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La tribuna de los fondos
Tribuna
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El peligro del exceso de confianza al invertir

Tener demasiada seguridad en el propio desempeño lleva a tomar decisiones erróneas

Pixabay

El año 2018 está pasando cual apisonadora por encima de los grandes consensos y recomendaciones que gran parte del mercado daba a los inversores a principios del mismo: “el dólar/euro se irá a 1.30”, “el bund repuntará hasta 0.80%-1%”, “es el año de la Bolsa europea”, “es momento para invertir tanto en Bolsa como en deuda de países emergentes”, “la renta variable americana está cara”, “la FAANG son la próxima burbuja”… Aún le quedan tres meses a 2018 pero mucho tienen que cambiar las cosas en un trimestre como para que al menos la mitad de dichas predicciones resulten acertadas.

Ayer escuché a un exitoso gestor de un hedge fund decir ante una numerosa audiencia: “I know, I know, I know that I don’t know”, y esta socrática confesión me llevaba a reflexionar sobre los errores que cometemos a veces los que tomamos decisiones de inversión (vale para gestores de fondos y carteras, asesores, selectores de fondos y, en última instancia, inversores).

Algunos de esos errores están causados por lo que se denomina exceso de confianza o efecto superconfianza. Esto se da cuando ante la toma de decisiones en un entorno de incertidumbre (como el que vivimos) confiamos demasiado o sin fundamento en nuestra capacidad de acertar. Se puede aplicar a todos los ámbitos de la vida, pero ya que nos ocupan las inversiones, veamos cómo aquí también tiene efecto.

Se puede manifestar de tres formas:

1. La creencia en que somos mejores que la media a la hora de tomar decisiones de inversión (exceso de confianza en el desempeño propio en relación al de otros). Esto se mide por el desempeño pasado y si lo aplicamos, por ejemplo, a la selección de fondos de inversión, vemos que muchos inversores y selectores se limitan a juzgar la calidad de un fondo o un gestor exclusivamente por la rentabilidad pasada respecto a un índice o a una categoría y tienden, además, a extrapolar dichas rentabilidades a futuro.

2. Tendemos a exagerar el éxito de nuestros aciertos y pensamos que, por acertar una vez, acertaremos siempre (exceso de confianza en el desempeño propio). A veces tomamos decisiones arriesgadas que nos salen bien. Cuántas veces hemos visto ejemplos (incluso cenando con amigos) de inversiones muy arriesgadas que han sido tremendamente rentables y pensamos que cada vez que tomemos decisiones así vamos a acertar. El mejor ejemplo que se me ocurre para este año es el deseo de comprar bitcóins a 16.000 dólares…

3. Creemos que nuestra opinión o “visión de mercados” es la buena, con independencia de que sea absolutamente contraria a otras (certeza injustificada en nuestras propias creencias). Aquí también vemos gestores e inversores que se empeñan en mantener posiciones que pueden ser tremendamente dolorosas a pesar de que el mercado les quita continuamente la razón.

Para ser justos, estas tres formas de superconfianza no solo las sufren otros, sino que nos afectan a cada uno de nosotros. Lo que nos enseña la experiencia de muchos años de invertir los ahorros de nuestros inversores es que el exceso de confianza lleva muchas veces a tomar malas decisiones de inversión. Vivimos en un entorno de incertidumbre y tenemos que acostumbrarnos a ello. Evidentemente se espera de nosotros que tengamos una opinión y que tomemos decisiones propias, pero gestionar una cartera no consiste solo en agrupar nuestras grandes certezas sino en cuestionarnos continuamente qué pasaría si la realidad va por otro lado. Es decir, cómo controlar el riesgo, limitar las caídas máximas y hacer más placentera para nuestros clientes la experiencia de invertir.

Como gestores de fondos de fondos, nuestro proceso de inversión está compuesto de varios pasos.

El primero es decidir la distribución de activos más adecuada para cada perfil de riesgo. A principios de 2018 decidimos que el activo más arriesgado era la renta fija y el menos arriesgado era la renta variable. Justo al contrario de las percepciones de los inversores. Las carteras conservadoras se enfrentan y se seguirán enfrentando a un entorno complicado y decepcionante en términos de rentabilidad, mientras que los inversores de renta variable, aunque soportarán volatilidad, verán que los precios de las acciones seguirán subiendo mientras suban los beneficios empresariales (tal como está ocurriendo).

El segundo paso es seleccionar buenos gestores. La selección de fondos es algo más que una selección de cromos. La combinación de dichos gestores entre sí tiene que tener sentido, aportar diversificación, disminuir los sesgos excesivos. La hiperdiversificación no tiene sentido como tampoco lo tiene la concentración en un solo gestor. Sabemos por experiencia que incluso os mejores fallan en algún momento de su vida, los proyectos cambian, los equipos se separan o incluso el activo deja de tener atractivo. Hacer seguimiento y gestión de los gestores es también una tarea importante y que añade valor.

El tercer y último paso es incorporar a la cartera coberturas o posiciones que puedan ayudar en el caso de que tu escenario central no funcione. En este sentido, el vehículo fondo de fondos nos da agilidad y flexibilidad a la hora de implementar coberturas, comprar o vender divisas e incluso poner en marcha apuestas tácticas cuando vemos oportunidades.

En un año como el que estamos viviendo, tener una cartera equilibrada y robusta está funcionando mucho mejor que la gran mayoría de las apuestas de convicción, bien sea en forma de idea bien sea eligiendo al gestor infalible. Si quieren seguir reflexionando sobre esto y sienten que les aplica eso del “sé que no sé”, les recomiendo el último libro que ha caído en nuestras manos: Thinking in Bets, escrito por Annie Duke, y que no por casualidad es uno de los superventas de 2018. El libro trata de los peligros del exceso de confianza, pone muchos ejemplos y pretende ayudar a que nos sintamos más cómodos a la hora de tomar decisiones en momentos de incertidumbre y, por ende, a tener más éxito.

En el mundo de las inversiones, reconocer que no somos capaces de convertir en certeza la incertidumbre es un primer paso importante. Ya lo decía Kant: “La inteligencia de un ser humano se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de manejar”.

Marta Campello es Socia de Abante Asesores

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