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Viaje por Marruecos

Al otro lado del Atlas

El recorrido, salpicado de aldeas y ‘kasbahs’, varía del verde frondoso que ocupa la falda norte de la cordillera a la aridez de la vertiente sur

Dunas en el Valle del Draa.
Dunas en el Valle del Draa.Turismo de Marruecos

En la antesala del desierto, un oasis con una ubicación privilegiada, a este lado del Atlas, Marrakesh, es el comienzo de un viaje al otro lado de esta imponente cadena montañosa, la más alta del Magreb, que atraviesa Marruecos en diagonal, desde el noreste al suroeste. Un lugar donde la lucha por la vida continúa, incluso más dramáticamente, pero donde dejamos atrás el trajín de las medinas, el regateo obligado y el ruido urbano, para entrar casi en otra dimensión, en un mundo de silencio, aislado, poco poblado. Un Marruecos diferente, ancestral, tremendamente hospitalario, tribal.

Los 200 kilómetros que separan Marrakech de Ouarzazate se cubren en cuatro horas de laboriosa conducción, sobre todo hasta alcanzar el puerto de Tizi n’Tichka, a 2.260 metros de altitud, la carretera de montaña más alta del país. El recorrido, salpicado de aldeas que cuelgan milagrosamente de las laderas, varía de un verde frondoso que ocupa la falda norte de la cordillera a la aridez de la vertiente sur. Y es a partir del cambio de vegetación cuando las kasbahs, fortalezas de adobe de origen bereber, empiezan a hacer su aparición.

A la izquierda, kasbahde Ait Ben Haddou, Patrimonio Mundial de la Unesco.
A la izquierda, kasbahde Ait Ben Haddou, Patrimonio Mundial de la Unesco.

Teluet, la primera, surge imponente en su posición estratégica. Mucho antes de la construcción de la carretera de Tizi n’Tichka, este conjunto de alcazabas era paso obligado de las caravanas entre Marrakech y Ouarzazate. Aunque buena parte de Teluet está en ruinas, se conservan un par de edificios que reflejan el esplendor de su pasado: fue una de las principales residencias del señor de Glaua –los señores del Atlas (glauas) controlaban el paso de las caravanas–. Dos estancias mantienen su decoración andalusí, el harén y la sala de recepción, con espléndidos decorados de estuco y techos pintados.

A partir de Teluet y tras una sucesión de kasbahs más pequeñas, que desafortunadamente sufren un visible deterioro víctimas de la erosión, se llega a Ait Ben Haddou, una fortaleza a solo 30 kilómetros de Ouarzazate, Patrimonio Mundial de la Unesco. Esta asombrosa alcazaba, que mantiene sus torres almenadas con bellos diseños geométricos y se extiende a lo largo del río Ounila, tuvo una gran importancia en la ruta nómada como enclave comercial. Sus diferentes kasbahs forman un ksar inigualable en el norte del Magreb.

Hoy, la mayoría de sus habitantes viven en el pueblo nuevo construido al otro lado del río, aunque quedan algunas familias en esta auténtica ciudad medieval, en esta ciudad de fábula con construcciones de adobe que hoy albergan en su mayoría tiendas de souvenirs. Se puede hacer un pequeño recorrido entre estas extraordinarias fortalezas.

Ouarzazate es la gran ciudad al otro lado, la parada principal de las caravanas que, procedentes del Sahara, se dirigían hacia Marrakech y el resto de urbes imperiales marroquíes. La ciudad se extiende en una meseta desértica que contrasta con la vegetación del Alto Atlas, muy próximo. Tiene una situación geográfica excepcional, en el cruce de caminos hacia los valles del Draa y del Dades; es parada obligada para los viajeros que siguen ruta hacia el sur, el este o el oeste.

Ouarzazate es conocida también como el Hollywood de África. En sus alrededores se encuentran los escenarios naturales y los estudios cinematográficos donde se han rodado películas como

Lawrence de Arabia, La joya del Nilo, La momia, Gladiator, o el Príncipe de Persia... Los estudios se encuentran en la carretera de Ouarzazate a Ait Ben Haddou y se pueden visitar, si no hay rodaje, pagando una entrada de 50 dírhams, unos 5 euros.

Varias secuencias de la película El cielo protector, de Bernardo Bertolucci, basada en la novela de Paul Bowles, se filmaron en la kasbah de Taurit, a la salida de Ouarzazate, en dirección a Er-Rasidia, considerada como una de las más bellas de Marruecos. Merece la pena parar y pasear por sus calles.

Jardines de la Menara de Marrakech, con el Atlas nevado al fondo
Jardines de la Menara de Marrakech, con el Atlas nevado al fondo

El Draa es el último gran valle al otro lado de las cumbres. Después de dejar Ouarzazate, la carretera se aventura a lo largo del Yebel Tifernin. El río Draa nace de los uadis (cauces secos excepto en la estación de lluvias) Dades y Ouarzazate, que a su vez tienen sus fuentes en el Alto Atlas. Se abre paso en el macizo del Anti Atlas hasta perforar el cañón de Kheneg Taghia, a la salida del cual, y tras pasar la ciudad de Agdz, empieza el valle propiamente dicho. A lo largo de 200 kilómetros constituye un oasis ininterrumpido de verdor que contrasta poderosamente con las áridas y rojizas montañas circundantes. Se trata de una larga sucesión de palmerales y de huertos, jalonados por numerosos ksars de adobe. Durante años, los campesinos del valle estuvieron sometidos a las razias de los nómadas del desierto, lo que explica la presencia de numerosos ksars amurallados con una original urbanización.

Fortaleza en el camino de Ourzazate.
Fortaleza en el camino de Ourzazate.

Si bien en un pasado remoto el Draa fue el río más largo de Marruecos, desde hace años sus aguas se filtran en las arenas del desierto cerca de Mhamid, desaparecen, prosiguen su camino de forma subterránea, tuercen su rumbo y se dirigen a lo largo de más de 600 kilómetros hacia el Atlántico. Históricamente, este valle ha estado siempre poblado, ya que era otro punto clave en las rutas caravaneras que atravesaban el Sahara, bajando sal y subiendo esclavos.

Y, al final del valle, Zagora, la entrada al desierto, como indica un cartel en la carretera que termina en la ciudad para dar paso a las dunas: “A Tombuctú, 52 días”... en camello, claro.

Tal y como la conocemos hoy, Zagora se fundó en época colonial francesa como centro administrativo de la región en los años treinta del siglo XX. Se conservan el casco antiguo y el barrio judío, de arquitectura tradicional, pero el resto es moderno, de hormigón, y está creciendo a gran velocidad por la proliferación de turistas.

En los alrededores de la ciudad hay varias visitas interesantes. Una de ellas es la biblioteca de Tamegroute, a 20 kilómetros al sur de Zagora, un ksar que alberga manuscritos religiosos antiguos, algunos del siglo XIII, escritos sobre piel de gacela y que se conservan en perfecto estado.

De nuevo en ruta, el viaje continúa hacia el este, hacia el valle del Dades, el de las mil alcazabas y el de las rosas. Skura es un exuberante oasis, célebre por sus cultivos de rosas, que en primavera cubren el paisaje con una explosión de colores que justifican llegar hasta allí para disfrutarlo.

Hasta alcanzar Erfoud y Rissani, final de la ruta, el camino es espectacular. A los pies del Alto Atlas aparecen algunos de los paisajes más impresionantes de Marruecos. Tinghir, una pequeña ciudad, antiguo puesto militar, construida en terrazas en torno a una colina, en las orillas del río Todra, es uno de los oasis más bonitos de la región, con un espeso y extenso palmeral. Pero las gargantas del Todra esperan para ser admiradas, son el principal atractivo de la zona. Aunque situadas una parte remota de Marruecos, es un destino muy popular entre los marroquíes que acuden a refrescarse en verano en el río. Sus empinadas paredes también han despertado el interés de los escaladores europeos, españoles y franceses, sobre todo.

Y llegamos a Erfoud, uno de los más importantes oasis de Marruecos, donde se celebra cada año, en octubre, la fiesta de los dátiles. De aquí parten las excursiones a las primeras grandes dunas saharianas, algunas de más de 250 metros de altura.

Más al sur se encuentra Rissani, última ciudad del sureste marroquí, capital de Tafilalet, un palmeral denominado, en algún momento lejano, la Mesopotamia del Magreb, enriquecido durante largo tiempo con el oro acarreado por las caravanas y con la explotación de las palmeras datileras. Hoy, Tafilalet parece soñar con aquellos tiempos de gloria en los que vio nacer Sijilmassa, la primera gran ciudad marroquí, que actualmente se encuentra en ruinas, y la dinastía alauí, todavía en el poder.

Cómo llegar. Vueling y Ryanair tienen conexión desde Barcelona a Marrakech. Iberia y Ryanair también conectan Madrid con Marrakech. Precios en función de la temporada.

Cómo moverse. El viaje al otro lado del Atlas se tiene que hacer en coche. Una opción es alquilar un 4x4 con conductor-guía o sin conductor. En Marrakech hay varias agencias que ofrecen todo tipo de servicios.

Dónde Dormir. Los hoteles en esta parte de Marruecos suelen ser básicos pero confortables. En Ouarzazate, el Berbère Palace es una excepción, un lujo en esta tierra sencilla. Por su cercanía con los estudios y escenarios naturales, aquí recalan los actores y equipos de rodaje. Disfruta de una buena cocina y, además, un dato importante: dispone de piscina. 204 euros. En Zagora, el Hotel Riad Dar Sofian, es el mejor (80 euros). En Erfoud, el Kasbah Chergui ocupa un edificio bereber de adobe tradicional. La comida es sencilla y el trato amable. Tiene piscina. 70 euros.

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