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El Covid-19 abre la puerta a una semana laboral flexible

La primera ministra de Nueva Zelanda anima a reducir el trabajo a cuatro días para impulsar la economía

La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern.
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern.GETTY IMAGES

La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, animaba hace unos días a las empresas a reducir la semana laboral a cuatro días con el objetivo de impulsar el turismo nacional y reactivar la economía. La medida no solo ayudaría al sector turístico mientras las fronteras permanecían cerradas, sino que también estaba pensada para ayudar a la conciliación personal y profesional de los trabajadores.

A través de un directo de Facebook, Ardern invitaba a que las compañías y los empleados reflexionasen individualmente si era posible reducir la semana u adoptar otras medidas de trabajo flexible. La profesora de ESIC Raquel Davo explica que esto se engloba dentro de un cambio cultural que proporciona más flexibilidad a la hora de trabajar y abre un nuevo mundo de posibilidades en el entorno laboral. La carrera hacia esta transformación sufrió un importante empujón con el confinamiento, cuando gran parte de las empresas instauraron el trabajo en remoto de sus empleados. “El teletrabajo es el test rápido del cambio cultural”, asegura Davo, quien defiende que el contexto actual podría acelerar tendencias que, de otra manera, tardarían años en implementarse.

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Davo sugiere que, teniendo en cuenta lo bien que ha funcionado el teletrabajo, se podría extender un formato que ya es habitual en algunas compañías: los empleados acuden cuatro días a la oficina y teletrabajan el quinto desde el lugar que prefieran. Siempre que sea posible, la profesora de ESIC es partidaria de que cada persona pueda diseñar su jornada a su medida en función de en qué momentos puede trabajar mejor.

En esta línea, Santiago García, cofundador del observatorio Future for Work Institute, cree que el problema es que no se ha entendido bien el teletrabajo. “No debe ser solo un desplazamiento del lugar de trabajo, sino que cada uno pueda adaptarse mejor a sus tiempos y su entorno. Así, estas personas tendrían más tiempo para consumir e incluso para viajar, porque se pueden llevar el ordenador y conectarse desde cualquier parte”, prosigue el experto.

Una idea con la que comulga la directora académica del área de Personas y Organización en la UPF Barcelona School of Management, Mercè Martín, quien cree que es una cuestión de racionalización de horarios. “Las jornadas laborales acaban alrededor de las ocho. Es entonces cuando se empieza a tener tiempo libre, pero no solo para estar con la familia sino también para realizar otras actividades como comprar, ir al gimnasio… Si se sale tan tarde, poco se va a poder consumir”, apunta la profesora de la UPF. A su juicio, la clave está en utilizar el teletrabajo como una herramienta para la conciliación, no para reproducir exactamente lo que se hace en la oficina. Aumentar la flexibilidad del tiempo de trabajo no solo permitiría trabajar menos días sino también, si así se desea, realizar el ejercicio contrario: repartir las horas a lo largo de toda la semana –incluido el fin de semana– para contar con más tiempo libre cada día.

Otra opción en concordancia con la propuesta de la primera ministra de Nueva Zelanda sería limitar el número de horas semanales que se dedican al trabajo sin que haya que recuperarlas en otro momento. Para el director de Deusto Asuntos Globales de Deusto Business School, Juan Moscoso del Prado, esto puede ser muy positivo para el turismo siempre que sea de manera temporal y se contemplen ayudas para las partes implicadas. “En caso de que se reduzcan las jornadas pero se mantengan los salarios, el Estado deberá compensar la pérdida de horas a los empresarios. Por el contrario, si se bajan los sueldos, los trabajadores deberían recibir un cheque del Estado, como si fuera un ERTE de un día a la semana”, justifica. Un bono similar al que plantea Italia podría ser una medida a combinar con la anterior, prosigue el académico.

En el lado contrario, la directora del Observatorio de Conciliación y Corresponsabilidad de la Universidad Pontificia Comillas, María José Álvarez López, plantea dos problemas: que las empresas no tengan en este momento la fortaleza suficiente para realizar la inversión que implica la reducción de jornada y que a los trabajadores les cueste desconectar por completo durante ese día en el que antes trabajaban. En cualquier caso, la directiva considera positivo que surjan este tipo de propuestas. “Es interesante que se rompan los moldes y los estereotipos, que se deje de ver el trabajo como algo totalmente rígido”, concluye.

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