Masorange y la reconversión infinita de las ‘telecos’
Llegado a este punto, parece lógico que el Gobierno, desde el respeto a los acuerdos suscritos, ponga las luces largas
Masorange, el operador de telecomunicaciones nacido de la fusión entre MásMóvil y Orange, anunciaba este martes la presentación de un expediente de regulación de empleo (ERE) que prevé la salida de 795 trabajadores, en torno al 10% de la plantilla. Aunque el mantenimiento de los puestos de trabajo fue una de las condiciones que impuso el Gobierno para autorizar la fusión, los compromisos alcanzados incluirían un margen de salidas al que la empresa se habría ceñido. En el fondo, la cuestión excede el perímetro de Masorange si se tiene en cuenta que el sector en su conjunto ha perdido más de 60.000 empleos desde la liberalización, allá por el año 1998, y solo en el último ejercicio se ha dejado más de 5.000. Un escenario de reconversión prolongada que aboca a una reflexión de mayor aliento.
En efecto, las operadoras de telecomunicaciones tradicionales lidian desde hace años con una tormenta perfecta. Para empezar, como tantos sectores, han sufrido en sus carnes la transición de un sector intensivo en mano de obra a uno mecanizado y digitalizado. Un proceso que, en este caso, ha ido acompañado de una regulación europea especialmente restrictiva. Por ejemplo, los postulados de las autoridades comunitarias de competencia de preservar a toda costa los cuatro operadores por mercado, ha forjado contextos nacionales muy fragmentados, con empresas incapaces de competir en un entorno globalizado y con los nuevos gigantes tecnológicos. Como efecto colateral, la contienda interna ha terminado por estrangular los balances de esas firmas, víctimas de las guerras de precios y la batalla del low cost, abanderada en cada caso por el Digi de turno.
Llegado a este punto, parece lógico que el Gobierno, desde el respeto a los acuerdos suscritos, ponga las luces largas. Parece evidente que el empleo saliente de Masorange, Telefónica o Vodafone no irá al entorno digital o a encajar en las nuevas necesidades que plantea la inteligencia artificial. En su mayoría, se trata de salidas vinculadas al entorno de redes, cuya utilidad es limitada por el final de los despliegues o porque las redes modernas permiten la gestión remota y unos menores costes de mantenimiento. Por edad, y en vista de las generosas condiciones de salida que jalonan muchos de estos procedimientos, tampoco parece que sea un contingente que reclame una rápida recolocación. Con cautela para no dejar a nadie en la cuneta, toca reflexionar sobre el empleo de calidad que requerirán las empresas en el futuro y los retos educativos para formarlo. Ese es el desafío.