Del Yom Kippur a la crisis actual de Oriente Medio
En 1973 los países árabes vetaron las ventas de petróleo a Occidente como instrumento de presión en el conflicto, algo que ahora no parece que vaya a ocurrir
Desde hace algunas semanas, a raíz del comienzo de un nuevo –y particularmente brutal– ciclo de violencia en Oriente Medio, los mercados financieros han añadido una serie de variables, que podemos asimilar a nuevas incertidumbres, a la hora de pulsar el devenir económico, tanto en el corto como en el medio plazo. Evidentemente, nos referimos a variables de tipo geopolítico.
Desde el punto de vi...
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Desde hace algunas semanas, a raíz del comienzo de un nuevo –y particularmente brutal– ciclo de violencia en Oriente Medio, los mercados financieros han añadido una serie de variables, que podemos asimilar a nuevas incertidumbres, a la hora de pulsar el devenir económico, tanto en el corto como en el medio plazo. Evidentemente, nos referimos a variables de tipo geopolítico.
Desde el punto de vista financiero, lo primero que cabe decir al respecto es que este tipo de incógnitas impregnan de manera muy rápida el sentimiento inversor que, lógicamente, deriva sus inferencias hacia los efectos que la nueva situación puede tener sobre los problemas macro ya existentes. No obstante, el alcance de estos impactos no es siempre el mismo, incluso en un mismo teatro de operaciones, como puede ser Medio Oriente. En buena medida, ello depende de la capacidad de aislar la crisis del resto de movimientos económicos mundiales.
En ese sentido, durante los últimos días, se ha puesto de manifiesto la semejanza, en ciertos aspectos, de la crisis actual entre Israel y Hamás con la vivida, hace casi exactamente cincuenta años, entre Israel y los países árabes, durante la guerra del Yom Kippur, hace ahora 50 años. Desde luego, existen parecidos: en ambos casos, el estado hebreo no supo prever la amenaza que se cernía sobre él, con el resultado de ser cogido por sorpresa –absoluta, en esta crisis; y con escasísimo tiempo de preaviso en 1973, lo que de facto constituye una sorpresa estratégica–.
También entonces, Israel tuvo apoyo claro y material de EE UU. Así mismo, el país se unió durante el infortunio en torno a la defensa de su país y al gobierno de su primera ministra, Golda Meir. No está de más comentar que, apenas unos meses después, dicho gobierno cayó, incluyendo su famoso ministro de defensa, Moshé Dayan, ante la presión popular por las responsabilidades y posibles negligencias en el seguimiento de la amenaza árabe, antes de la guerra.
Veremos qué ocurre con el gobierno de concentración nacional liderado por Nethanyahu, cuando cesen, esperemos que pronto, las hostilidades. Por lo demás, si la dificultad de Israel para vencer a sus oponentes en el Yom Kippur con la rotundidad de su anterior victoria –en la guerra de los Seis Días, de 1967– fue el catalizador para iniciar un proceso de paz que cristalizaría en los Acuerdos de Camp David y el reconocimiento del estado hebreo por Egipto, tal vez una cierta magnanimidad, en la tragedia, del ejecutivo israelí podría ser bien recibido por sus homólogos árabes. Hoy esto parece improbable pero lo cierto es que también lo parecía al final de la guerra de octubre de 1973.
Desde el punto de vista económico, y aquí empiezan las diferencias, la Guerra del Yom Kippur fue todo menos un conflicto aislado del mundo financiero. De hecho, constituyó el pistoletazo de salida de lo que luego conocimos como Crisis del Petróleo. El apoyo estadounidense a Israel provocó en los países árabes un rechazo que se concretó en el embargo de petróleo a Occidente. En un mudo que ya presentaba serios problemas de oferta, tras los buenos años de crecimiento de la década anterior, este hecho devino en una inflación descontrolada, signo característico de la segunda parte de la década de los setenta y primeros ochenta.
En nuestro caso, la inflación no ha aparecido tras el brutal ataque de Hamás a Israel. Su origen hay que buscarlo en los desequilibrios de oferta y demanda post Covid, con el notable impulso de la guerra entre Rusia y Ucrania –otro ejemplo de conflicto que ha ido encapsulándose paulatinamente, a efectos del mercado–. No es previsible un embargo de crudo a Occidente. Ello es debido a que el principal foco de peligro para una posible extensión del conflicto, Irán, es el archienemigo, dentro del mundo árabe, de Arabia Saudí y la mayoría de los emiratos del Golfo, principales productores del oro negro. Es muy posible que Hamás haya conseguido con su acción paralizar el proceso de normalización que Israel había iniciado con algunos países musulmanes, singularmente Emiratos Árabes, Marruecos o la misma Arabia Saudí. Pero, a pesar del obvio apoyo de estas naciones a la causa palestina –y del peligro que una respuesta israelí particularmente dura pueda producir en sus gobiernos– parece poco probable, al menos de momento, una ruptura de estas naciones con Occidente.
Por todo ello, los mercados financieros han reaccionado de manera muy distinta a lo vivido en 1973, o incluso a las semanas siguientes a la invasión de Ucrania por Rusia. Es evidente que existe temor, algo particularmente más claro en la renta variable que en la renta fija. Ello ha provocado una subida apreciable de la volatilidad de las Bolsas y una caída desde las zonas de máximos anuales. Qué parte de esta caída obedece a la crisis de Oriente Medio y qué parte es achacable a un posible escenario macro más negativo de lo esperado, en los próximos meses, como consecuencia del mantenimiento de una política monetaria severa más tiempo del esperado, es algo difícil de dilucidar.
El precio del petróleo se mantiene alto y no parece previsible que baje, si bien se trata de un hecho que ya existía previamente al conflicto, fruto de una demanda fuerte y una oferta limitada, en el marco, no lo olvidemos, del actual conflicto en Ucrania. Ello sigue presionando a la inflación y con ello, a los tipos, por lo que no hemos visto, salvo muy transitoriamente, un movimiento del dinero desde la Bolsa a los bonos, buscando más seguridad.
En conjunto, observamos por tanto unos mercados que, más que fuertemente influenciados (de momento) por la situación en Gaza, al modo de 1973, muestran cierta tendencia al recelo en términos bursátiles, no tanto de deuda, que sigue su propio proceso. Ello puede presentar ciertas oportunidades de inversión en ambos ámbitos, más tácticamente en el caso de la renta variable, más estratégicamente en el caso de la fija, pensando en distensiones de tipos ya en 2024.
Pedro del Pozo es director de inversiones financieras de Mutualidad
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