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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los salarios pueden y deben subir más, pero sin romper la competitividad

Mejorar las cuentas públicas debe hacerse al margen del rigor en las de las empresas

PIXABAY

El Gobierno planteará hoy a sindicatos y patronal un plan de subidas del salario mínimo interprofesional del 4% para el año 2018 y alzas incluso superiores para los dos ejercicios siguientes. Tres subidas que, aunque no están aún cuantificadas ni en términos absolutos ni relativos, han de sumarse a la que ya se aplicó en 2017 del 8% (con pacto implícito del Gobierno con los socialistas) y suponen un giro muy notable en la política remunerativa del factor trabajo, especialmente en lo referente a los salarios de entrada en las empresas y los de cualificación limitada.

Esta política supone además un cambio cualitativo en las orientaciones sobre el manejo de los costes por parte de los gestores de la economía, que han mantenido durante los años pasados una defensa cerrada del control de los salarios para recuperar las cuotas de competitividad perdidas y para trasladar los esfuerzos de las empresas a la creación de empleo. Planteamientos que han dado excelentes frutos cuantitativos en los últimos ejercicios tanto desde el punto de vista de recuperación de la competitividad, con cinco años de superávit por cuenta corriente y récords recurrentes de exportaciones, como del empleo, con dos millones y medio largos de nuevos ocupados, especialmente en las empresas que están abiertas a los mercados externos.

Pero no es menos verdad que ha llegado el momento de suavizar la devaluación salarial e incluso de revertirla, sobre todo en las rentas más bajas; pero ha de hacerse con el celo suficiente como para no romper el ciclo en el que la economía está inmerso y que tiene como principales beneficiarios a quienes mes a mes encuentran empleo tras años de expectativas oscuras. Hay que recordar que España tiene infinidad de empresas y de actividades en los deciles más bajos de la productividad, y que todo movimiento alcista de los costes debe ser considerado a la luz de todas sus consecuencias, más allá de los estímulos que el propio Gobierno haga vía SMI. Ya que incluso tales gestos están muchas veces fundamentados en la necesidad de elevar las bases imposibles para cebar las cuentas de Hacienda y Seguridad Social cuando la inflación ha dejado de hacer su papel de mejor amigo del recaudador.

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