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Inversión

Cuando lo seguro acaba siendo arriesgado

Los asesores deben explicar que es bueno invertir en activos líquidos

Un operador bursátil en Wall Street (Nueva York).
Un operador bursátil en Wall Street (Nueva York).Efe

Los españoles siguen destinando mayoritariamente sus ahorros a depósitos y cuentas corrientes, pese a su misérrima rentabilidad. ¡Qué brutal coste de oportunidad. También a fondos garantizados o similares, que eliminan la incertidumbre bajo la promesa de que no generarán rentabilidad (para el partícipe) y a fondos de renta fija de distinto pelaje. En un entorno de normalización de las curvas de tipos de interés, los asesores deberán explicar a los clientes el significado de riesgo de duración y que ni hay renta, ni esta es fija.

Con nuestros ahorros invertidos con una esperanza de rentabilidad tan baja, la pregunta que me hago es: ¿cómo vamos a sufragar los españoles un cierto nivel de vida durante nuestra jubilación?

Nos enfrentamos a un entorno en el cual, gracias al progreso económico y los avances médicos, vamos a vivir más años. Muchos más años. ¿Es que estamos dispuestos a vivir en peores condiciones o a rebajar considerablemente nuestro ritmo de vida?

Dada la situación de las pirámides demográficas, ¿de verdad confiamos en que el Estado pague en el futuro una pensión que nos resulte suficiente? Y, aunque inevitablemente decidamos alargar nuestras carreras profesionales, en este entorno el “riesgo de longevidad” se va a hacer absolutamente evidente. En román paladino entiendo el riesgo de longevidad el hecho de que, por vivir más, nuestros ahorros se van a agotar más rápido de lo que hoy anticipamos. Vistas las cifras, me da la sensación de que hemos entrado en una especie de estado colectivo de negación.

La clase política, más preocupada por asegurar su elección o reelección, parece no querer afrontar este problema matemático. Los españoles necesitamos un diagnóstico, un mensaje realista y un plan de acción. Este pasa por rebajar expectativas si están injustificadamente infladas, fomentar el ahorro con una fiscalidad atractiva y coherente, e impulsar (como en tantos otros órdenes de la vida) la responsabilidad individual. ¿De verdad somos tan inmaduros como para preferir enterrar la cabeza en la arena?

Un detalle inquietante: ¿cómo es posible que este mismo perfil de inversión conservador que comentábamos al principio se dé también en los planes de pensiones? Una inversión que es finalista, ilíquida, donde por definición contamos con plazo debería concentrarse, en la mayoría de los casos, en renta variable. Y constatamos que no es así.

“El perfil del ahorrador español es sumamente conservador”. “Mis clientes no soportan la volatilidad”. Parece que con estas frases y con otras parecidas se da por zanjada cualquier discusión al respecto. ¡Pues alguien tendrá que explicarnos que así no vamos a llegar a ningún sitio!

Como asesores, toca hacer la reflexión de si no seremos nosotros los que preferimos clientes conservadores y evitar la conversación difícil. Una conversación en la que tengamos que explicar que, a lo mejor, la volatilidad no es necesariamente riesgo cuando entendemos en qué estamos invirtiendo; que los activos líquidos deberían ser aceptados como mejores (y cotizar con prima) frente a los ilíquidos; que ofrecer a los clientes la ‘seguridad’ de no perder probablemente implique descapitalizarles en el futuro o que un asesor mejor formado también implica tener clientes más capaces de entender y aceptar las fluctuaciones de la renta variable y, por tanto, beneficiarse a largo plazo de sus mejores perspectivas de rentabilidad.

Como individuos, como clientes de un banco, de una aseguradora, de una EAFI… en definitiva, de cualquier entidad regulada que canaliza nuestras inversiones, también es nuestra responsabilidad: dedicar tiempo en localizar a un buen asesor en el que depositar nuestra confianza; acometer un análisis de nuestra situación financiera personal para contestar a dos preguntas: ¿de qué disponemos y a qué aspiramos?; eliminar de nuestras cabezas cualquier connotación negativa sobre el ahorro y entenderlo como una renuncia a un consumo inmediato que nos permitirá sufragar el nivel de vida deseado en un futuro; entender que no existen las rentabilidades seguras y, de hecho, desconfiar de cualquier promesa al respecto (la seguridad total implicará la inmovilización de nuestro ahorro, y por tanto, antes o después nuestra descapitalización) y, en definitiva, asimilar que el mundo progresa, que nunca ha ido mejor, que será aún mejor en el futuro y que la mejor forma de capturar ese crecimiento es ser socio de negocios y no acreedor. Y mucho menos de un Estado.

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