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El Foco
Tribuna
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Acabar con el sueño americano

Las próximas elecciones serán muy distintas a las de 2008. Nadie sueña con nada. O tal vez en no empeorar.

Thinkstock

La recta final del entreacto electoral americano enfila sus últimos metros. Ni Clinton ni Trump entusiasman. Ambos encarnan demasiadas cosas a la vez, demasiados vínculos con lo tradicional, pese al discurso vehemente y sórdido del neoyorquino. Pero este, dispuesto al menos en apariencia –y no ha cambiado en los últimos meses–, a remar contra viento y marea, es el síntoma perfecto del desencanto, del hartazgo y de la frustración que sienten muchos norteamericanos conservadores, y la amplitud y límites de este último concepto es amplio en este país, frente a su partido y la situación social y política.

Trump no ilusiona, al contrario, es expresión de rechazo en doble sentido. De un lado, del rechazo que muchos sienten hacia la política y los cánones tradicionales y oligarcas familiares de unos apellidos y puestos cuasi hereditarios en la política, y es el nexo disruptor, que rompe y rasga, que provoca, que jalea, que es irreverente, que es una voz díscola al menos ante los micrófonos. Pero al mismo tiempo genera rechazo en sí mismo, en su propio partido y en otros votantes que no le han aupado hacia la nominación. Es la catarsis para una formación que languidece y que lleva ocho años fuera de la Casa Blanca. Pero que se juega mucho en noviembre y no solo en las presidenciales.

"Trump es el síntoma perfecto del desencanto, hartazgo y frustración de muchos conservadores de EE UU"

Clinton ni entusiasma ni ilusiona, pero ha llegado. Quizás la noticia no es que sea nominada oficialmente en unas semanas, sino que es la primera mujer candidata a la presidencia de Estados Unidos. Algo que no debería ser noticiable, pero lo es. Hoy no es una barrera ni un límite, pese a enfatizarlo la ya candidata in péctore al confirmarse su aspiración. Máxime después de que un afroamericano llegara en 2008. Candidato en aquel entonces al que su propio partido y aspirantes, entre ellas Clinton, que no se lo pusieron nada fácil, al contrario, le acusaron de todo y mucho a la vez.

Clinton lleva persiguiendo este sueño casi dos décadas. Pero no es la candidata perfecta. No conecta como lo han hecho otros, genera cierto rechazo e incomprensiblemente un candidato poco conocido como Bernie Sanders ha sabido empatizar con millones de norteamericanos, más de diez, que le han preferido antes que a ella, sobre todo los más jóvenes.

Después de la ola de entusiasmo que generó aquel 20 de enero de 2009 Barack Obama, las ilusiones que despertó y el sueño de cambio, hoy menguado y bastante frustrado, las próximas elecciones de noviembre serán sin duda muy distintas a las de 2008. Nadie sueña con nada. O tal vez en no empeorar.

Ahora bien, comparado en cifras macro con Europa, el crecimiento y el empleo son espectaculares. Cuestión distinta son los salarios, y la sanidad. Estados Unidos es y sigue siendo la principal economía del mundo. El pasado año su crecimiento económico alcanzó un 2,6%, un crecimiento que se ancló ante todo en un fortísimo consumo interno o doméstico que dio lugar a una fuerte demanda y generación de empleo (el desempleo está alrededor del 5%). Por su parte, y tras siete años de política monetaria alcista o expansionista, las tasas de interés siguen siendo bajas. En cambio, su deuda pública es alta, de alrededor del 105% del PIB. El dólar se ha recuperado tras años de debilidad frente al euro, lo que en cierto modo ha hecho crecer su déficit comercial al ser más caro exportar.

Socialmente, el país está más polarizado, hay más desigualdad. ¿Qué queda de aquel sueño que realimentó Obama hace ocho años? Poco o nada. El realismo político no permite andanzas ni aventuras. ¿Qué queda de todo aquello, de aquel vendaval impulsivo y atronador, de aquella brisa rasgadora y rompedora de odres viejos políticos? Hemos visto a un segundo Obama, distinto, más pragmático al que trató de buscar un puntal que le abriera en política exterior la puerta de la historia, como ha sido Cuba e Irán. El Obama de 2008 no es el Obama de hoy. Es un Obama presidente, que también ha desilusionado por la inmensidad de expectativas que generó. La realidad era la prosa, el sueño y la ilusión, el verso. El mito de superación posracial y con eso ha tenido que gobernar también.

Cómo y con qué lo harán Clinton o Trump es el nuevo interrogante, al que sin duda no contestará la superación de la igualdad de género. Tal y como rezó en su día la portada del prestigioso The Economist, era su momento (“It’s time”), el momento de Obama. Pero, ¿es el momento de Clinton o de Trump?

"Clinton no conecta como otros y genera cierto rechazo, frente a Sanders, que empatiza con los jóvenes”

Hace ocho años, la electrizante y casi mística palabra cambio –electoralmente hablando– se había materializado. Había cansancio de las viejas formas políticas del Capitolio y los lobbies de Washington. La duda es si ahora se volverá a ello. Con Clinton parece que sí, con Trump, pese a la cosmética, sin duda también. Su retórica vacua y provocativa no tiene más recorrido que la vaciedad. Si es elegido presidente finalmente, todo puede pasar. Y no solo en el concierto, o desconcierto internacional, también puertas adentro.

El listón en cada elección presidencial sigue muy alto, pero el ciudadano sabe que el tiempo se agota y las posibilidades son más efímeras. Es el precio de la política y de la realidad pragmática, la que inunda y atraviesa la política norteamericana. El ímpetu y la audacia lo pueden todo, también el fracaso y la decepción. Partes iguales.

Se creía en aquella noche de noviembre de 2008 que se acababa una época, no una era, la era de los conservadurismos políticos, religiosos y militares. Un afroamericano en la cúspide del poder. El sueño, la lucha racial, la confrontación silenciosa de décadas. Pero los ciclos políticos son eso, meros ciclos. Son los paréntesis políticos de quienes se sienten predestinados al poder.

Hoy, ocho años después, todo vuelve en su elipsis a donde siempre ha estado. Con diferencia para los republicanos con el paréntesis Trump. El viejo partido de Lincoln ha convulsionado. Se ignora el futuro del mismo. Se ha abierto en dos o quizás en más. Si el Tea Party fue una originalidad narcisista de unos pocos, hoy todo eso ha sido superado por Trump y la ruptura hacia lo viejo, lo reverente, lo claudicante, lo oligárquico y rancio, pero la duda es que no se sabe realmente hacia dónde se ha ido y se quiere tal vez ir. Todo está abierto. También la presidencia.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho Mercantil en Icade.

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