Lecciones de la literatura universal aplicadas al ‘management’

‘Fundación’, de Isaac Asimov: ¿el futuro del ‘management’?

La ambición de convertir la dirección de empresas en una disciplina plenamente científica entronca con sus propios orígenes

Leah Harvey y Daniel MacPherson en 'Fundación', ya en Apple TV+

La ciencia ficción siempre nos ha anticipado un futuro imaginado que en la mayoría de los casos acaba siendo una realidad palpable. Sucedió con los robots, la Inteligencia Artificial, el espacio y tantas otras cosas. Fundación, probablemente el libro más característico de Isaac Asimov, junto con Yo, Robot, forma parte de esta realidad anticipada que aún no se ha hecho realidad.

La obra gira alrededor de Hari Seldon, un científico de ficción que inventa la psicohistoria. Hari es profesor de matemáticas en la Streeling University, quizás un guiño de Asimov a Stanford, y representa dos de las características más relevantes en el management, especialmente desde un punto de vista occidental y más específicamente americano: por un lado, la idea del científico emprendedor, los paralelismos con Elon Musk, Sam Altman, Jensen Huang, y tantos otros son más que evidentes; y, en segundo lugar, el management como figura científica.

La figura del emprendedor está caracterizada al más puro estilo americano. Se trata del inventor solitario que convence —hasta cierto punto— al gobierno para financiar su investigación, pero a quien siempre se mira con recelo. Aquí no nos encontramos con la imagen del Estado emprendedor, sino todo lo contrario: es el Estado que, a regañadientes, financia tarde y mal la investigación. Es el Estado que no atisba a entender el significado y la trascendencia de lo que tiene entre manos. Y es el científico que salva al mundo a pesar de sus gobernantes y, en cierta manera, de sí mismo.

En el libro, vemos profundamente enraizada la figura del emprendedor americano y su concepción del mundo. Un mundo donde el individuo y su capacidad de cambiar la historia están muy por encima del colectivo, que se comporta como un freno al que hay que empujar y desbordar. Pero también es una concepción particular de este emprendedor. Hari es un científico, un matemático, pero no es un matemático encerrado en su mundo, sino alguien que quiere tener un impacto en la sociedad y poner sus conocimientos al servicio de un mundo mejor, todo ello sin dejar de investigar.

Es una figura que entronca con los emprendedores americanos más icónicos que emprenden a partir de la ciencia. Hari está lejos de las grandes multinacionales de la América de su tiempo como Coca-Cola, General Motors o Ford, y se conecta con las que aún no han ni siquiera aparecido en el horizonte, como Google, Tesla, SpaceX o Nvidia. Probablemente todos estos emprendedores leyeron su libro. En este sentido, se anticipa a la historia, una historia que ya está aquí. Un emprendimiento que viene, no solo de la construcción de una gran organización, eficaz y con una cultura altamente cohesionada, sino de la aplicación de una nueva tecnología y de una ejecución impecable que les permite alcanzar hitos que a todos nos parecían poco menos que imposibles solo unos pocos años antes.

Al igual que las grandes big tech actuales, en Fundación nos encontramos con una organización pequeña, muy cohesionada, con la ambición de cambiar el mundo, que pone ese objetivo por encima de la consecución de poder real o bienes materiales y que durante mucho tiempo actúa en la oscuridad. Salvando los paralelismos, recuerda a organizaciones como OpenAI o Anthropic. Sin embargo, la relación más interesante del libro con el management no está en su protagonista, o en la construcción de esa pequeña organización que finalmente salva al mundo de la oscuridad, sino en la psicohistoria misma.

La ambición de convertir la dirección de empresas en una disciplina plenamente científica entronca con sus propios orígenes. Ya a principios del siglo XX, Taylor abogó por el desarrollo del management científico, un concepto que se relaciona con la línea de producción de Henry Ford, y continúa con el TQM de Edwards Deming, el Just-in-time de Taiichi Ohno en Toyota, el Kaizen, la teoría de las restricciones de Goldratt y tantos otros. Todos ellos giran alrededor de la construcción de una organización eficiente y científica. Pero esta ambición va más allá de lo micro; también se sitúa en lo macro.

Las ciencias sociales, y por supuesto el management, siempre han mirado con envidia a disciplinas como la física, capaces de formular leyes generales y abstraer principios universales. En ciencias sociales prácticamente todo es contingente a una estructura económica, cultural y social. Nuestra capacidad de entender el mundo es ciertamente muy limitada y mucho menos predecirlo.

Sin embargo, esta ambición, este sueño, siempre ha estado allí. Lo vemos plasmado en la teoría de los sistemas dinámicos de Forrester, que buscaba modelar los procesos sociales en base a ecuaciones diferenciales y bucles de realimentación, o en la disciplina de los sistemas complejos de Axelrod, Dohe, Kauffman, March, Rivkin, Schilling, Singgelkow, Lefinthal y, por supuesto, Herbert Simon y la enorme influencia del Instituto de Santa Fe en Nuevo México.

Esta ambición de disponer de herramientas de abstracción que nos permitan abordar los problemas sociales, todos dinámicos, multifactoriales y dotados de propiedades emergentes, es la que se refleja en el libro de Asimov, en la psicohistoria. Y en él encontramos también plasmada una intuición común en todos los científicos que se han asomado a este problema: los instrumentos actuales que nos han permitido descifrar el mundo físico, el cálculo diferencial, no nos sirven para entender el comportamiento de una multitud de agentes inteligentes interconectados dotados de ambición, voluntad y objetivos propios.

Es necesario construir una nueva herramienta, una nueva matemática. Esto es lo que Asimov denomina psicohistoria y lo que en el management se ha intentado con la ingeniería de sistemas inicialmente, con los sistemas dinámicos y con la complejidad, usando el método científico, los sistemas dinámicos de ecuaciones diferenciales, las simulaciones con ordenador y los cambios de fase.

Todo este esfuerzo nos ha llevado a entender mucho más los fenómenos sociales, especialmente sus dinámicas y cómo propiedades del fenómeno se desarrollan más allá de las características de los individuos. Pero estamos muy lejos del sueño de la psicohistoria de Asimov, no ya de predecir el futuro, sino de tan siquiera entenderlo.

Esteban Almirall es profesor de Esade

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