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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lagarde se estrena con mandatos exigentes a los políticos europeos

Mantendrá en lo esencial la política de Draghi, pero da a entender que su paciencia no es infinita

CINCO DÍAS

Christine Lagarde pronunció el viernes en Francfurt su primer discurso oficial al frente del Banco Central Europeo, en su participación en la Conferencia Anual de Banca, y tras dar pistas que confirman que mantendrá lo esencial de la política monetaria de su antecesor Mario Draghi, mostró un interés renovado de la institución que dirige por una mayor implicación doctrinal en el comportamiento económico de la zona euro, sobre todo en las grandes líneas estratégicas que debe ejecutar. Con un talante de mayor comprimiso político del que Draghi tenia acostumbrados a los mercados y a los políticos europeos, Lagarde cifró unos cuantos mandatos muy exigentes para explotar económicamente los activos europeos y competir en liderazgo con el resto de las zonas monetarias e industriales.

Como antes Draghi, Lagarde mantendrá hasta nueva orden los tipos de interés superbajos, liquidez infinita para las entidades financieras e inyecciones de expansión cuantitativa para garantizar una correcta transmisión de la política monetaria a la actividad y combatir las amenazas, nunca del todo conjuradas, de la deflación. Mantendrá, por tanto, la larga tregua que las autoridades monetarias han concecido a los gobiernos de los países europeos para adaptar sus sistemas productivos a un entorno abierto y competitivo en el mundo, así como para colocar sus finanzas públicas en estatus sostenibles y en disposición de hacer frente a los desafíos venideros, especialmente al acelerado envejecimiento demográfico que campa en el continente. Pese a ello, anunció revisiones en la política monetaria que no detalló, pero que se antojan más nominales que otra cosa.

Lo que sí da a entender Lagarde es que la paciencia no será infinita. Por ello apremió también a usar el presupuesto público de los países para estimular el crecimiento, y con él, el avance de los precios, y permitir una relajación de la laxitud monetaria, que tiene condicionado el comportamiento de la actividad y de los mercados financieros, así como maniatada a la banca. Pero fue más explícita que su antecesor al apuntar a una explotación integral de la directiva de servicios y al uso de la inversión pública para lograr una prima adicional de crecimiento en la zona euro, que aproveche el impulso de la tecnología para recuperar productividad.

En Europa no todos los países pueden cumplir con esta exigencia fiscal, por la nula capacidad de maniobra (España es el mejor ejemplo, como los son Italia o Francia), y los que sí la tienen deben apreciar retornos adicionales para explotarla, o admitir que la Unión debe disponer, en caso contrario, de un presupuesto público mucho más generoso que supla el gripado motor del gasto público de los Gobiernos, en unos casos por incapacidad y en otros por falta de convicción.

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