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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa despeja sus dudas y lanza el euro

Europa se ha construido siempre a impulsos políticos. Lentamente, con dos pasos para atrás por cada tres que se daban al frente, los políticos europeos, y sobre todo los del eje franco-alemán, mantienen vivo el compromiso con sus predecesores, con la historia de la complicada relación de Francia y Alemania, para consolidar un proyecto de unión política y económica en el Viejo Continente. La severa crisis financiera desatada en EE UU hace cinco años se había manifestado en Europa como una crisis de deuda privada en los países periféricos que ha devenido en crisis de deuda soberana, que, a su vez, había aflorado las deficiencias del euro.

Tal había sido el impacto, que la construcción paneuropea se había estancado cuando más necesitaba la velocidad de crucero, y la desconfianza y desánimo internos generada por la crisis y los ataques de los especuladores que apuestan por la ruptura del euro han estado a punto de echarlo a perder. Esta semana, tras una presión de los mercados financieros fuera de lo común, los líderes europeos han ajustado las herramientas a su disposición y han renovado política y financieramente la apuesta por la moneda. El sosiego ha vuelto a España e Italia, ambas en el ojo del huracán.

Europa ha entrado ya en una dinámica en la que cada vez es más difícil mantener los lentísimos ritmos de maduración y aplicación de las grandes decisiones. La presión de los mercados financieros, que mueven el dinero a la velocidad de los neutrinos, y que pueden poner contra la espada y la pared a cualquier Estado con una cantidad relativamente pequeña de dinero, ha obligado a cambiar los biorritmos de las autoridades comunitarias, con la dificultad que ello supone para los acostumbrados a la desesperante multilateralidad. La cumbre del 28 y 29 de junio había dejado claro que Europa caminaría, sin calendario fijo, eso sí, hacia la unión fiscal, unión bancaria y supervisión financiera única (con la posibilidad de capitalizar para salvar bancos con problemas sin recurso a la deuda soberana) y hacia la consolidación de mecanismos eficaces de defensa del euro en los mercados, ya fueren operaciones de compra de deuda por parte del fondo de rescate o del BCE si fuere preciso.

El compromiso ahuyentó a los especuladores. Pero la relajación ulterior los reanimó hasta el punto de volver a poner en cuestión todo el proyecto del euro. El viernes, tras una semana agitada en los mercados -la prima de riesgo española llegó a los 640 puntos básicos, y el bono a cinco y diez años superó con holgura el 7%-, Francia y Alemania hicieron una apuesta política por el euro, tras los mensajes, perfectamente sincronizados de la víspera, en los que Draghi rompía su ortodoxia monetaria para adentrarse en las políticas fiscales y bajar la temperatura a los bonos españoles e italianos. Por medio han estado las negociaciones políticas en Italia, donde la derecha da una tregua hasta las elecciones a Monti, y los contactos del ministro de Economía español con sus colegas alemán y francés, además de la aprobación definitiva del rescate bancario de España, tanto en la UE como en los Parlamentos nacionales.

Alemania y Francia, cediendo cada cual en sus particulares formas de ver la economía, deciden aplicar con rapidez los pactos de junio en Bruselas, en todos sus aspectos, lo que es el paso definitivo para eliminar de los bonos sureños toda la parte no justificada por los fundamentales en su cotización. Lo que podría considerarse especulación o desconfianza. El BCE hará así su parte, aunque atropelle el mandato que tiene asignado por los políticos. De esa forma, los Gobiernos español e italiano dispondrán de un buen margen temporal para aplicar las reformas en sus países y para reducir el déficit fiscal hasta donde se han comprometido para estabilizar sus volúmenes de pasivo.

Como Italia, España no tiene excusas. Dispone del margen que había pedido. Pero debe aplicarse con celeridad a lograr el objetivo fiscal, prioridad absoluta para bajar el coste de financiación pública y privada. Y debe acelerar la política reformista, a ser posible con consensos, para poner la economía en disposición de recuperar el crecimiento cuanto antes. Los 5,7 millones de parados, uno de cada cuatro españoles en edad laboral, no pueden esperar, y el resto de españoles que han visto de cerca la posibilidad de un rescate y en riesgo el euro, tampoco.

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