, más nebuloso y dado a la interpretación, la economía y las compañías que habitan en el Ibex se apropian de la actualidad con referencias aparentemente objetivas, véase el mar de datos que se remite al supervisor o los propios hechos relevantes que dan transparencia al día a día de las sociedades. “La vida no es más que una sombra (…) Un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”, decía el verso de Macbeth que sirvió a William Faulkner para titular su obra magna. En este punto, la opa del BBVA al Sabadell está precisamente en ese terreno, en el del ruido, el de la guerra del céntimo para convencer al esquivo accionista o el de las declaraciones altisonantes de cuestionable fondo. Páginas y páginas de información. Entre bambalinas, sin embargo, han ido cogiendo forma otras inquietudes. Lo han hecho desde que empezó el proceso hace casi año y medio. A veces, solo formular las preguntas alienta posibles respuestas. Como remachaba el propio Redondo, “no hay que leer a Sun Tzu para darse cuenta de la importancia que tiene el foco”.
¿Pero a quién beneficia una opa hostil? El comentario que no ha dejado de recorrer los cenáculos madrileños y barceloneses es que las opas hostiles en banca no se estilan… sencillamente porque no salen. Y que, en consecuencia, esta no saldría. Quienes conocen bien el anterior asalto de Carlos Torres y el BBVA al Sabadell, a finales de 2021, cuentan que la gobernanza estaba mucho mejor encaminada. Altos ejecutivos del sector que han participado en fusiones llevadas a buen puerto a lo largo de las últimas tres décadas subrayan que él éxito de las mismas se fraguó en mesas camilla, con pocos y selectos convidados, en las que se pactaron los puestos de cada uno de ellos tras la integración. Mejor resolver lo personal antes de abrazar las bondades del futuro banco y, de paso, evitar el fuego amigo. Esos encuentros requieren, obviamente, máxima discreción para dejar todo atado y bien atado.
En el segundo intento de fusión, el proceso lo reventó una filtración sin margen de maniobra para esos cónclaves. Sucedió a días de las elecciones catalanas y, valga la ironía, en pleno torneo Godó, un evento tenístico que el Sabadell patrocina y reúne a lo más selecto de la sociedad catalana. Difícil soliviantar más al adversario. Desde luego, la posición financiera de la entidad vallesana para afrontar una pelea corporativa tenía poco que ver en 2024 con la de hacía cuatro años, cuando probablemente al BBVA le faltó visión, generosidad y atrevimiento -o una mezcla de las tres cosas- para poner toda la carne en el asador.
El misterioso caso del Gobierno vacilante. La filtración en vísperas de las elecciones catalanas dejaba poco margen al Gobierno de Pedro Sánchez. No es difícil de imaginar la suplicante llamada de Salvador Illa a La Moncloa para desfacer el entuerto de la opa y no poner en peligro su desempeño electoral, a la postre brillante. Salió al quite el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, quien, sin tener siquiera un informe oficial delante, expresó sin ambages la negativa del Ejecutivo al proyecto de compra de un banco señero de la sociedad catalana por la puerta de atrás. Aludió a problemas de competencia bancaria. Las obligaciones del PSOE con Junts -contrario a la opa, en posición compartida con la patronal catalana Foment del Treball- facilitaban el posicionamiento político. La senda culminó en junio con la imposición de unas duras limitaciones al BBVA para sacar adelante el proyecto, obligando al banco vasco a mantener la separación de la personalidad jurídica, el patrimonio y la autonomía de gestión de las entidades durante un mínimo de tres años, ampliables hasta cinco. Todo un misil a la línea de flotación de las sinergias, insuficiente para desanimar a Torres, que dejó pasar una oportunidad de oro para tirar la toalla.
A partir de aquí, puede que el Gobierno piense que ya ha hecho su trabajo, puede que el recurso del BBVA ante el Supremo le haya obligado a tentarse la ropa o puede, incluso, que haya decidido bajar el tono ante las críticas de intervencionismo recibidas -unas en público y otras en privado- desde Bruselas o Fráncfort. Sea como fuere, tampoco hay que recurrir a El arte de la guerra para comprobar que se ha suavizado el tono. El propio Cuerpo puso ayer en valor que el BBVA “haya seguido adelante con la operación”, en tanto demuestra de que “en estas operaciones se puede generar valor para los accionistas y esto es compatible con proteger el interés general”. Tal vez una nueva idea se deslice en el Consejo de Ministros. La batalla ha degenerado a un nivel que, cuando acabe el tiroteo y se disipe el humo, tal vez haya que pensar en otra operación para poner a un Sabadell sin munición a salvo de pistoleros más taimados que el BBVA. ¿Acaso es esta transacción tan mala en términos políticos, pasado el primer arreón? En El misterio de la chica vacilante, otra de las deliciosas piezas que Erle Stanley Gardner escribió en torno al celebérrimo abogado Perry Mason, vuelve a quedar claro que él solo acepta los casos si considera que su cliente es inocente. Puede que el BBVA no sea culpable, o que no sea único.
El síndrome del opante opado. Durante todo el proceso, ha sido llamativo el control del relato ejercido por el Banco Sabadell. Es cierto que la pieza más débil de la ecuación siempre puede despertar más simpatías, pero llama la atención hasta qué punto la entidad opante se ha mostrado incapaz durante meses de hacer valer ante la opinión pública el interés industrial del proyecto. Incluso el interés país del mismo, cuando Europa se desgañita en sus peticiones a los Estados para alentar la forja de entidades de mayor tamaño que puedan competir con los gigantes bancarios asiáticos y estadounidenses.
¿Sabía algo Carlos Torres que los demás desconocíamos para justificar una hoja de ruta tan cortoplacista? Es difícil creer que esté rodeado de tan malos estrategas. Es as en la manga de esa aparente pasividad probablemente se desveló ante el regulador estadounidense (SEC, por sus siglas en inglés) hace pocas semanas, con la peticion de una dispensa para continuar adelante con la opa aunque no se alcanzara la mitad más uno del capital. Desde luego, ese movimiento ha cambiado radicalmente el momentum sobre la opa, que parecía condenada al fracaso tras la venta de TSB y el megadividendo anunciado por Sabadell y que ahora ha adquirido un renovado chance.
Claro que, si el juego es -y no está desmentido negro sobre blanco que no lo sea- tomar el control del Sabadell en diferido, a través de la remoción del consejo de administración aunque no se alcance la mayoría del capital, la apuesta tiene sus riesgos. Entre ellos, topar con resistencia en el Sabadell a admitir consejeros propuestos por un banco rival, lo que puede llevar incluso a una judicialización del proceso. Pero, sobre todo, si la ambición era crear el megabanco conjunto que Torres dice proyectar, parecería razonable haber estado más cerca de las pretensiones del Sabadell, con una prima entre el 30% y el 40% que desalentara las trincheras por la vía del precio. La grandeza del plan también debía mediarse por su desprendimiento. Mejor hubiera sido guardar liquidez tras la salida de Estados Unidos y no apostar todo a Garanti. Tomar una ciudad sobre sus ruinas no vaticina el mejor futuro ni el afecto de los gobernados.
Traidor en el infierno. Una última estridencia ha terminado por desenfocar la saga. La decisión del inversor mexicano David Martínez Guzmán, primer inversor individual del Sabadell, de acudir a la opa, ha provocado interpretaciones diversas desde ambos bandos. Para el Sabadell, el planteamiento de un inversor distressed que busca maximizar su participación no puede ser ejemplo para el resto de inversores individuales. No puede evitar, sin embargo, que el BBVA juegue con el efecto arrastre. “Si es bueno para un accionista profesional...”, podría esgrimirse. La realidad es que Martínez Guzmán, aseguran diversas fuentes del mercado, ya contemplaba abiertamente la opción de salir incluso en el primer intento fallido de BBVA en 2021. En este punto, Martínez está lejos de ser un traidor. Un análisis diferente precisan las declaraciones efectuadas ayer por tándem Oliu-González-Bueno: “Nos ha dicho que ha tenido unas conversaciones intensas con el BBVA y que le conviene”. Nadie acusó a Torres y a Martínez Guzmán de tener un acuerdo, un movimiento prohibido por la ley. Son días de alto voltaje para la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV).
En fin, existe la sensación en el sector de falta de relato, de ausencia de un hilo conductor. Puede hasta dudarse de que los minoritarios no se pierdan entre tanta confusión. El tiempo tal vez permita encajar el puzle o que lo que ahora parecen retazos -algo incoherentes- de la realidad cobren otra vida. No obstante, a estas alturas parece evidente que a la transacción le falta un demiurgo, una cabeza pensante instalada en una de las entidades, en el Ejecutivo o incluso en el Banco de España. Compárese esta oferta, que avanza a trompicones, con el camino de rosas que fue la adquisición de Bankia por CaixaBank. Hay consenso en que la consolidación no ha terminado. La falta de acuerdos nacionales y la búsqueda del último euro -todo manchado de intereses políticos- entregó Endesa a Enel. ¿Debe España poner la alfombra roja de las fusiones transfronterizas bancarias visto lo visto en Alemania o Italia? Toca poner las luces largas y orden en el caos.