F1, deporte, empresa y derecho
Detrás de la épica visual subyacen problemáticas jurídicas que cualquier espectador atento reconocerá: la crisis de liquidez y la eventual destitución del CEO de la empresa
El cine sobre automovilismo ha transitado desde los acercamientos intimistas, Le Mans (1971), Senna (2010), hasta los blockbusters de gran presupuesto como las estupendas Rush (2013) o Ford v Ferrari (2019). La reciente F1 (2024), dirigida por Joseph Kosinski, y que se presenta con méritos para ser considerada una de las grandes películas de este verano, se sitúa con ambición en la confluencia de ambos registros: conjuga el espectáculo de las carreras con un enfoque empresarial inusual, donde el Derecho actúa como motor invisible de la trama, y que tiene como ingredientes principales la espectacularidad del deporte del motor y el drama de unos personajes muy bien definidos, llevados a situaciones límite.
F1 destaca por varios aspectos, las secuencias de carrera reproducen con precisión la atmósfera de un Gran Premio, donde han grabado directamente en los escenarios y con los pilotos profesionales este deporte. La cámara subjetiva integrada en el cockpit y la impactante y espléndida banda sonora de Hans Zimmer generan una tensión que, por momentos, se asemeja a un documental en distintos momentos del filme. Por otro lado, el elemento dramático, esto es la rivalidad generacional entre el veterano piloto (Brad Pitt) y la joven promesa (Damson Idris) no se reduce al cliché: exhibe matices sobre la inseguridad y el coste psicológico de estar en la élite de este deporte.
Desde el punto de vista jurídico la mayor singularidad reside en mostrar cómo la viabilidad del equipo depende de los resultados que condicionan los patrocinios y las decisiones de un consejo de administración que no duda en amenazar con el relevo del CEO (muy bien interpretado por Javier Bardem) si no hay éxitos deportivos. Pocas películas del género habían integrado con este grado de detalle la dimensión empresarial del automovilismo, algo que confiere a F1 una textura más densa que el puro entretenimiento.
Detrás de la épica visual subyacen problemáticas jurídicas que cualquier espectador atento reconocerá. Dos son especialmente relevantes, la escudería protagonista de la película atraviesa una crisis de liquidez que obliga a renegociar patrocinios con condiciones cada vez más exigentes. Este aspecto está inspirado en prácticas reales de la Fórmula 1 donde los contratos de patrocinio constituyen contratos atípicos complejos, con contraprestaciones cruzadas: visibilidad de marca en vehículos y equipaciones, cesión de derechos de imagen y compromisos de resultados deportivos.
El filme refleja con acierto la inclusión de cláusulas de terminación anticipada por falta de exposición mediática o malos resultados en el campeonato, que pueden desencadenar pérdidas millonarias. La tensión dramática de los despachos, cuando la dirección comercial comunica al CEO que los sponsors amenazan con retirarse, es fiel reflejo del modo en que el Derecho empresarial condiciona la vida deportiva.
La segunda dimensión jurídica relevante es la eventual destitución del CEO por el consejo (en la película doblado erróneamente como “junta”). Ese cese, que puede ser con o sin causa justificada (en ese caso parece vinculado a los malos resultados), junto a la posibilidad de reestructurar la sociedad o venderla a inversores externos refleja las operaciones de compraventa de escuderías que, en la práctica, requieren la autorización de la FIA y la renegociación de todos los contratos críticos.
F1 funciona como un blockbuster veraniego, con carreras espectaculares y estrellas de Hollywood, que justifican un presupuesto cercano a los 200 millones de dólares, pero también como recordatorio de que el deporte profesional es una empresa sometida a reglas severas. Y ello hace que los juristas cinéfilos podamos vislumbrar como el Derecho de sociedades, la contratación mercantil y la gobernanza corporativa atraviesan silenciosamente cada giro de la trama de una muy recomendable película.