Tribuna

Encaje de bolillos

Pocas veces el mundo había estado tan pendiente de las decisiones de los líderes europeos. Desde los años cuarenta nunca la situación económica europea había preocupado tanto más allá de nuestro continente. La semana pasada, el Fondo Monetario Internacional (FMI) lanzaba esta alarma: "La recuperación global está amenazada por una intensificación de las tensiones en la zona euro y las fragilidades del resto del mundo".

El riesgo para la economía mundial es mucho mayor de lo que el peso de la demanda de la zona euro podría hacernos creer si, finalmente, la crisis de la deuda soberana arrastra a unas, hasta ahora, inmunes economías emergentes. No es de extrañar estas advertencias provenientes de una institución dirigida por Christine Lagarde, quien ya la pasada primavera denunciaba las políticas de austeridad impuestas por Alemania a sus socios europeos. La señora Lagarde recordaba entonces que si algunos países tenían déficits era porque otros tenían excedentes, cosa que el G-20 también denunciaba pidiendo a esos países (China y Alemania) poner en marcha reformas destinadas a hacer crecer su demanda interior.

En la cumbre europea del pasado 30 de enero tampoco ha sido posible convencer a la señora Merkel y a sus asesores políticos y económicos de que la política de austeridad seguida en Europa durante estos dos últimos años ha resultado ser un fracaso. Hasta el dimitido presidente del Bundesbank Axel Weber afirmó recientemente que se habían perdido dos años debatiéndose falsas soluciones para resolver la crisis de la deuda. El mismo Banco Central Europeo ha estado preocupándose por la inflación en vez de concentrarse en sostener la recuperación económica. Y, mientras tanto, la austeridad fiscal, que se supone que limita el aumento de la deuda pública, ha deprimido la economía, lo cual ha hecho que sea imposible conseguir reducciones en la deuda privada.

Finalmente, el lunes, Alemania dio un paso decisivo a la victoria al asegurar que 25 Estados miembros de la UE firmen el próximo mes de marzo un Tratado de Estabilidad Presupuestaria (denunciado ya por el Parlamento Europeo). Lo más curioso es la obligación de incluir el objetivo de déficit en la Constitución de cada país firmante. ¿De verdad creen los responsables políticos que eso da seguridad de cumplimiento? ¿No es la Constitución la que recoge el derecho al trabajo de todos los españoles? No sé qué opinarán los más de 5 millones de españoles y los 23 millones de europeos que están sin trabajo. Otra curiosidad es la pormenorización de las sanciones que pueden recaer sobre aquellos países que incumplan el mandato de reducción del déficit (qué lejos quedan aquellos tiempos en los que Alemania -y también Francia- incumplieron los Pactos de Estabilidad que fueron condición sine qua non para la recuperación de la economía alemana y por la que no aceptaron ser sancionados). Cuesta creer que esta estrategia de lucha contra la crisis contribuya a consolidar la confianza y la estabilidad financiera que demandan los mercados.

La contraprestación alemana por cumplir con sus condiciones de austeridad será la de aceptar que el Banco Central Europeo tenga un papel más activo y aumente la cuantía del fondo de rescate para los países en dificultades, así como la de aceptar hacer más esfuerzos para fomentar el crecimiento y el empleo. La declaración del Consejo en relación a este último aspecto no es más que una declaración de intenciones en la que, aceptando explícitamente que no existen soluciones milagrosas, se establecen tres prioridades: primera, fomentar el empleo, en especial el de los jóvenes; segunda, completar el mercado interior, y tercera, impulsar la financiación de la economía, en particular de las pymes. Con poco dinero poco se podrá hacer y de momento solo se cuenta con el remanente de los fondos estructurales (unos 30 millones de euros) y lo que se pueda rascar de los 100.000 millones de fondos correspondientes a 2012 y 2013 todavía no asignados.

La buena noticia para los españoles es que si continuamos mostrando buena actitud al sacrificio que se nos ha impuesto, "quizás quepa la posibilidad" de suavizar el cumplimiento del déficit y podamos dejarlo este año por encima del 4,5% sin que nos castiguen los mercados, la Comisión Europea y... la señora Merkel. La pregunta del millón es: con una recesión que probablemente supere los dos puntos, ¿cómo reduciremos el déficit del pasado año (8%) y cómo evitaremos aumentar la deuda? Quizás el ministro alemán de economía tenga la solución a este encaje de bolillos, pero entre tanto debería escribir cien veces: la austeridad frente a la depresión es una mala idea.

Agustín Ulied. Profesor del departamento de Economía de Esade. Miembro del Team Europa

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