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Deporte

Los combates medievales sobreviven en pleno siglo XXI

Famoso en Europa del Este, este deporte de lucha se empieza a abrir paso en España

Uno de los encuentros del II Torneo Internacional de Combate Medieval, celebrado la semana pasada en el Castillo de Belmonte, en Cuenca.
Uno de los encuentros del II Torneo Internacional de Combate Medieval, celebrado la semana pasada en el Castillo de Belmonte, en Cuenca.
Manuel G. Pascual

La lucha y las artes marciales viven un momento de esplendor. Las más clásicas, como el judo, el karate, el taekwondo o el kung-fu, ceden cada vez más protagonismo ante el creciente interés por todo tipo de disciplinas de las más remotas partes del globo. El torneo UFC de artes marciales mixtas cuenta sus seguidores por millones y sus luchadores estrella no tienen nada que envidiar a los del boxeo.

Entre tal vorágine de deportes de contacto se está abriendo paso en España una muy peculiar. Se trata del combate medieval, una disciplina que goza de cierta implantación en los países del Este. En Rusia y Polonia hay varios miles de adeptos, y la vecina Francia dispone también de su propia federación deportiva, lo que todavía no se ha logrado en España. Con todo, el país cuenta ya con 13 clubes, que suman algo más de un centenar de interesados. Los torneos tienen lugar en castillos, lo que también sirve de reclamo turístico. El Castillo de Belmonte (Cuenca), por ejemplo, acogió el fin de semana pasado el II Torneo Internacional de Combate Medieval, que atrajo a 120 deportistas de nueve países.

¿En qué consiste el combate medieval? “Existen dos formas de combate: el duelo uno contra uno, ya sea con espada a dos manos o con espada y escudo, y luego la melé, en la que se enfrentan equipos de cinco, diez o hasta 21 luchadores. En los duelos se puntúa contando los impactos; en las melés, gana el conjunto que logre dejar un solo hombre en pie en el bando contrario”, explica Jordi Martínez. Este agente de la Guardia Urbana de Barcelona de 48 años es también entrenador del equipo Born, que participa en torneos nacionales e internacionales, y autor del único libro publicado hasta la fecha sobre esta temática, Bohurt. La melé del antiguo deporte de Combate Medieval (Alas).

'Bohurt. La melé del antiguo deporte de Combate Medieval' (Alas) es el primer libro editado en España sobre este deporte.
'Bohurt. La melé del antiguo deporte de Combate Medieval' (Alas) es el primer libro editado en España sobre este deporte.

Las armas que portan los contrincantes son réplicas históricas, que deben pasar el visto bueno de los árbitros y adaptarse a las normativas de longitud y peso. No están afiladas, pero son de acero auténtico. Como también lo son las armaduras completas que visten, de al menos dos milímetros de grosor y que pueden pesar entre 25 y 40 kg, a los que se debe añadir los ocho o nueve del yelmo. “Lo importante es encontrar un equilibrio. Si vistes un yelmo muy pesado, desplazas el centro de gravedad hacia arriba, por lo que eres más fácil de derribar”, explica Martínez.

El equipo necesario, entre protecciones, armas y correas, puede costar unos 2.000 euros, cantidad que se reduce considerablemente si se acude al mercado de segunda mano. Lo más asequible, apunta Martínez, es adquirir el material en Europa del Este, donde abundan los herreros especializados en estos productos.

Por extraño que parezca, la armadura, “si está bien templada”, aguanta bien el impacto de una maza o una espada. El gambesón que se lleva debajo de las protecciones, una especie de abrigo duro, ayuda a amortiguar el impacto absorbido por la armadura, de forma que hay muy pocas lesiones. “Solo nos llevamos algún moratón y a veces un esguince”, asegura Martínez. Nada que no suceda en cualquier otro deporte de lucha.

Los castillos organizan torneos, que utilizan como reclamo turístico.
Los castillos organizan torneos, que utilizan como reclamo turístico.

El combate medieval tiene normas bien definidas. “No se puede dar detrás de las rodillas. También están prohibidos los golpes verticales en columna vertebral o impactar en el cuello. Tampoco las estocadas, pisar al adversario o las luxaciones. Las puntas deben ser romas, y sí están permitidas las patadas y otras técnicas de lucha”, ilustra.

La Federación Internacional de Combate Medieval, el equivalente a la FIFA para este tipo de lucha, ha adaptado y modernizado el reglamento que ya existía en el siglo XIV. “Los tratados peninsulares de Alfonso X ya hablaban de espadas botas, sin filo”, apunta Martínez. Estas armas eran las que se usaban en las justas cuando el caballero bajaba de su montura. Las normas del combate estaban diseñadas para el propio divertimento de la nobleza, que lógicamente no quería perder la vida en el encuentro. Estos torneos gozaban de mucha popularidad hace varios siglos. Cuentan que, cuando volvió de la guerra francesa, Alfonso IV de Aragón se llevó 400 caballeros a la plaza del Born de Barcelona, una especie de Camp Nou de las justas en la época, para organizar la que se considera una de las mayores melés de la historia.

La táctica es vital en los combates de melé, que se suelen resolver en menos de dos minutos. “Hay distintas técnicas para derribar al adversario. También adoptamos diferentes formaciones, buscando la superioridad numérica y aislar a los adversarios”. Cada uno tiene un rol: el corredor busca el caos y despista; el línea, que suele ser el más corpulento, encabeza el ataque; los apoyos son los comodines y el capitán dirige los movimientos.

La mayoría de quienes practican esta modalidad de lucha son amantes del medievo o de las artes marciales. Los más experimentados valoran mucho la sensación de lucha en equipo, algo que no se encuentra en otras disciplinas. Aunque mucha gente, asegura Martínez, lo prueba y se piensa dos veces volver. “Cuando se ponen la armadura se dan cuenta de que apenas pueden respirar, no ves nada y te mueves con dificultad. Y encima recibes mandoblazos”.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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