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Los museos levantan su marca con la reparación histórica

El Louvre trabaja para identificar las obras compradas tras el expolio y el robo de los nazis

Vista del Museo Louvre de París.
Vista del Museo Louvre de París. GETTY IMAGES
Pablo Sempere

La memoria y la reparación histórica se han convertido en una nueva herramienta de marketing y de construcción de marca para los grandes museos. El Louvre de París es, sin duda, una de las pinacotecas que antes ha tomado cartas en el asunto, impulsando iniciativas nunca vistas hasta ahora. La institución francesa, desde este año, trabaja con Emmanuelle Polack, especializada en el mercado de arte durante la ocupación nazi en Francia, para “esclarecer y aportar toda luz sobre las adquisiciones” del Louvre y otros museos nacionales entre 1933 y 1945, con el fin de reparar cualquier situación derivada del expolio o el robo nazi durante el Tercer Reich.

“Es uno de los desafíos más grandes que tenemos entre manos. Tenemos que buscar cada vez más transparencia en el origen y la trazabilidad de las colecciones, permitiendo que los investigadores y el público en general tengan acceso a las obras, incluidas las que están en reserva. Tenemos que hacer un esfuerzo especial en la investigación entre los años 1933 y 1945”, explica Jean-Luc Martinez, presidente y director del Louvre. Por ahora, el museo parisino ha detectado 10 obras de origen dudoso, y aunque todavía no se han decidido cuáles serán las medidas que llevarán a cabo, sí hay un interés “por buscar una solución justa”.

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El arte expoliado durante el Tercer Reich es uno de los casos recurrentes que salen a la luz cada cierto tiempo. Otros también comunes son los derivados del expolio colonial. Sea como sea, asegura Laura Sánchez Gaona, abogada de arte y patrimonio cultural en Ramón y Cajal Abogados, “se están produciendo avances en esta línea. Pero son avances que, a falta de una norma internacional imperativa, llegan porque los museos e instituciones empiezan a tener en cuenta los derechos morales, más allá del derecho positivo de cada país y de los convenios internacionales, que a veces topan con el obstáculo de la irretroactividad”.

En España, un caso paradigmático fue el que rodeó al Museo Reina Sofía a finales de la década de los noventa, cuando la institución, entonces presidida por José Guirao, contactó con los descendientes de David-Weill para ponerse a su disposición a la hora de gestionar una obra expoliada por los nazis y que llegó al museo en 1995. Entonces, los descendientes firmaron un documento por el que daban legitimidad a todo el proceso de adquisición del cuadro, dando el visto bueno a que la obra permaneciese en el centro. “Por los cauces legales, salvo que se habiliten mecanismos de restitución con fuerza imperativa, es complicadísimo, sobre todo después de haber pasado tanto tiempo, decidir si una obra se adquirió o no honradamente y de forma legal”, prosigue Sánchez Gaona. Por eso, aunque los propietarios actuales tengan por lo general las de ganar en este tipo de pleitos, “se están revisando estos casos por cuestiones morales y de memoria, y también por la propia imagen que proyectan las instituciones. En algunos países se está optando a estar más abiertos a restituciones cuando sea posible demostrar el origen ilícito de la adquisición, más allá de aplicar estrictamente los cauces jurídicos locales”, señala.

Hay una tendencia creciente desde las grandes pinacotecas “a fomentar este tipo de restituciones, o a llegar a acuerdos con los países o personas afectadas para intentar buscar una solución intermedia y aceptada por ambas partes”, afirma Mónica Olivares, profesora de la facultad de Bellas Artes de la UCM. Pero también hay casos en los que la resistencia es mayor. España, con el cuadro de Camille Pissarro Rue Saint-Honoré, dans l’après-midi. Effect de pluie (Calle de Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia), propiedad del Museo Thyssen, es uno de los mejores ejemplos. Tras varios años de conflicto judicial entre los Cassirer –descendientes de la propietaria robada por los nazis– y el centro, “el pasado ejercicio, un juez de Los Ángeles dio la razón al Thyssen al no poder demostrar que la compra de la obra no fue lícita. Sin embargo, aconsejaba al Thyssen y a España devolver el cuadro”, explica Bernardo Cremades, el abogado que representa a los Cassirer.

Esto sucede, continúa Cremades, porque estos casos “están regulados únicamente por declaraciones no vinculantes que ratifican los países, pero que realmente no tienen ningún poder”. También sucede, añade Laura Sánchez Gaona, que a nivel español no hay ninguna ley que distinga entre los bienes culturales y artísticos y los bienes muebles de cualquier otro tipo a efectos de su reivindicación en vía civil, “por lo que hay que ceñirse a la aplicación de los preceptos del Código Civil, siendo especialmente difícil el encaje de estos supuestos de restitución en los plazos para la usucapión de bienes muebles y la protección del propietario actual si ha comprado algo de forma lícita y con buena fe”.

Sin pasar por alto la buena voluntad de algunos museos y propietarios, los expertos reclaman una norma internacional e imperativa, que sea de obligatorio cumplimiento y de alcance internacional en materia de restitución de bienes robados o expoliados. También abogan por soluciones mixtas, en las que una obra puede estar presente en un museo dejando constancia de quiénes son sus propietarios legítimos.

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Sobre la firma

Pablo Sempere
Es redactor en la sección de Economía de CINCO DÍAS y EL PAÍS y está especializado en Hacienda. Escribe habitualmente de fiscalidad, finanzas públicas y financiación autonómica. Es graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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