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El INE ultima el rediseño del IPC para adecuarlo a los hábitos de consumo de la pandemia

Rebajará el peso de bienes y servicios cuya demanda se ha desplomado Casos como el de las vacas locas ya provocaron desajustes pero más limitados

IPC y Covid
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Juande Portillo

La crisis económica abierta por la pandemia del Covid-19, como consecuencia de la propagación de un virus que literalmente ha paralizado el mundo durante meses, ha sido de tal magnitud que ha dejado desfasadas algunas de las principales brújulas económicas. Es el caso del Índice de Precios de Consumo (IPC), que habitualmente resulta un indicador fidedigno de la variación del coste de la compra, la evolución de la inflación o la pérdida y ganancia del poder adquisitivo. Los drásticos cambios provocados en los hábitos de consumo por el Gran Confinamiento, los cierres perimetrales y de fronteras, o las restricciones comerciales y horarias impulsadas para contener la pandemia, entre otros ejemplos, han restado eficacia a este termómetro de precios hasta tal punto que el Instituto Nacional de Estadística (INE) ultima una revisión de calado para adecuar el IPC a los tiempos del coronavirus.

En realidad, el INE acomete cada año una revisión del índice realizando ajustes en la ponderación que los diferentes bienes y servicios tienen en la cesta de la compra de los españoles a fin de ir adaptándolo a los usos del país y ofrecer así la foto más acertada posible. Sin embargo, los cambios se realizan fundamentalmente tomando como referencia la última Encuesta de Presupuestos Familiares que el propio INE publica anualmente con datos del ejercicio anterior. Esto significa que el Instituo Nacional de Estadística estableció la metodología del IPC con la que se mediría la variación de precios en 2020 tomando como guía los datos de consumo de los hogares de 2018. Uno año que poco tenía que ver con lo que estaba por venir, lo que restó sensibilidad al índice a la hora de medir los vaivenes que iba a ocasionar la pandemia.

Por poner un ejemplo, durante el pasado mes de abril, en el que coincidieron el confinamiento domiciliario con varios días de cierre de toda actividad no esencial en el marco del primer estado de alarma, el IPC protagonizó un retroceso interanual del 0,7%. Un descenso de precios que pocos españoles notaron. La caída estuvo provocada principalmente por el desplome de los combustibles, que fue del 34,1% frente al de un año anterior en un contexto en el que apenas había movilidad, de tal forma que el petróleo llegó a cotizar en negativo por primera vez en la historia. Por el contrario, los consumidores vieron como las frutas se encarecían un 12,8% interanual, el pescado lo hacía un 10,5%, la carne de cerdo, un 8,2% y el azúcar un 7,9%, por poner algunos ejemplos. Cambios que tuvieron una repercusión real en la tendencia de los precios mucho más importante que la que reflejaba el IPC, dado que la ciudadanía estuvo obligada a pasar ese mes en casa, con escasas excepciones.

En todo caso, el INE ya puso en marcha por entonces dos indicadores centrados en los consumos más afectados por la emergencia sanitaria. De un lado, publicó el subíndice de bienes Covid, que incluía productos de alimentación, bebidas, tabaco, limpieza y útiles no duraderos para el hogar, artículos farmacéuticos y para el cuidado personal, o comida para animales, arrojando un alza de precios del 3,1%. Por su parte, los llamados servicios Covid, como el alquiler de vivienda y garajes, aguas, alcantarillado, recogida de basuras, gastos comunitarios, electricidad, gas, gasóleo para calefacción, servicios de telefonía, música y televisión en streaming, seguros, comisiones bancarias y servicios funerarios, se rebajaron un 0,17%.

Aunque estas dos variables ofrecían una mejor orientación sobre la evolución de los precios, el INE ha considerado que la revisión debía ir más lejos de cara a 2021. De hecho, Eurostat ha instado a todos los países comunitarios a revisar las ponderaciones de bienes en sus indicadores de inflación para adaptarlos a los nuevos hábitos desde este enero. Para cumplir con ese objetivo, el INE trabaja a contrarreloj para rediseñar el cálculo del IPC con una metodología adaptada a la pandemia que aspira a tener lista en la primera quincena de febrero a fin de publicar durante dicho mes las oscilaciones de precios del arranque de 2021 con una herramienta más acorde a los tiempos que corren.

“Este año, la actualización del IPC va a ser distinta por el Covid”, confirma Ignacio González Veiga, subdirector general de estadísticas de precios y presupuestos familiares del INE. “Si procediésemos como todos los años, actualizando las ponderaciones de los bienes y servicios con la Encuesta de Presupuesto Familiares, usaríamos los datos de 2019”, publicados a mediados de 2020, explica, lo que supondría medir los precios de 2021 con una regla prepandémica. Teniendo en cuenta que la Encuesta de 2020 no se publicará hasta mediados de este año, el INE se ha visto obligado a apurar plazos y fuentes de información para articular el nuevo modelo de IPC.

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“Sabemos que hay campos que se han visto afectados clarísimamente. A grandes rasgos, el tipo de alimentación se ha visto modificada por la pandemia y hemos visto caída de consumos en muchísimas cosas que solíamos hacer, como son el gasto en hoteles, restaurantes o cafeterías”, ilustra González.

La última metodología del INE para el cálculo del IPC daba la mayor importancia al grupo de alimentos y bebidas no alcohólicas, dándole un 19,8% sobre toda la cesta de la compra, pero situaba en segunda posición los transportes, con un 14,7%, que lógicamente no tuvieron tal importancia en 2020. Tampoco los hoteles, cafés y restaurantes, con un 12,1%, o el ocio y la cultura, con un 8,5%, mientras que los gastos en medicina, del 4%, podrían haber ganado peso.

Para actualizar los datos, el INE acudirá a todas las bases de datos oficiales disponibles, internas y exógenas, primando las más actualizadas y obviando las empresariales para evitar sesgos, prestando especial atención a los grupos de bienes y servicios más afectados para redibujar su peso en la cesta de la compra. Para el consumo de tabaco, por ejemplo, se recurrirá a los datos de Altadis; para el de alimentos, al Ministerio de Agricultura; para el transporte de viajeros al propio INE; y, para otros casos, a Contabilidad Nacional. En el INE asumen que “será difícil hilar fino”, pero lo importante, matizan, es captar bien las tendencias. “De un año a otro, una variación del 5% arriba o abajo era mucho”, ilustra González, pero en este ejercicio, en el que se temen variaciones de dos dígitos, la clave, más que cifrarlas, es determinar si el signo es positivo o negativo.

El riesgo ahora es que tomar tanta información de 2020, muy condicionado por las semanas de confinamiento total, no sea fiable para un 2021 en el que si la campaña de vacunación se acelera los últimos meses puedan parecerse más a la antigua normalidad. El INE, sin embargo, ya ha lidiado con variaciones de calado en la cesta de la compra que tienen solo un impacto temporal, aunque con impacto más limitado. “Hay ejemplos como el de las vacas locas, que provocó que a mitad de año se dejara de consumir carne de vaca”, ilustra González, que expone que si entonces le hubieran restado el peso equivalente a la caída del consumo del año previo la desviación habría sido excesiva, porque luego se normalizó. En esta ocasión, la postura más prudente parece ser contar con que 2021 se parecerá bastante a 2020. Lo que no se puede hacer, aclara el experto, es actualizar las ponderaciones del índice cada mes para amoldarlo a la realidad, porque entonces el IPC perdería su valor para hacer comparaciones. “Si todos los meses cambiáramos pesos y precios perderías la referencia. No sabrías por dónde te estás moviendo” respecto al arranque del año, concluye, defendiendo que, al menos así, “sabemos que lo que estamos dando son evoluciones ciertas de precios”.

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