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El alto coste de los fertilizantes pone en jaque la alimentación mundial

Su precio será un 70% más caro que en 2021, según el Banco Mundial Habrá 323 millones de personas que sufrirán hambre, según la ONU

Un agricultor rocía fertilizante en un campo de India.
Un agricultor rocía fertilizante en un campo de India. GETTY
Denisse López

Hace un siglo que el ser humano aprendió a fabricar fertilizantes inorgánicos de forma masiva. Como consecuencia, la agricultura aumentó enormemente sus rendimientos. Pero hoy, la dependencia a ese insumo amenaza la seguridad alimentaria de todo el planeta. En un escenario de precios desbocados, el Banco Mundial prevé una reducción en el uso de estas sustancias, lo que significa menos toneladas de trigo, maíz o arroz, particularmente para las economías en desarrollo.

Todos los fertilizantes a base de nitrógeno, los más usados a nivel mundial, utilizan gas natural o carbón como insumo clave. En consecuencia, el encarecimiento de la energía en 2021 disparó el precio de los abonos. En ese mismo año, la Unión Europea y Estados Unidos impusieron sanciones a Bielorrusia, uno de los principales exportadores de esta mercancía. China, otro gigante del sector, ordenó la suspensión de ventas de urea y fosfato hasta junio de 2022 con el objetivo de preservar suministros y garantizar la producción nacional. La guerra ha dado el último empujón. Rusia, el primer productor de fertilizantes en el mundo, ha cerrado el grifo al menos temporalmente, lo que está provocando una mayor escasez en el mercado.

El Banco Mundial estima que el precio de los fertilizantes aumentará un 70% en este año respecto a 2021, con opción a subir más en caso de que el coste de la energía tampoco retroceda. John Baffes, economista agrícola del organismo, explica que hasta ahora no se perciben reducciones en el uso de este insumo, al menos en las economías desarrolladas. El motivo es que las expectativas de precios altos en los cereales y aceites comestibles lo hacen rentable.

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Los países más afectados

El escenario es muy distinto para los países emergentes. El Centro Internacional de Desarrollo de Fertilizantes (IFDC por sus siglas en inglés) calcula que la producción de alimentos en África podría caer al menos en un tercio debido a la reducción de las importaciones de fertilizantes. A su vez, estimaciones del Instituto Internacional de Investigación del Arroz citadas por Bloomberg prevén una caída en el rendimiento de este cultivo de un 10% para la próxima temporada, lo que significa que habrá 36 millones de toneladas menos de arroz.

Un menor rendimiento de los cultivos significa precios más altos en los alimentos. De acuerdo con el último informe de la FAO, ya en marzo los precios internacionales del trigo repuntaron hasta un 75% a nivel interanual como consecuencia del empeoramiento de las disponibilidades mundiales del grano. En África Subsahariana y América Latina, la inflación durante los últimos tres meses llegó a casi el 14% y 12% respectivamente, patrocinada por el encarecimiento de los comestibles. En Nigeria, donde la inseguridad alimentaria afectaba a seis de cada 10 personas incluso antes de que estallara la guerra, se registró en marzo un aumentó en los precios del pan y el arroz de más del 30%.

Según Baffes, incluso si la guerra en Ucrania termina pronto, es probable que los precios de los fertilizantes se mantengan elevados durante varios años, lo que empujará a un mayor número de personas a la inseguridad alimentaria. Tanto el Banco Mundial como Oxfam consideran que las regiones más perjudicadas serán Medio Oriente y África, debido a su gran dependencia a las importaciones de cereales.

Dependencia alimentaria

Hanna Saarien, consejera de políticas agrarias y de alimentación de Oxfam, precisa que hay 14 economías en desarrollo que importan más del 50% de su trigo de Rusia y Ucrania, por lo que la guerra los ha dejado vulnerables. Entre los afectados están Líbano, Egipto, el Congo, Somalia o Eritrea. Algunos de estos países dependen casi en su totalidad de las compras que hacen a Moscú o Kiev. En otras regiones la situación se agrava por la inherente escasez de alimentos que ya existía. Es el caso de Yemen, Siria, Kenia y Etiopía, donde más de la mitad de su población no tiene comida.

El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas considera que hasta 323 millones de personas padecerán hambre en 2022 como consecuencia de que la guerra en Ucrania se ha prolongado más allá de abril. Ante el riesgo de que aumente la pobreza alimentaria, distintas organizaciones internacionales se han comprometido a ofrecer más apoyo para obtener suministros, pero se trata de una solución a corto plazo. En el largo, la dependencia a las ayudas es insostenible, por lo que los gobiernos deben invertir más en los sistemas agrícolas locales.

Saarien explica que los países en desarrollo no han apoyado lo suficiente a los productores nacionales. Pone el ejemplo de África, que en 2014 firmó la Declaración de Malabo, un documento en el que los gobiernos se comprometían a invertir el 10% de su presupuesto en la agricultura. Una década después, la mayoría de ellos invierte entre el 1% y 2%, según la analista de Oxfam.

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Sobre la firma

Denisse López
Es redactora de la sección de Economía de EL PAÍS y CINCO DÍAS. Escribe habitualmente de macroeconomía y coyuntura. Se incorporó a esta casa en 2022, después de haber trabajado en distintos medios digitales en México. Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional Autónoma de México, y el Máster de Periodismo UAM-El País.

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