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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa busca medicina sin efectos secundarios

La confirmación por parte de Eurostat del dato de déficit con el que España cerró 2011 se convirtió ayer, inusual y paradójicamente, en una noticia agridulce. Agria, evidentemente, porque ese 8,5% de desajuste -que supone casi 25.000 millones de euros por encima del objetivo previsto- ratifica oficialmente la exclusión de España del grupo de países que se han esforzado por cumplir con los deberes de Bruselas. La indisciplina española contrasta de forma estridente con la hoja de servicios en materia de consolidación fiscal que han presentado otros vecinos europeos. Los datos de Eurostat confirman que Europa consiguió el año pasado una reducción media de déficit presupuestario de dos puntos en la zona euro (hasta el 4,1%) y de dos y medio en la UE (hasta el 4,5%). De los 27 Estados miembros, 12 se hallan ya por debajo de la línea roja del 3% prevista en el Pacto de Estabilidad; otros, como es el caso de Portugal, Austria o Letonia, han cerrado el año con la mitad de déficit; y en las grandes economías, como Alemania y Francia, la tijera se ha llevado 80.000 y 30.000 millones de euros, respectivamente. Frente a esa contundente batería de esfuerzos y de resultados, los 25.000 millones de desviación de España y los 7.000 millones de recortes que esta ha presentado conforman un oscuro y triste balance. Pese a todo, la confirmación llevada a cabo por Eurostat tiene su parte de buena noticia, porque disipa de una vez por todas las dudas que se generaron a principios de año sobre la fiabilidad de las cifras españolas. Aunque la propia CE manifestó entonces su sorpresa por el salto cuantitativo del déficit español, el comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, se congratulaba ayer de que los rumores sobre un falseamiento intencionado de los datos hayan quedado "totalmente desmentidos". La importancia de ese hecho no es baladí, dado que a día de hoy, y con los mercados en permanente vigilancia, cualquier duda sobre la transparencia de un país supone una sombra muy peligrosa.

Todo apunta a que Bruselas podría hacer la vista gorda con la desviación española, siempre que el Gobierno garantice que controlará con mano de hierro la consecución de los objetivos de 2012 y 2013. Bruselas insiste en la necesidad de mantener a rajatabla los programas de ajuste, pese a que en el caso de España esa drástica receta suponga condenar al país a un largo invierno sin crecimiento. Desde el Banco de España se hacía oficial la entrada en recesión de nuestra economía, después de tres trimestres consecutivos de caída del PIB. Las dos grandes razones que explican esta persistente anorexia económica son el paro y la obligatoriedad de continuar con los ajustes presupuestarios, dos de las grandes asignaturas que arrastra en este momento España. La tercera es, sin duda, la culminación de una reforma financiera que no parece tener un pronto desenlace y cuya prolongación está agravando la sequía de crédito e impidiendo, por tanto, que se genere crecimiento.

En la situación actual y con la brutal presión que mantienen los mercados parece evidente que España no puede aflojar en la política de ajuste presupuestario. Pese a ello, existen cada vez más indicios de que algo ha comenzado a resquebrajarse en el inamovible dogma de la austeridad europea. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, advertía ayer desde Luxemburgo que los ajustes son condición necesaria, "pero no suficiente", mientras los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, con el inesperado ascenso de las opciones euroescépticas de derecha e izquierda, han reabierto el debate sobre los efectos políticos que puede traer una política de restricción del gasto demasiado inflexible. A día de hoy, sin embargo, nadie se atreve a garantizar que pueda haber un cambio de fármaco sin efectos secundarios. Mientras algunas voces aseguran que la agresividad de los mercados financieros responde a los desajustes presupuestarios, otras atribuyen esa presión a la falta de crecimiento económico. Entre ambas posturas comienza a abrirse paso la idea de que no todos los Estados miembros están en la misma situación financiera y que tal vez no todos necesiten una medicina igualmente amarga, en alusión a la posibilidad de implantar una mayor flexibilidad en países como Francia y Alemania. En cualquiera de esos escenarios, a España le espera todavía una larga senda de ajustes.

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