La patata caliente del techo de deuda en EEUU
Aunque el ‘default’ es improbable, una rebaja crediticia previa a un acuerdo de último minuto, como la de 2011, es un riesgo
La negociación para acordar la ampliación del techo de deuda en EEUU se ha convertido en una cuenta atrás que mantiene en tensión no solo a los ciudadanos, las empresas y los inversores estadounidenses, sino también al resto de mercados internacionales. Aunque todo apunta a que, como en ocasiones anteriores, el acuerdo para evitar la suspensión de pagos llegará al filo de la campanada, prevista para el próximo 1 de junio, las negociaciones entre el presidente Joseph Biden y el líder de los republicanos en el Congreso, Kevin McCarthy, se desarrollan bajo presión, frente a la posibilidad teórica de que el país pueda entrar en default, algo improbable, pero posible. A lo largo de la historia de EEUU, ese apocalipsis se produjo una única vez, en 1979, aunque de forma técnica y fugaz.
El nerviosismo de los inversores ha llevado la rentabilidad de las letras del Tesoro a seis meses, con vencimiento el 1 de junio, al filo del 7%, frente al 4,5% de principios de año. A ello hay que unir la decisión de la agencia Fitch de poner en negativa la perspectiva del rating soberano del país, ahora de triple A. La rebaja del rating tampoco es un riesgo hipotético; tiene antecedentes en la crisis de 2011, cuando Standard & Poor’s retiró la calificación de máxima solvencia a EEUU, pese al acuerdo de última hora que evitó el impago. La factura de aquella rebaja de calificación fue considerable. La Bolsa retrocedió un 20% en un mes y los efectos se extendieron como una mancha de aceite sobre la renta variable, la renta fija y las divisas.
La existencia de un techo de deuda en EEUU ha sido siempre una patata caliente en la vida política del país y una anomalía casi exótica para el resto de las economías. Desde la década de los setenta, el beneplácito del Congreso a la ampliación se ha prestado en unas 80 ocasiones, el techo se ha ido elevando de forma continua y ha llegado incluso a suspenderse en dos periodos: entre 2014 y 2016 y entre 2018 y 2020. Si en los setenta el límite era de poco más de dos billones de dólares, hoy supera los 31 billones. Un apetito de endeudamiento que ha impulsado en abundancia la demanda de un buen número de bienes y del que se ha beneficiado la economía mundial, pero especialmente la de los países emergentes.
Aunque el escenario del default sea improbable, una rebaja crediticia previa a un acuerdo de último minuto, como la de 2011, podría ser un peligroso detonante para una economía estadounidense atenazada por la sombra de la recesión. Tampoco sería una buena noticia para Europa, sometida ya a suficientes tensiones, desde la crisis inflacionaria a la guerra de Ucrania, como para afrontar un maremoto en los mercados.
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