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Tribuna
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Regeneración, credibilidad y confianza

Lealtad en política, lealtad política, lealtad a un país. Pero, ¿debe la lealtad abrazar también el ideario de un partido en todos sus extremos? ¿Qué entendemos por lealtad?, ¿qué es, qué significa? Lealtad no significa imposición ni acriticismo. Lealtad no exige una comunión de ideas indefectible. Exige respeto, tolerancia. Principios y axiomas. El silencio no es un arma explícita de la lealtad, sí una manifestación. Lealtad y democracia pueden y deben convivir. Pero esta está por encima de aquella. El politólogo británico David Held nos ofreció hasta 11 modelos de democracia.

Hoy la democracia parece secuestrada por los partidos, sus cúpulas pretorianas, y si esta premisa es válida, ¿por qué y cómo lo hemos consentido? Crisis institucional, colapso por sus entrañas morales, crisis de la democracia. Por pasividad, conformismo, por complacencia y ausencia de crítica. La democracia no es un oficio. Los partidos han recortado sus alas, partidos de notables, partidos piramidales. Volvamos a las bases, a la piel, al pegamento político en la calle.

¿Dónde está el político?, ¿podemos cambiar la democracia de la calle por la democracia de las urnas? Dinamicemos la vida interna de los partidos políticos, comportamientos, discursos, hechos y formas de actuar, rompamos con inercias, con cadenas de jerarquía e imposición. Ábranse listas, ejecutivas y candidatos elegibles por las bases. No es la panacea, pero es el comienzo del cambio. De nada sirve si no somos conscientes siquiera de que hay que cambiar demasiadas cosas en un sistema político colapsado, abúlico y acrítico. Menos hieratismo de las ejecutivas. Regeneración, sí, regeneración moral de la vida pública española. Liderazgo, fortaleza, convicción, credibilidad y responsabilidad. Menos mercantilización de la vida política. Volvamos al ideal de lo público, del civismo, de la cultura cívica, del viejo ideal republicano, res publicae, republicanismo que se ocupa de lo público. Son muchos los que se sienten profundamente decepcionados con los políticos, el sistema.

Es el síntoma de la erosión de la confianza y la credibilidad. No hay líderes en estos momentos. La corrupción ha hecho estragos, su permisividad y aceptación por la sociedad, un cáncer. Propuestas, decálogos de ideas, iniciativas, diálogo. Encauzar la sociedad civil, al mismo plano que otros actores políticos y públicos. Nuestros jóvenes no quieren ser antisistema pese a que algunos políticos los han tachado de tales, incluso de golpistas. No hay más ciego que el que no quiere ver aun viendo.

No es hora del reproche mutuo, la indiferencia hiriente y mordaz. Tenemos que cambiar. El hoy requiere el mañana y este no es nada sin el hoy, incluso ayer. Rompamos viejas inercias. Abramos puertas y ventanas. Cercanía, credibilidad, compromiso, confianza, coherencia, capacidad, competencia. Devolvamos la ilusión a la ciudadanía, a la política y por la política y lo público, no ahoguemos la vitalidad, la autocrítica, la renovación, la regeneración política, no solo de personas, también de ideas, soluciones, proyectos políticos. Euforia inane e inteligencia política no son precisamente compatibles. Y hay mucho de lo primero en este ruedo ibérico cada vez más sumido en los rescoldos de taifas.

Falta inteligencia, falta compromiso y sobre todo, credibilidad. Pero estas son vacías palabras. Indiferencia, desprecio, soberbia, demagogia, son, por desgracia, realidades bien tangibles y comprobables. Las mismas que han desafectado a muchos, que han desilusionado, descreído y alejado de lo público y lo político. En tres décadas de democracia, de aquella generada democracia a partir de una dictadura y una reconciliación ejemplar protagonizada exclusivamente por los propios españoles, parece que queremos degenerarla definitivamente.

Hemos petrificado sus pilares y cerrado con candado el futuro y el mañana. Hemos ido más allá de las reglas de juego y sacralizado Constituciones y leyes. Una vez más, hemos demostrado que somos españoles, los del corazón mitad helado, mitad no. Es el sino amargo de un pueblo indolente y soberbio que es incapaz de mirar hacia atrás con ojos de presente y futuro a un tiempo, incapaz e incómodo de extraer lo mejor de una rica, y acomplejada sin embargo, historia.

Rompamos el silencio cobarde y el cruzarnos de brazos resignadamente. Rompamos con la miopía voluntaria y la mentira tutelada. Indiferencia, el nuevo agnosticismo de la sociedad. La nueva claudicación de los tiempos posmodernos. Perdidos los valores, ausente la crítica, ayuna la reflexión, huérfanos de intelectuales, la indiferencia es el triunfo de un individualismo abusivo, egoísta y radical. La peor de las actitudes. Poco se puede esperar de una sociedad enferma, desnuda de sentimientos, el alma evaporada, egoísta y hedonista.

¿Dónde está la sociedad civil? Despertemos. Limpiemos hojarasca y mentira. Es hora de que la sociedad civil se articule de verdad, que sea consciente de su fuerza moral y su ímpetu constructivo. No permitamos que la manipulen ni la amordacen con silencios. Desde el respeto, la tolerancia, la responsabilidad crítica. Es hora de que otros actores tomen también la palabra, propongan, oferten, alcen su voz. La palabra lo puede todo. Diálogo, acuerdos, compromisos. Es lo que quisimos los ciudadanos hace poco más de un mes.

Abel Veiga es Profesor de Derecho Mercantil en Icade.

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