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'Parlem?' Sí, pero ¿de qué?

El peso de Cataluña hace inviable que se aplique algo similar al cupo vasco sin comprometer al resto de comunidades

La pancarta que apareció en la Gran Vía de Madrid invitando al diálogo.
La pancarta que apareció en la Gran Vía de Madrid invitando al diálogo.

La semana pasada, en un clima de crispación creciente, de guerra de banderas y cánticos bélico-futboleros, apareció una pancarta en la Gran Vía de Madrid. Un trozo de tela blanca con una pregunta en catalán: "Parlem?" La imagen se hizo viral en las redes sociales, que a veces se confunden con la vida real, y recogió multitud de apoyos de un grupo numeroso y más bien silencioso que rechaza la deriva independentista unilateral de Puigdemont, pero también se siente incómoda con la estrategia de Mariano Rajoy, le horrorizan las imágenes de Guardias Civiles y Policías Nacionales partiendo hacia Cataluña como si fueran a una guerra y deploran las cargas policiales desmesuradas ante ciudadanos indefensos.

Parlem? Quién puede estar en contra de hablar. Claro que sí. Hablemos, pero ¿de qué? Y ¿quiénes? Qué espacio existe hoy para el diálogo, cuando todos los puentes se han dinamitado. Resulta difícil pensar en una negociación entre la Generalitat y el Gobierno central con sus actores actuales. El Gobierno catalán no iba de farol y ha llevado su apuesta hasta las últimas consecuencias. Ha traspasado tantas líneas rojas, que también ha dejado poco margen a la otra parte.

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El 1 de octubre ha pasado. Cataluña no será independiente, no por ahora al menos, pero los independentistas seguirán siendo muchos, probablemente más de los que eran cuando se inició el procés, y las movilizaciones ciudadanas serán multitudinarias. El movimiento soberanista ha demostrado una capacidad de organización y tenacidad extraordinaria. España y Cataluña transitan por terreno ignoto. Todo es incertidumbre. La huelga convocada para hoy y la decisión que adopte el Parlamento catalán marcará las próximas semanas, pero parece plausible que un día, más tarde o temprano, representantes de las autoridades catalanas del Gobierno central y de las comunidades autónomas se sentarán en una mesa y deberán abandonar sus maximalismos. Más allá de permitir un referéndum de independencia pactado, que ha dejado de ser un tabú, pero resulta improbable con las mayorías actuales, ¿qué margen de negociación existe?

Un cupo a la catalana

El aspecto económico puede que no sea el único que está detrás del impulso del movimiento independentista, pero ha desempeñado un papel muy relevante. La idea de que los catalanes contribuyen más que el resto y reciben menos está grabado a fuego en el imaginario soberanista. Un cambio en el régimen económico de Cataluña no haría tambalear a los independentistas más convencidos, pero sí que contentaría a una masa gris y relevante que ha transitado del catalanismo pactista tradicional al soberanismo.

¿Es factible establecer para Cataluña un modelo similar al País Vasco? Más allá de la problemática constitucional, una medida así genera muchas dudas económicas. El País Vasco y Navarra son comunidades forales, que recaudan sus impuestos y, posteriormente, transfieren una parte al Estado para sufragar las competencias no asumidas como el gasto en defensa o exteriores. También hay una aportación, mínima, al fondo de compensación interterritorial. El dinero que el País Vasco abona al Estado recibe el nombre de cupo y, en el caso navarro, se denomina aportación. Y su fórmula de cálculo, muy ventajosa para los intereses de ambas comunidades, permiten que País Vasco y Navarra cuenten con una financiación que duplica a la media. El País Vasco accedió en 2013 -último dato disponible- a una financiación equivalente a 4.170 euros por habitante frente a los 2.030 euros de media. En el caso catalán, la financiación alcanza los 1.973 euros por habitante.

Cataluña es la comunidad con un mayor PIB y es aportadora neta al sistema. Aplicar una modelo equivalente al vasco en Cataluña supondría elevar los ingresos de la Generalitat, pero también implicaría reducir los recursos de comunidades menos ricas. Por su pequeño tamaño, España puede permitirse que País Vasco y Navarra no aporten a la solidaridad porque son territorios pequeños. El caso de Cataluña es distinto.

Ello no significa que no exista margen para el diálogo o la negociación. Hay posibilidades de incrementar la autonomía financiera, elevar la corresponsabilidad fiscal o limitar la solidaridad interterritorial para evitar como sucede ahora que las comunidades que más recaudan reciban menos que la media cuando se aplican los mecanismos de nivelación.

Reforma constitucional

El día después del 1-0, la Constitución Española de 1978 sigue vigente, también en Cataluña. La reforma de la Carta Magna parece inevitable en el medio plazo y prácticamente todos los partidos creen que ha llegado el momento de reeditar el pacto constitucional. En su libro El final del desconcierto (Península), el economista y expresidente del Círculo de Economía, Anton Costas, enumera un conjunto de medidas sobre las que existe un elevado grado de consenso entre los expertos constitucionalistas. Entre otros cambios, propone reconocer en la Constitución a las comunidades autónomas y citarlas por su nombre; clarificar y limitar el reparto competencial; fijar aquellas competencias que son exclusivas del Estado y enumerar las que son compartidas; incluir en la Carta Magna un mayor detalle de la financiación autonómica o reformar el Senado para que actúe como una verdadera cámara territorial.

Es cierto que ninguno de estos cambios contentará a los independentistas que sueñan con crear un Estado, pero sí que puede servir para mejorar el encaje de Cataluña. También debería haber margen para buscar salidas más imaginativas, que otorguen a Cataluña un estatus diferenciado para dar respuesta a unas mayores ansias de autogobierno, que no existen en otras comunidades. No se trata de que los ciudadanos de unos territorios sean mejores que otros, como se dice de forma infantil, sino de adecuar las estructuras de las instituciones a las demandas reales de la población. Se trata, en definitiva, de buscar salidas. Y quizás se llegue a la conclusión de que estamos ante un problema que no tiene solución. Y un problema que no tiene solución, como cantó Calamaro, no es un problema. Pero para saberlo, habrá que sentarse.

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