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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Italia necesita a Europa todavía más de lo que Europa necesita a Italia

Roma tiene ante sí un gran reto: formar un Gobierno sólido y estable, capaz de canalizar el descontento de sus votantes y de entenderse con Bruselas

El lider del Movimiento 5 Estrellas, ayer durante una conferencia de prensa.
El lider del Movimiento 5 Estrellas, ayer durante una conferencia de prensa.Reuters
CINCO DÍAS

Las elecciones generales celebradas el domingo en Italia han proyectado un doble interrogante sobre Europa. La primera incógnita se refiere a cómo se articulará la gobernanza del país alpino, inmerso en un juego de mayorías insuficientes y situado ante un nuevo bipartidismo de extremos; la segunda apunta a cómo afectará el futuro mapa parlamentario italiano a la cada vez más acosada identidad europea. Italia ha relegado a Mario Berlusconi hasta la cuarta fuerza política, al tiempo que ha aupado al Movimiento 5 Estrellas (M5S) de Luigi Di Maio como partido más votado, seguido del Partido Democrático de Matteo Renzi (quien anunció ayer su dimisión) y en tercer lugar, de la Liga de Matteo Salvini. Un rompecabezas que hará difícil formar un Gobierno estable y, lo que es más importante, que parece empujar a Italia hacia el club de países en los que reina el antieuropeísmo y el euroescepticismo, tanto desde la izquierda como desde la derecha.

Más allá de los cálculos y las alianzas, estos resultados muestran que hay una importante parte de la población que ha utilizado su derecho al voto para expresar un fuerte rechazo hacia la Italia del euro y de la Unión Europea. Una hostilidad que no es privativa del país alpino –sería un error interpretarlo así– sino que está creciendo en distintos puntos de Europa y constituye una amenaza muy seria, quizá la más seria hoy, para el futuro de la UE. El desencanto que explica el fracaso de la izquierda y la derecha italianas tradicionales no puede atribuirse ya únicamente a la dureza de la crisis económica –aunque hunda sus raíces en ella– y a una reacción contra la inmigración, sino que parece apuntar directamente a una Europa que ya no conecta con muchos de sus ciudadanos. El propio liderazgo franco-alemán, que constituye, por un lado, el principal freno ante la presión destructiva de los euroescépticos, corre el paradójico riesgo de incentivar esa sensación de lejanía y suspicacia que está abriendo grietas en el proyecto europeo y del que hace uso el populismo.

Italia tiene ante sí un gran reto: formar un Gobierno sólido y estable, capaz de integrar y canalizar el descontento de sus votantes, pero de hacerlo con la suficiente responsabilidad como para darse cuenta de que Roma necesita aún más a Europa de lo que Europa necesita a Roma. Pero también Bruselas tiene una vieja tarea pendiente que no puede seguir postergándose: la de acometer una reforma profunda que refuerce la gobernanza comunitaria y transmita no solo al mundo, sino a los propios europeos, la idea de que en la fortaleza de la UE se encuentra el futuro y la prosperidad de todos y cada uno de sus ciudadanos.

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