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7 obras de arte de una colección única

7 obras de arte de una colección única.

Colocada en la primera planta del museo, es una obra inmersiva, concebida por la artista japonesa de 93 años Yayoi Kusama. La pieza forma parte de una serie de obras cedidas como préstamo a largo plazo. La artista forma parte de la hoja de deseos del museo y puede ser candidata a formar parte de la colección permanente. De vidrio espejado, madera, sistema de luces led, metal y panel acrílico.
Se trata de nueve grandes lienzos tensados (en la imagen uno de ellos), que se exhiben en la sala 206, donados por la viuda de John Lennon al museo, pionera del arte conceptual y la 'performance'. La obra tiene su origen en la exhibición en vivo que hizo la artista durante la retrospectiva que le dedicó el Guggenheim en 2014, cuando escribió en japonés la expresión “siete alegrías y ocho tesoros” empleando una brocha y tinta sumi. La frase alude a una leyenda que la artista oyó de niña sobre un samurái japonés.
La pieza de uno de los principales representantes del neoexpresionismo se expone en la sala 205. El diluvio forma parte de un grupo de tres cuadros, junto con 'Estación de lluvias nº 1' y 'Estación de lluvias nº 2' , que ofrecen una imagen parecida, y representa el flujo de un río durante un temporal. La obra está pintada en tonos azules y grises, con blanco para los afluentes más lejanos, insinuando el agua.
Se despliega en la sala 306, fue pintado en 1982, junto a 'Moisés y los egipcios', en un momento decisivo en la trayectoria de Basquiat: tras su descubrimiento como artista y antes de su época de máxima productividad. Ambas piezas son claves para la comprensión de su pintura durante la década de los 80. Se concibe como una gran pizarra en la que garabatear y mezclar signos. Una mezcla de humor y primitivismo.
Es una de las últimas incorporaciones al museo. La imponente obra se expone en la sala 304. La firma el artista ghanés, que desde hace más de seis décadas depura un lenguaje plástico que trasciende la división entre cultura y medio. Empleó a personas de Nsukka (Nigeria) –donde reside–, para entretejer las cápsulas de los tapones de botellas de licor que conforman la mayor parte de la escultura.
En la sala 301 se encuentra la pieza de una escultora que pertenece a una generación que adquirió fama internacional durante la década de 1990. Utiliza una forma extraída de su patrimonio cultural –un enrejado semejante a los que se veían en los confesionarios de las iglesias católicas–, tal vez para sugerir que el sentimiento epónimo, el de los celos, es pecaminoso.
En 2014, el Guggenheim presentó Ernesto Neto: el cuerpo que me lleva, una retrospectiva dedicada a la obra de este reconocido artista brasileño, que cedió la pieza al museo. El propio Neto acaba de reconfigurarla para adaptarla –en la sala 206– a los espacios del edificio diseñado por Frank Gehry. Esta obra constituye una exploración y reflexión acerca de los límites del cuerpo humano.