Del Pino, la condición de empresario en España y por qué se va Ferrovial
La decisión desvela la falta de complicidad del mundo corporativo con el Gobierno y alienta el temor a un efecto goteo, también entre las compañías familiares
Dicen quienes conocen bien a Rafael del Pino que es una persona especial. Al presidente de Ferrovial, que acaba de anunciar su intención de trasladar la sede social de la firma a Países Bajos, no le gusta estar donde están los demás. No se trata de un ramalazo elitista, sino de una actitud ante la vida, algo casi atávico. El empresario no es el rico español tradicional que dos veces por semana come junto a sus pares en la calle Jorge Juan o que es asiduo de los coloridos saraos madrileños del Casino. Su reino no parece de este mundo. Aunque busca tiempo para esquiar, difícilmente coincidirá con Ana Botín en Gstaad. De hecho, sería más fácil encontrarle en un helicóptero, pilotado por él, rumbo a una recóndita estación en Canadá. Hace algunos años, incluso, colaboró en el rescate a vida o muerte de un amerizaje mientras pilotaba su aeronave de vuelta de Ibiza. Del Pino tampoco surca a bordo de un velero las aguas de Menorca, el espacio favorito de Isidro Fainé. Su barco está atracado a las puertas del Pacífico. Cuando vuela a Londres, el ejecutivo aterriza en el aeropuerto de Heathrow, que resulta ser suyo.
Rafael del Pino Calvo-Sotelo, la tercera fortuna de España, según la lista Forbes, con un patrimonio de 3.800 millones de euros, accedió a la presidencia de Ferrovial en el año 2000, tras el paso lateral de su padre, Rafael del Pino y Moreno. “Solo Enrique Sarasola era más felipista que Rafael del Pino padre”, recuerda un veterano dirigente de la CEOE a la luz de los últimos acontecimientos. Eran los años de la beautiful people y de aquella élite de empresarios próxima al Ejecutivo. “Del Pino llamaba con regularidad a José María Cuevas para apaciguarle y poner en valor las medidas liberalizadoras que con dificultad intentaba consolidar aquel Gobierno socialista en sectores como la educación o los medios de comunicación”, remacha. Esas medidas, andando el tiempo y sometidas al criterio de la prueba y el error, abrieron la puerta a la internacionalización de la empresa española. Paradójicamente, ha sido otro gobierno socialista el que ha afeado a la compañía su decisión de mudarse a Holanda. “Se lo debe todo a España”, decía la vicepresidenta primera. Lo cierto es que el actual presidente de la constructora no tiene ni la delicadeza hacia el poder político ni la cercanía al mismo que tenía su padre.
Frente a la empresa pública franquista, los años del desarrollismo o el auge de las concesiones que marcaron el mandato de Rafael del Pino y Moreno, su hijo contrapone la apuesta por Estados Unidos, un MBA en la MIT Sloan School of Management, el consejo supervisor para Europa de la Harvard Business School o sus acuerdos con Wharton. Precisamente, esa dialéctica es esencial para entender lo que ha pasado estos días. “La decisión no tiene una derivada política en la cabeza de Rafael del Pino. Seguro. Entre otras cosas, porque es una sensibilidad que no tiene. Él atesora una mentalidad anglosajona y ni si le ocurre pensar en lo que puede decir el gobierno de turno sobre una decisión empresarial. Tomar decisiones duras es, además, parte de su vida cotidiana”, explica un alto ejecutivo del Ibex que mantiene trato con el presidente de Ferrovial. En esta línea, recuerda cómo la familia gestiona uno de los mejores think tanks del país sin alardear de lo que invierten cada año. “Es liberal de concepto, cero mediático y con unos principios consistentes. En el mundo empresarial estándar, en el entorno en el que se mueve Rafael del Pino, las decisiones las toman las empresas de la mano de sus accionistas y no las consensúan con los gobiernos”.
Otro ejecutivo vinculado a la banca, con relación de largo aliento con el empresario madrileño, eleva el disparo. Más allá de razones fiscales o cuestiones técnicas para una salida a bolsa, asegura que si el presidente de Ferrovial ha tomado la decisión de cambiar la sede social de la compañía, es porque en él anida la íntima convicción de que no tiene otra opción para elevar la constructora al siguiente nivel, de que el futuro de la firma hace tiempo que no está en España y que él no puede hacer cosa distinta que estar a la altura de esa necesidad una vez identificada e interiorizada. Alguien ungido por ese determinismo, difícilmente puede entender la reacción del Ejecutivo y no es extraño que la considere desproporcionada.
El enfado gubernamental se comprende mejor, empero, si se tiene en cuenta el malestar creciente que se observa en la clase empresarial desde hace meses y el posible efecto goteo que pueda seguir al planteamiento de Ferrovial. Paradójicamente, el episodio de la constructora ha puesto en el foco a las grandes multinacionales, pero el problema no se queda en las Iberdrola, Repsol o los gigantes financieros, sino que alcanza a empresas más pequeñas, incluso no cotizadas, el territorio donde se concentra la actividad en España. Rafael del Pino y Moreno presidió en su día el Instituto de la Empresa Familiar, que hoy concentra lo más granado del tejido empresarial, desde los Mercadona a los Antolín, pasando por Puig, Osborne o Iberostar. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, les ha dado plantón en los últimos congresos. Es la anécdota que elevada a categoría da cuenta de la sensación que cunde entre los dueños de las empresas. Sienten que Moncloa no solo les desaira a la mínima, sino que desprecia la esencia de su objeto social, esto es, ganar dinero para los accionistas.
Todo sería más manejable si las explicaciones remitidas por Ferrovial a la CNMV hubieran sido mas frugales. Incluso, idealmente, que hubiera pactado previamente con el Gobierno cómo edulcorar la deserción, por ejemplo, a través de un compromiso de inversiones. Si algo ha dejado claro el episodio es que no existe el caldo de cultivo para esas complicidades. En la página tres de la presentación de cinco folios, la constructora argumenta que Países Bajos “tiene una calificación crediticia AAA y un marco jurídico estable”. Fuera o no su intención, una forma implícita de señalar que se abandona un sitio que no lo tiene. Por eso a Del Pino le llueven palos. Aunque él no vaya a entenderlo.