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La geografía española está salpicada de lugares con encanto

Todos somos de pueblo

De montaña, sobre glaciares, de espaldas al mar o encarando las olas sobre empinados acantilados; con vistas, escondidos, perdidos, rescatados, desconocidos o populares. De vacaciones nos vamos de pueblos.

Torla, puerta de acceso al valle de Ordesa.
Torla, puerta de acceso al valle de Ordesa.

España es un país privilegiado para ir de vacaciones y eso nos ha encaramado al tercer lugar del ranking mundial en cuanto a número de visitantes y segundo en cuanto a ingresos. Un turismo diverso que ya no busca solo sol y playa, sino que empieza a descubrir nuestros preciosos pueblos.

Antes, quien tenía pueblo tenía asegurado un lugar vacacional y volver a la localidad natal en verano era una fiesta, como cantaban Los Panchos: “Me voy pa’l pueblo. Hoy es mi día. Voy a alegrar toda el alma mía”. Hoy muchas de nuestros pueblos son iconos turísticos.

Son localidades con encanto y singulares que igual se ubican en lo alto de una inaccesible cima, como Torla (Huesca) o Guadalest (Alicante); quedan a merced de volcanes, como Garachico (Tenerife); se refugian entre acantilados de la fiereza del mar, como Cedeira (La Coruña), o antaño, de los temidos piratas, como Mojácar (Almería), o han construido su historia a base de leyendas, como Rascafría (Madrid).

De norte a sur y de este a oeste o en territorio insular, es fácil encontrar sitios que reflejan la biodiversidad española, la segunda más variada de Europa tras la inmensa Rusia; nuestro rico patrimonio histórico-artístico, segundos también tras Italia; un acervo cultural fascinante y una amplia variedad de tradiciones y fiestas. Y en casi todos nuestros pueblos hay una rica gastronomía, exquisitos vinos variados con los que maridar el menú y una gran oferta de ocio.

Nuestra selección de pueblos con encanto le llevará a recorrer España casi de punta a punta por la costa, el interior la montaña o entre islas.

Las mejores vistas al Pirineo

Naturaleza, senderismo, deportes de montaña, tranquilidad y unas vistas increíbles. Son algunas cosas de las que podrá disfrutar en Torla (Huesca). Uno de los pueblos más bonitos del Pirineo aragonés, desde donde se divisa el imponente Mondarruego. Ubicado sobre el valle glaciar del río Ara, a 1.032 metros de altitud y con apenas 200 habitantes, es famoso por ser la puerta de entrada al valle de Ordesa y al del Broto.

Los bonitos y enormes acantilados de Cedeira, en las Rías Altas.
Los bonitos y enormes acantilados de Cedeira, en las Rías Altas.

Torla es uno de esos pueblos de cuento en el que destacan sus calles empinadas y empedradas, con sus casas de piedra y sus típicos tejados de pizarra, arquitectura típica de la zona, y sus muros llenos de flores. Su casco antiguo, medieval, conserva auténticas joyas como el Casón de los Viu, un palacio del siglo XIV, los restos de la antigua torre y la fortaleza, donde hoy se encuentra una bella iglesia románica, construida sobre una gran roca que domina el valle.

Acantilados de vértigo

Playas ocultas que plantan cara al enfurecido Atlántico, acantilados espectaculares –como los de la cercana Vixía Herbeira que son los más altos de la Europa continental, con 613 metros de altura– y pequeños bosques donde se dan cita las meigas son algunos de los atractivos de los pueblos que salpican la ría de Ferrol, como Cedeira (La Coruña).

Una villa costera situada al norte de las Rías Altas en la que destaca su rico patrimonio medieval y sus magníficos edificios de otras épocas como el castillo de la Concepción, una fortaleza que data del siglo XVIII y que llegó a reunir 15 cañones para su defensa, o la iglesia de la Santísima Virgen del Mar, renacentista y fechada en el siglo XV.

Cedeira es una localidad volcada al mar. Si va en agosto, no se pierda las fiestas patronales que se celebran el día 15 en honor de Nuestra Señora del Mar y si es devoto de los deportes acuáticos se encontrará en su salsa para practicar surf, windsurf, submarinismo o vela. Además, por la comarca se abre paso el Camino Inglés del Camino de Santiago.

Una de las empinadas y floridas calles de Mojácar.
Una de las empinadas y floridas calles de Mojácar.

Blanco y radiante

Encaramado sobre un promontorio en la sierra de la Cabrera, para huir de los berberiscos y a dos kilómetros de la orilla del mar, Mojácar (Almería) es un bello pueblo empinado y blanco, lleno de recovecos, empedrados y casas con puertas y ventanas de alegres colores y llenas de macetas y flores, en las que se descubre la huella de su pasado árabe.

Desde el mar, la vista del pueblo sobre la montaña es impresionante. Para recorrerlo olvídese del coche. Tendrá que dejarlo en el aparcamiento.

En los años cincuenta fue refugio de bohemios y artistas y hoy es uno de los lugares vacacionales más conocidos y concurridos de la costa almeriense y andaluza, en la que el alocado desarrollo urbanístico y turístico no hizo estragos.

La plaza Nueva es el centro turístico del pueblo y desde su terraza mirador se contemplan unas vistas fantásticas como el valle de las Pirámides. Si sigue subiendo, en el mirador del Castillo tendrá la mejor de las panorámicas.

Anímese a recorrer sus playas y calas casi vírgenes y aproveche para asomarse a otros pueblos cercanos.

A la sombra del volcán

Grarachico es uno de los pueblos más bellos y mejor conservados de Tenerife. Frente al mar y de espaldas a un volcán, la Montaña Roja. Su puerto, un importante enclave de mercancías y otras zonas de este bonito pueblo en el norte de la isla fue prácticamente sepultado por la lava de la erupción del Trevejo en 1706. De ahí que muchas de las playas y calas cercanas sean rocosas, de origen volcánico y arena negra.

Su ubicación sobre una larga ladera ha favorecido su conservación y lo ha protegido del turismo masivo. Conserva una arquitectura de tipo colonial, que se refleja en sus grandes casonas como la Casa de Piedra o el Palacio de los Condes de La Gomera, pero también destacan edificios como la iglesia de Santa Ana, del siglo XVI, en la que se mezclan el estilo renacentista y plateresco, y en su interior una decoración mudéjar, o los conventos de San Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán. No se pierda las piscinas naturales del Caletón.

Las Cascadas del Purgatorio, en Rascafría.
Las Cascadas del Purgatorio, en Rascafría.

A prueba de terremotos

Los restos de su famoso castillo en lo alto de un macizo rocoso, y su historia hacen de Guadalest uno de los pueblos más pintorescos y visitados del interior de Alicante. De origen árabe, esta imponente fortaleza natural sufrió sucesivos destrozos por terremotos, el primero en 1644. Durante la Guerra de Sucesión, el Castell sufrió una voladura en 1708. Pero ahí sigue varios siglos después, a 73 km de la capital de la Costa Blanca.

La única forma de acceder al casco antiguo es a pie a través de un túnel abierto entre los peñascos y situado al final de una empinada escalinata. Desde la plaza central se contempla una espléndida vista panorámica de las abruptas sierras de la comarca de La Marina.

La casa de los Orduña, caserón nobiliario que hoy alberga el Museo Municipal, y la antigua cárcel del siglo XII, en los sótanos de la Casa Consistorial, son visitas casi obligadas.

Leyendas a más de mil metros

Rascafría es una excursión casi ineludible si se visita la sierra de Madrid. Historia, leyendas, naturaleza y una gran cantidad de rutas para descubrir entornos singulares y de extraordinaria belleza a 1.200 metros sobre el nivel del mar.

Enclavado en la Sierra de Guadarrama y dentro del Parque Natural de Peñalara, donde está el pico homónimo más alto de la comunidad (2.428 metros).

Además de sus paisajes, Rascafría destaca por albergar el monasterio de Santa María del Paular (1390), que fue la primera cartuja del Reino de Castilla y hoy es una abadía benedictina en la que se mezclan el estilo gótico y el barroco. Cerca de allí están las Cascadas del Purgatorio, un conjunto de saltos de agua que destacan por su gran tamaño.

Hasta el año 2000, en la plaza Mayor del pueblo se podía contemplar el olmo, de más de 300 años de antigüedad, del Tuerto Pirón, un legendario bandolero que robaba a los ricos y repartía el botín entre los pobres. Hasta hoy no se ha podido encontrar el enorme rubí que una joven musulmana escondió en tiempos de la Reconquista en la cueva de la llamada Peña de la Mora.

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