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Meteora, a un paso del cielo y al borde del abismo

Monasterios construidos sobre rocas en el aire

Imagen de Varlaám.
Imagen de Varlaám.GettyImages

La naturaleza es caprichosa y hace miles de años decidió salpicar de pináculos de vértigo la rasa región de Tesalia (Grecia). La osadía humana no tiene límites y quien más, quien menos ha soñado alguna vez con subirse a la cima de una montaña y olvidarse del mundo. Bienvenido a Meteora, en griego, el lugar de las rocas suspendidas en el aire.

Un paisaje casi extraterrestre si no fuera porque en los viejos monasterios ortodoxos que coronan las cumbres de estas monumentales piedras, a unos 600 metros sobre el suelo, se nota la mano del hombre. En cualquier caso tienen un aire divino, sobre todo si decide viajar en invierno, cuando la niebla camufla las formaciones rocosas y los conventos emergen sobre las nubes como por arte de magia.

Descubra uno de los paisajes griegos más insólitos del mundo

Unos 370 km al noreste de Atenas separan las animadas localidades de Kalambaka y Kastraki y hasta ellas tendrá que trasladarse –en coche, tren o bus de línea– para ver estos singulares monasterios y las fantásticas vistas que ofrecen. Olvídese de las prisas y de las visitas exprés. No se arrepentirá si dedica, al menos, dos o tres días para descubrir los tesoros de la zona, hacer alguna ruta de senderismo o alguna vía ferrata facilona.

Los expertos en escalada se sentirán como un monje a punto de rozar el cielo. Porque fueron ellos los que, imitando a antiguos eremitas, que se habían refugiado en cuevas naturales y oquedades de estos majestuosos pilares verticales, comenzaron a construir en el siglo XI y en sus casi inaccesibles cimas los retiros que hoy son un reclamo turístico.

Las campanas de Kalambaka.
Las campanas de Kalambaka.

En la época de mayor esplendor, en el siglo XV, había 24 monasterios ricamente decorados y con importantes frescos en su interior. Hoy solo quedan 13 y, de ellos, solo se pueden visitar seis. Lo primero que le sorprenderá al llegar es ver que antiguas escaleras de cuerda y rudimentarios montacargas penden aún de las paredes peladas de las meteoras. Era la forma que tenían los monjes de ascender por sí mismos y remontar alimentos y provisiones. Alguno se despeñó en el intento.

No se preocupe, hoy día se han habilitado caminos, puentes, escaleras y una carretera que le lleva hasta la misma puerta de los conventos. Dependiendo de su estado de forma y tiempo, podrá hacer el camino a pie y disfrutar del paisaje –unos 15 km–, contratar una excursión con un guía local –unas cuatro horas de duración–, en coche o minibús o hacer el trayecto en un vehículo o moto de alquiler.

Los frescos del monasterio de Varlaám.
Los frescos del monasterio de Varlaám.

La entrada a los monasterios cuesta unos tres euros. Consulte horarios y días de cierre para no llevarse sorpresas y no lleve chanclas, camisetas de tirantes, pantalón corto o minifalda porque no le dejarán pasar. Si se le olvidan estas normas de decoro en el vestir, puede alquilar chales y pareos para cubrirse a la entrada. Los que se pueden visitar son:

Varlaám. Fundado en 1518, está situado sobre una garganta. Se accede a él por una pasarela y una escalera de piedra. La iglesia de Ágii Pándes y la capilla de los Tres Jerercas conservan notables frescos. En el convento destaca la cúpula de la enfermería y la torre de los Vrizones, donde hay un antiguo montacargas.

Gran Meteoro (1380). Junto con Varlaám, el otro más importante también es conocido como el de la Transfiguración o de la Metamorfosis. Su iglesia, de planta griega, alberga en su santuario frescos similares a los del monte Athos. Destaca también el tesoro del refectorio con su mitra de oro.

Santísima Trinidad o Triada (1438). Está construido sobre un risco aislado. Su iglesia bizantina conserva ricos frescos y desde él se contempla una bellísima panorámica.

Los antiguos conventos parecen nidos de águila que desafían la gravedad encaramados a colosos de piedra

San Esteban. Similar a una fortaleza, se sitúa en un pico separado de la montaña por un barranco atravesado por un puente de piedra. Desde la parte de atrás de la iglesia hay una preciosa vista del valle.

San Nicolás. Tendrá que subir una escalera para llegar a él. Data de principios del siglo XIV y se construyó sobre las ruinas de otro. Conserva los primeros frescos firmados del maestro cretense Theofanis.

San Roussánou. Reconstruido en el siglo XVI, parece un nido de águila en lo alto de la roca. Conserva frescos y desde él se ven las ruinas del antiguo monasterio Moní.

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