Nuevo año con las mismas dudas

Muchos analistas esperan que la volatilidad esté más presente. Hay que tener en cuenta más que nunca el binomio rentabilidad-riesgo en las carteras

Cerramos un año sobresaliente para la renta variable, dirigido fundamentalmente por el buen comportamiento de las Bolsas en Estados Unidos y Europa y soportado por un incremento espectacular de los beneficios empresariales, así como por el apoyo prestado por bancos centrales y Gobiernos. En renta fija, sin embargo, los retornos, en su mayoría, han sido negativos, ya que el contexto de fuerte recuperación y elevada inflación ha alimentado el alza generalizada en los tipos de interés. En este punto, ¿qué podemos esperar del próximo año?

En 2022, la foto económica es positiva y dibuja un escenario de continuidad en el crecimiento mundial. Este crecimiento, como es lógico, será más moderado que el año anterior, aunque seguirá estando por encima de la tendencia de los últimos años. Además, aún persistirá cierto soporte fiscal de la mano de paquetes de estímulo como el plan de infraestructuras en Estados Unidos o el fondo de recuperación en Europa. Como amenaza, es importante tener en mente que aún desconocemos el impacto real que tendrán la variante ómicron o futuras mutaciones del Covid en la actividad, si bien, las últimas olas de contagios nos dejan la sensación de que convivimos razonablemente bien con el virus sin llegar a restringir en exceso la movilidad, por lo que no deberíamos esperar revisiones significativas a la baja en este sentido.

La principal fuente de preocupación para los inversores seguirá siendo la inflación y, por supuesto, su impacto en la política monetaria y en la evolución de las diferentes clases de activo. Las últimas lecturas de inflación general del mes de noviembre fueron del 6,8% en Estados Unidos y del 4,9% en la eurozona, lo que evidencia una inflación más persistente y elevada de lo esperado. Preocupa más la situación en Estados Unidos, teniendo en cuenta que su inflación subyacente –la que elimina los componentes más volátiles, como energía y alimentación– se sitúa en el 4,9%, mientras que, en Europa, esta lectura está en el 2,1%. Este entorno va a suponer un reto para los bancos centrales. Después de sacar el adjetivo transitorio de la ecuación, algunos de ellos han basado en la inflación su decisión para acelerar el camino de salida de las políticas monetarias expansivas. En el caso de la Fed, finalizará su compra de activos en marzo y el mercado descuenta tres subidas de tipos interés para 2022. Ya se habla de error de política monetaria –que pueda ser más restrictiva de lo esperado y tener un impacto negativo en el crecimiento– como uno de los principales riesgos para este año. Con todo lo anterior, y sin contar con que podamos tener algún evento inesperado, no es extraño que muchos analistas esperen un año donde la volatilidad esté más presente. Eso, y que venimos de un año muy plácido para las Bolsas. La realidad es que, ahora más que nunca, hay que tener en cuenta el binomio rentabilidad-riesgo a la hora de construir las carteras, recordar la importancia de la preservación de capital frente a escenarios adversos y mantener una adecuada diversificación.

En nuestras carteras, seguimos teniendo preferencia por la renta variable frente a la renta fija en un contexto favorable para la economía y para los beneficios de las compañías. Es cierto que las Bolsas no parecen especialmente baratas, pero las alternativas razonables escasean, lo que hace que a la hora de asignar nuestro presupuesto de riesgo prefiramos la compensación y la opcionalidad que ofrece la renta variable. A pesar de mantener esta sobreponderación, hemos tratado de mitigar nuestra direccionalidad con el mercado aumentando nuestra exposición a compañías de calidad y a sectores defensivos, como consumo básico, salud o infraestructuras. También hemos implementado una estrategia de coberturas que nos pueda beneficiar en escenarios de mayor volatilidad y caídas en las Bolsas.

En renta fija, la alta inflación, unido al endurecimiento de la política monetaria comentado antes, nos hace pensar que volveremos a ver un año de repunte en los tipos de interés, lo que se traduciría en retornos negativos para el activo. La baja rentabilidad que ofrecen tanto la deuda pública como la deuda de buena calidad crediticia hace que sea muy poco atractivo considerar estas alternativas. Para aspirar a una rentabilidad decente tendríamos que irnos a aquellas compañías con peor calidad crediticia o que han sufrido cierto estrés en los últimos meses, como es el caso del mercado asiático, aunque pensamos que ahí la asunción de riesgos está peor remunerada en comparación con la renta variable. Por ello preferimos mantener un perfil cauto, con exposición limitada a los riesgos de duración y de crédito, y esperar a que el mercado pueda ofrecernos oportunidades más interesantes. La idea es que esta parte de la cartera pueda aportarnos estabilidad y cierta descorrelación con los activos de riesgo ante un evento de mercado desfavorable.

Parece que entramos en un periodo más incierto –característica inherente al futuro–, pero no hay que olvidar que lo realmente importante para conseguir buenas rentabilidades a largo plazo es trazar una estrategia de inversión coherente, no dejarnos guiar por factores emocionales y permanecer invertidos. Sea como fuere, el año arranca, y aunque pueda traer más volatilidad, esperamos que 2022 vuelva a ser un buen año de mercado.

Manuel Rodríguez Torrecillas es Selector de fondos de renta fija en Abante

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