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Rocío Muñoz: “Conservamos los oficios y frenamos la despoblación”

Está al frente de una tienda para marcas españolas con historia

MANUEL CASAMAYÓN

La calle de Cervantes de Madrid aloja, desde hace poco más de un año, la tienda de Real Fábrica, un comercio que busca dar salida a marcas españolas con historia. A la cabeza del proyecto está Rocío Muñoz (Sevilla, 1976), quien reconoce que su verdadero despacho es el coche: “Tenemos 120 proveedores, mientras que una empresa suele tener 20. Nuestro valor añadido es el tiempo que paso con los artesanos; queremos que sean conscientes del valor de lo que hacen”.

Para descubrir a los creadores que reposan en sus estanterías, en las que se puede encontrar desde mantas de Ezcaray a ultramarinos, la mejor receta son kilómetros de carretera. “Al principio me costaba hasta encontrar los pueblos porque no había ni Google Maps”, bromea. Una de las tareas a la que más esfuerzos dedica es a convencerlos de que produzcan para ella, pues al principio suelen desconfiar. “Te los tienes que ganar personalmente”, apunta la emprendedora, para quien compartir los mismos valores es uno de los requisitos indispensables a la hora de hacer negocios.

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Real Fábrica nació en 2012 con 1.500 euros, lo necesario para lanzar una página web, según explica su responsable, pero en cuanto fue posible se aventuró a abrir también un local. “Siempre tuve claro que el proyecto era físico; la plataforma online funciona muy bien, pero esto tienes que vivirlo”, insiste, mientras mira las paredes de ladrillo, las vigas vistas y el suelo de cemento.

Cuando se decidió a emprender, la empresaria estaba trabajando para una multinacional y se encargaba de implementar canales de distribución para marcas internacionales como Primark o Inditex. “Empecé a ver que el centro de las ciudades se estaba perdiendo porque todas estas tiendas eran una réplica exacta en todos los lugares. Estaba segura de que el futuro no podía ir por ahí”, desarrolla. Por ese motivo, el local de Real Fábrica, situado en el barrio de las Letras, le pareció la mejor opción posible: “Es ideal porque es muy castizo y tiene turismo, pero no como Sol, sino uno interesado en la artesanía y la cultura. Nuestros clientes son los que van al Thyssen y al Prado”.

Asegura que tampoco tiene que hacer un gran esfuerzo para transmitir el valor de los productos. “La artesanía buena habla por sí sola”, apunta. Los turistas representan alrededor de la mitad de las ventas de lo que ella llama “souvenirs sofisticados”. Por su parte, los locales se inclinan por las marcas de su infancia que creían desaparecidas, como los caramelos de gajos de naranja, pues muchas se estaban replegando por lo complicado que es la distribución para las más pequeñas. “Somos una forma de conservar estos oficios que se estaban perdiendo y frenar la despoblación, porque pueden recibir ingresos mientras siguen en su pueblo”, comenta la responsable de una empresa que espera facturar 650.000 euros este año.

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