Revolución tecnológica: del clic al algoritmo pensante
De nada vale ver los cambios con desconfianza, con miedo. Son una extensión de nuestra voluntad colectiva de progreso
La tecnología ha dejado de ser una herramienta relacionada con la eficiencia para convertirse en el motor del desarrollo, en la herramienta que evoluciona y transforma vidas. Desde la irrupción de Internet hasta el lanzamiento de la inteligencia artificial generativa, hemos vivido una revolución comparable a la industrial, pero con una velocidad y profundidad sin precedentes.
Aunque su origen es claramente tecnológico, esta evolución ha permeado todos los ámbitos del entramado industrial, productivo y social. La transformación digital ha sido especialmente profunda en ámbitos como el fi...
Para seguir leyendo este artículo de Cinco Días necesitas una suscripción Premium de EL PAÍS
La tecnología ha dejado de ser una herramienta relacionada con la eficiencia para convertirse en el motor del desarrollo, en la herramienta que evoluciona y transforma vidas. Desde la irrupción de Internet hasta el lanzamiento de la inteligencia artificial generativa, hemos vivido una revolución comparable a la industrial, pero con una velocidad y profundidad sin precedentes.
Aunque su origen es claramente tecnológico, esta evolución ha permeado todos los ámbitos del entramado industrial, productivo y social. La transformación digital ha sido especialmente profunda en ámbitos como el financiero, que ha combinado automatización, canales de relación completamente digitales y la irrupción de las fintech como nuevos actores clave. Pero no ha sido el único: sectores como la defensa, el entretenimiento, la energía o la salud también han experimentado una reinvención estructural impulsada por el avance de la digitalización.
Hace 25 años, las soluciones TI servían para automatizar procesos internos. Hoy, redefinen industrias enteras, crean nuevos modelos de negocio y transforman la relación entre empresas, ciudadanos y gobiernos. El surgimiento de las plataformas digitales, la economía colaborativa… pero, sobre todo, la omnipresencia del móvil, han cambiado para siempre la forma en que vivimos, trabajamos y nos comunicamos.
Aunque se podrían destacar muchos avances en el ámbito de la digitalización acaecidos estas décadas, tres sobresalen por su impacto transversal:
- El smartphone, que ha convertido a cada persona en un nodo digital permanente.
- La computación en la nube, que ha democratizado el acceso a capacidades de procesamiento masivo.
- La inteligencia artificial, que marca el inicio de una nueva era cognitiva, con implicaciones aún por descubrir.
Pasos en la dirección correcta que, sin embargo, no están exentos de riesgos. La automatización masiva, especialmente impulsada por la IA, plantea desafíos laborales sin precedentes. La necesidad de recapacitación, la adaptación educativa y la regulación de riesgos como la privacidad, la equidad algorítmica o la autenticidad de los contenidos son principios urgentes y estructurales. El mundo cambia, y debemos estar preparados para capitanear estos cambios, sin perder ventaja competitiva y eficiencia.
Obviamente, nuestra dependencia tecnológica ha crecido, pero también nuestra capacidad de colaboración global. Lo estamos viendo ahora, con la democratización de la IA Generativa, pero es un hecho que ya se aceleró con la pandemia del Covid-19, en 2020, donde se constató que la tecnología no era solo una herramienta, sino una infraestructura vital.
El último cuarto de siglo ha servido para que el desarrollo tecnológico se haya convertido en el gran catalizador del cambio económico, social y cultural. Desde la irrupción de Internet hasta la consolidación de la inteligencia artificial, hemos pasado de una era de eficiencia operativa a una de transformación profunda, donde la tecnología redefine cómo nos comunicamos, trabajamos, consumimos y nos relacionamos con el mundo.
En este viaje, también hemos aprendido que la tecnología no solo transforma lo que hacemos, sino lo que somos. Nos ha enseñado a pensar en red, a colaborar sin fronteras, a imaginar soluciones antes impensables. Ha despertado una nueva sensibilidad hacia el cambio, una curiosidad colectiva que nos impulsa a explorar, a reinventarnos, a no conformarnos. Cada avance ha sido también una invitación a soñar más alto, a construir un futuro donde la innovación no sea un privilegio, sino un derecho compartido. Porque detrás de cada algoritmo, cada sensor, cada línea de código, hay una persona con esfuerzo y visión.
Las nuevas herramientas también nos han enseñado a mirar más allá de lo inmediato. A conectar con causas globales, con retos compartidos como defensa nacional, la sostenibilidad, la inclusión o la resiliencia ante crisis. Ha abierto espacios para que la innovación no solo sea rentable, sino también responsable, tanto en nuestro planeta como en el Espacio. En estos últimos años, hemos visto cómo las soluciones digitales pueden romper barreras, empoderar comunidades o generar oportunidades donde antes solo había desafíos. Este poder transformador no reside en los dispositivos, sino en las personas que los usan con propósito. Porque la verdadera innovación no es técnica: es humana.
Ahora, más que nunca, necesitamos líderes que abracen esta visión. Personas y organizaciones capaces de anticiparse, de inspirar, de construir puentes entre lo posible y lo necesario. Porque el futuro tecnológico no se trata solo de lo que vendrá, sino de lo que decidamos impulsar hoy. La medida tomada por la Unión Europea para aprobar la primera Ley mundial de IA forma parte de esa responsabilidad. Cada decisión, cada inversión que hagamos hoy, puede marcar la diferencia para el futuro. La innovación no es un destino: es un camino que recorren las personas con valentía y propósito.
Todo indica que en el futuro la tecnología seguirá siendo clave. La fusión entre lo físico y lo digital, la automatización inteligente, la medicina de precisión, los vehículos autónomos o la robótica avanzada no solo cambiarán industrias y sectores económicos, sino que reconfigurarán nuestra experiencia cotidiana. Serán parte de un nuevo día a día donde lo tech será inseparable de lo humano. La tecnología será el eje sobre el que se construya el futuro, y nuestra capacidad para gestionarla con visión ética y estratégica determinará el rumbo del progreso humano.
Lo que viene es aún más fascinante. La computación cuántica promete resolver problemas imposibles para la informática clásica, abriendo horizontes en la defensa, la ciencia, la salud y la sostenibilidad. La robótica colaborativa transformará territorios, fábricas y hogares. La inteligencia artificial será cada vez más contextual, empática y predictiva. Y tecnologías emergentes como el metaverso industrial o la bioelectrónica nos invitan a imaginar nuevas formas de interactuar con el entorno. No se trata solo de avances técnicos, sino de una nueva narrativa de progreso, donde la innovación se pone al servicio de una humanidad más conectada y capaz de diseñar su propio destino.
De nada vale ver los cambios con desconfianza, con miedo. Son una extensión de nuestra voluntad colectiva de progreso. El reto está en gobernarlos con criterio, ética y visión de largo plazo. Porque el futuro no se predice: pero sí se diseña.
Sebastián Bamonde es director general de operaciones tech en Indra Group.