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La contaminación acústica silencia el fondo marino

El proyecto Saturn reducirá el impacto del tráfico de barcos El uso de hidrófonos permite evaluar el daño en la fauna

El objetivo de Saturn es entender los efectos del ruido radiado por los barcos comerciales en las especies marinas.
El objetivo de Saturn es entender los efectos del ruido radiado por los barcos comerciales en las especies marinas.
CINCO DÍAS

Un montón de peces vagan por los mares, desorientados, debido al aumento de decibelios que perturba el ecosistema oceánico. Solo es un ejemplo. “Los corales, los cefalópodos, todos los invertebrados y, por supuesto, los cetáceos acusan el ruido causado por la actividad humana”, expone con convicción Michel André, científico especializado en escuchar bajo el agua la comunicación entre los cetáceos.

“Hace 30 años no existían las tecnologías para descubrir y describir estos paisajes sonoros, naturales, del fondo del mar; una nueva dimensión acústica que, a la vez, nos hace ser testigos del daño que se está provocando en los órganos sensoriales de los habitantes de los océanos”, continúa. “A pocos metros de profundidad ya no hay luz y el sonido es su único soporte para interrelacionarse”, añade el también director del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) de la Universitat Politècnica de Catalunya, Barcelona Tech UPC.

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El LAB es una de las 20 instituciones que participan en el proyecto europeo Saturn (Solutions At Underwater Radiated Noise), consorcio con un enfoque multidisciplinar que reúne a profesionales de diez países para frenar esta contaminación.

“Una de las más graves que pesan sobre los océanos, especialmente desde que el tráfico marítimo ha ido a más, y que, sin embargo, ha permanecido invisible e inaudible casi 80 años, hasta que con sensores acústicos hemos podido verla y oírla”, comenta André.

Sonido veloz e intenso

Aunque imperceptible para nuestro oído, el sonido submarino estaba ahí, “pero hace unas cuatro décadas se aceleró el desarrollo y, por tanto, su deterioro, sobre todo a partir de las prospecciones de gas y petróleo.

Que cada vez haya más ojos y oídos en el medio marino para localizar y medir los riesgos es crucial, a pesar de que la investigación añada su propio ruido, como con el uso de sónares. Además su velocidad de trasmisión y su intensidad en el agua complican la cosa: unos 16 decibelios sobre el sonido en aire y capaz de moverse 1.500 m/s”, detalla José Luis García Varas, responsable del programa marino de WWF.

También la organización Greenpeace lleva años mostrando preocupación: “¿A quién no le afecta este problema? El ruido no conoce fronteras, por eso reclamamos un tratado global de los océanos, similar al Acuerdo de París, pues tan solo un 3% de las aguas están protegidas internacionalmente”, subraya Pilar Marcos, bióloga marina y portavoz de este movimiento global, quien aplaude que en el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 14 ya contemple “ese ruido antropogénico tan falto de evaluación”.

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Y al interés de la ONU por mitigar esta degradación creciente se suma Proyecto Saturn, aunque con cierto retraso por el Covid-19. Ahora, con 8,9 millones de euros del Programa Horizon 2020 y coordinado por el Centro de Investigación de Energía y Clima Marino (MaREI), se ha activado su doble propósito para devolver al mar su equilibrio: aportar datos sobre el límite de tolerancia al ruido de las especies que lo sufren, “estudiando sus receptores biológicos”, así como trabajar en el diseño de hélices para embarcaciones que eviten la cavitación –“ruido muy intenso por la explosión de las microburbujas de aire que crean al girar estas”–, explica el director de LAB sobre los trabajos que les ocuparán durante cuatro años.

Para Michel André, atajar con soluciones técnicas y de ingeniería el perjuicio derivado del transporte por mar es lo novedoso. Aparte de urgente, pues “con más de 100.000 buques comerciales transitando por las rutas marítimas, pocos rincones quedan intactos a excepción de los polos, por su protección natural de hielo”.

Como contraste, hay muchos puntos calientes que coinciden con pasillos de navegación. “En España, sin duda, son zonas críticas Canarias y el estrecho de Gibraltar”, reseña Pilar Marcos. André añade como otros ecosistemas también muy deteriorados, como el canal de la Mancha y el sureste asiático, “pero afectados están todos. Y un océano sin ruido biológico está muerto”. Mucho que curar para que, según el hombre vaya callando, el mar vuelva a escucharse.

Boyas de monitorización en Canarias

 

CanBIO. En este macroproyecto de una red de boyas oceanográficas trabajan las dos universidades canarias, la de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y la de La Laguna (ULL), para interpretar los indicadores ecoacústicos que ayuden a preservar los fondos marinos. “Estas islas son interesantes porque muchas rutas de navegación (de ocio y comerciales) interceptan zonas de paso de animales marinos y demostrar que, con determinados datos y sus consiguientes normativas, las cosas se pueden hacer mejor”, opina Fernando Rosa, quien lidera con su grupo de investigación bioacústica física de la ULL una de estas iniciativas.

 

 

BuoyPAM. Es el subproyecto “de monitorización acústica de actividad biológica en boyas” que dirige. “Esta medición no es nueva, pero sí que estamos recibiendo la información en tiempo real y nos ayudará a determinar tendencias, gracias a la instrumentación generada. Eso sí, por ser estaciones aisladas se mandan menos datos”, explica el ingeniero.

 

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