Brasil, en el punto de mira
Desde que en el año 2009 la bolsa brasileña se anotase más de un 80% de subida erigiéndose en la nueva tierra prometida, la renta variable del país carioca no ha conseguido volver a brillar a la altura de lo esperando. Casi podríamos decir que la economía de Brasil está muriendo de éxito, y son numerosas las llamadas de atención que se están realizando sobre la evolución de una economía que pasa por ser la séptima más importante del mundo por tamaño de PIB, por delante de países como Reino Unido, Francia o Italia.
Es muy frecuente escuchar la pregunta ¿qué es lo que pasa en Brasil? La respuesta comienza también a parecer ya un tópico: los problemas de competitividad. Esta causa ambigua y muy generalista, que se achaca también a economías tan dispares como España, Italia, Francia, etc. presenta un carácter propio en esta inmensa región sudamericana. La economía sudamericana está haciendo frente a problemas de muy distinta índole, algunos de ellos muy propios de las economías sobrecalentadas.
La fuerte atracción de capitales que se desató en 2009, tuvo como consecuencia una apreciación del real brasileño muy notable, a la que la industria local culpabiliza de todos sus males. Muchos han sido los intentos por parte del Gobierno de frenar la apreciación de la divisa, la mayor parte de ellos infructuosos, hasta el punto de que Brasil ha sido quizás uno de los países que más se ha hecho escuchar alertando de la “guerra de divisas” global. En este punto, el real brasileño destaca por ser la moneda más sobrevalorada de Latinoamérica, en claro contraste con la evolución de su economía.
El rápido ascenso brasileño de principios de década se ha traducido en una disminución de la pobreza sin precedentes, motivada a su vez por el descenso en los niveles de desempleo hasta mínimos históricos. Gracias a ello, la fortaleza del mercado interno está compensando la falta de dinamismo del sector exterior, pero muy al contrario de lo que pudiera parecer, esta presión que ejerce el pleno empleo provoca importantes tensiones en los salarios que se traducen en la ya comentada pérdida de competitividad.
Paralelamente, su mercado laboral adolece de la cualificación profesional y técnica suficiente para el amplio desarrollo al que se enfrenta su economía.
El otro gran foco de preocupación lo conforman los altos niveles de precios. Con una inflación por encima del 6% y el crecimiento desacelerando, el margen para dar continuidad a políticas expansivas se estrecha de manera importante, al tiempo que empieza a brotar cierto escepticismo sobre unos planes de estímulo que no han brindado los frutos esperados.
Pero si hay algo que verdaderamente pone nervioso al mercado y a la inversión extranjera, es el intervencionismo estatal. El Gobierno de Dilma Roussef ha emprendido una huida hacia delante, abandonando las reglas de juego claras de las que Lula Da Silva, su antecesor, se sirvió para fraguar un modelo de éxito, todo ello en un intento de imponer las condiciones que considera más adecuadas para sostener el crecimiento. Esta creciente injerencia en las normas se contrapone a la necesidad de un impulso reformista que transforme las actuales rigideces de la economía brasileña en nuevas oportunidades para el desarrollo industrial y financiero.
Tan incuestionables son las cualidades y fortalezas de que goza la economía brasileña como enormes los desafíos a los que se enfrenta. Por fortuna durante la última década hemos asistido a un brillante proceso de madurez político-económica en gran parte de Latinoamérica que nos invita a ser optimistas sobre el futuro de Brasil. Es bueno que Brasil esté en el punto de mira, como también es bueno que se reconozcan los problemas a los que se enfrenta. De este modo, con permiso de los retos globales, podrá moverse el timón de nuevo en la trayectoria correcta del crecimiento.
Alejandro Varela, Gestor del fondo Renta 4 Latinoamérica FI.