Editorial

Sin recorte del gasto público no es posible

En la actualización del Programa de Estabilidad que el Gobierno ha enviado a Bruselas hace un par de semanas se dibuja un paisaje fiscal para las Administraciones públicas muy exigente, como mandan los cánones comunitarios, que sólo puede lograrse con mucho celo en el control de los ingresos y los gastos, y rezando lo que se sepa para que el escenario de crecimiento económico sea más generoso de lo que plantea el cuadro macroeconómico. Alcanzar en 2013 un déficit fiscal agregado del 3% del PIB desde el 11,4% de 2009 no es posible sin draconianas políticas de cirugía en las dos vertientes de la cuenta de resultados, pero especialmente en los gastos, puesto que los ingresos dependen menos de la voluntad de los administradores tributarios que del marchamo que adopte la actividad económica, que es la que a fin de cuentas determina las bases imponibles.

Los inspectores de Hacienda denunciaban ayer que sus superiores administrativos han intensificado la presión para estimular la captación extraordinaria de ingresos tributarios, ante las necesidades acuciantes de recursos que tiene la administración. Aunque la réplica dada por Hacienda deja pocas dudas sobre la existencia de tal intencionalidad, no deja de tener lógica que lo haga, puesto que en estos momentos de agobio presupuestario hay que extremar el celo en la recaudación y castigar todas las actitudes elusivas para incrementar el grado de equidad fiscal.

Conocemos también decisiones de distintas esferas administrativas que han puesto en marcha mecanismos de ahorro para sumar esfuerzos a este compromiso de alcanzar en 2013 un déficit no superior al 3% del PIB, como el uso intensivo de la tecnología y de nuevos métodos muestrales para determinar el censo de población español. El propio ministro de Fomento anunció ya tras el debate parlamentario sobre economía del pasado miércoles que reagrupará varias empresas públicas dependientes del ministerio para ahorrar dinero en las estructuras de personal, al menos en el escalón directivo.

Pero si todos estos detalles suman finalmente esfuerzos indudables de austeridad, la dimensión del desequilibrio presupuestario en España es de tal dimensión que sólo podrá ser reconducido con una disciplina férrea en el gasto, con recortes en las partidas más voluminosas de todos los capítulos, sin despreciar ni personal, ni inversión ni gasto corriente. Los ingresos darán poco de sí. Una parte apreciable de los que iluminaban la cuenta de ingresos en los años pasados con el boom inmobiliario no volverán nunca. Y no existen muchas posibilidades de recomponer los ingresos en determinadas figuras tributarias con una simple subida de los tipos impositivos, como en el caso del IVA, ya que su tradicional elasticidad positiva puede verse quebrada por la situación crítica de la demanda.

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