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Economía colaborativa

Los espacios de ‘coworking’ miran más allá del autónomo

Algunas empresas empiezan a ubicar a empleados en oficinas colectivas

Sala de reuniones de un espacio de 'coworking'.
Sala de reuniones de un espacio de 'coworking'.
Manuel G. Pascual

Los cibercafés, muy populares en los años noventa, fueron de algún modo el precedente sobre el que más tarde surgieron los espacios de coworking. Se trata de oficinas compartidas que suelen tener algunos rasgos en común: a cambio de una cuota mensual, ofrecen al usuario un escritorio con una buena conexión a internet y salas de reuniones. A partir de ahí, los servicios de cada coworking son distintos: algunos incluyen en el precio impresoras y fotocopiadoras, armarios o taquillas donde guardar las cosas, servicio de cafetería o incluso asesoría fiscal.

Mejor un despacho que trabajar en grupo

Pese a que una de las cualidades más valoradas por los usuarios de espacios de coworking es la posibilidad que ofrece de interactuar con otros trabajadores e incluso de hacer negocio con ellos, desde Coworking Spain confirman también que cada vez más personas tratan de conseguir despachos en vez de trabajar en las zonas diáfanas.

La gran mayoría prefiere tener un sitio fijo en el que dejar sus cosas en vez de buscar cada día un espacio en el que ponerse a trabajar. Las encuestas de valoración arrojan una satisfacción de 8,65 sobre 10.

Los gestores de espacios de coworking, por su parte, también atraviesan un momento dulce. Tras superar unos años iniciales en los que “nos hartamos de explicar qué era eso del coworking”, en palabras de Manuel Zea, el 39% de los dueños de estos espacios dijo en 2015 que aumentó la facturación respecto al año anterior. Coworking Spain calcula que el sector, prácticamente inexistente en 2012, mueve ahora una cifra cercana a los 10 millones de euros.

Este tipo de oficina es especialmente popular entre diseñadores gráficos, arquitectos y otras profesiones liberales. También atrae a emprendedores y micropymes que, por cuestión presupuestaria, no pueden permitirse unas instalaciones propias. Aunque también hay quien decide trabajar en estos espacios porque valora el networking que se genera en un espacio tan dinámico como es una oficina habitada por gente generalmente joven.

“Los gestores de coworking intentamos que tengan alma. Compartimos oficinas con los clientes y tratamos de crear vínculos entre la gente porque lo valoran mucho”, explica Manuel Zea, fundador de Coworking Spain, un directorio en el que figura más del 95% de los operadores del sector (hay más de 900 de estos espacios repartidos por el país) y organizador de Coworking Spain Conference. “Lo importante son las zonas abiertas, los office, donde se producen encuentros informales alrededor de un café de los que en ocasiones salen buenas ideas y algún negocio”. Blablacar, explica, empezó en un coworking, y de hecho acabó comprando una pyme que también estaba allí. Jobandtalent o OuiShare son algunos ejemplos más de empresas que han nacido en espacios de trabajo colaborativos.

Pero no solo de emprendedores y autónomos se nutren estas oficinas colectivas. “Empezamos a ver cómo empresas que no tienen delegación en una ciudad contratan un espacio de coworking para que trabaje su delegado”, indica Zea. En algunos casos, los contactos que puede hacer en unas oficinas de estas características pueden ayudarles en su negocio.

Otra tendencia que se está viendo es la profesionalización del sector. Según datos de Coworking Spain extraídos de encuestas a sus socios, en el país hay unos 14.000 coworkers repartidos en 917 centros de trabajo. Las cifras son de 2015 (el informe sectorial se hace cada dos años), así que cabe pensar que los números han aumentado. “El sector está en crecimiento. Se nota que está madurando. Si antes se abrían espacios pequeños, por miedo a no llenarlos, los nuevos son más grandes. Están entrando grupos inversores”, matiza Zea. La estadounidense WeWork prepara su desembarco en España, mientras que la italiana Talent Garden tiene seis millones de euros para financiar su entrada en el país, explica Zea. “Las inmobiliarias están tanteando el mercado. Van a conferencias, preguntan, comparan servicios... Eso no pasaba antes”, zanja.

Las oficinas colaborativas españolas cuentan con una media de 229 metros cuadrados, según datos de Coworking Spain. La inversión promedio está aumentando: si en 2014 hacían falta 44.250 euros para convertirse en gestor de uno de estos espacios, en 2015 la cifra se elevó a 61.462 euros. La concentración de estas oficinas en las grandes ciudades, especialmente en Barcelona, han contribuido a encarecer la factura. Las cuotas oscilan mucho, en función de la localización pero, sobre todo, de los servicios incluidos: es difícil encontrar precios inferiores a los 60 euros por persona y mes y sencillo rondar los 200.

En cuanto al perfil de los clientes, el retrato robot sería el de un hombre de 40 años, arquitecto y residente en Barcelona, ciudad en la que más espacios de coworking hay. Le gusta tener un sitio fijo y antes de llegar a su nueva oficina trabajaba en casa. Lo que más valora (lo hace un 45% de los coworkers preguntados) es la interacción con otras personas, seguido de la calidad de la infraestructura.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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