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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una tormenta perfecta de morosidad

La escalada de la morosidad en el sector bancario español va camino de constituirse en una peligrosa tormenta perfecta. Si tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007 el grueso de la mora se concentró en promotoras y constructoras, los últimos datos al respecto revelan que particulares y pequeñas empresas focalizan ahora los dolores de cabeza de las entidades financieras en materia de recobro. El último dato hecho público por el Banco de España cifra en un 7,91% el ratio de impagados en el mes de enero. A la espera de que se conozcan las cifras de cierre de este primer trimestre del año, desde el sector bancario se da por hecho que la curva ascendente de la morosidad ha superado ya de forma holgada el techo del 8%. En términos absolutos, el volumen de créditos dudosos se acerca ya a los 150.000 millones de euros.

El desplazamiento de la mora hacia los particulares y las pequeñas empresas supone mucho más que una ampliación del perfil del deudor bancario y constituye la mejor radiografía del profundo deterioro que se ha abatido sobre las economías familiares y el conjunto del tejido empresarial español, que en un abrumador porcentaje está integrado por autónomos y pequeñas y medianas empresas. No en vano, las dificultades de la banca para hacer frente a estos impagos se explican tanto por el implacable proceso de destrucción de empleo que está viviendo el mercado laboral como por las dificultades de tesorería -y en algunos casos, de simple supervivencia- de miles de pequeños empresarios.

La mora en el sector bancario crece así a la par que avanza la crisis y, con esta última, también las dificultades de unos y otros para hacer frente a los compromisos de pago. Una suerte de perversa espiral de sequía de ingresos y liquidez a la que solo puede poner fin un horizonte de crecimiento económico que, por el momento, no resulta fácil vislumbrar.

Se trata sin duda de un problema complejo y que ha de atacarse desde distintos frentes. El primero de ellos es la consolidación de la reforma del mercado de trabajo, cuyas bases ya han sido puestas por el Gobierno, pero cuyos efectos solo podrán ser valorados tras un periodo de rodaje sobre el terreno. La tasa de paro actual en España está cifrada en un insostenible 23%, pero las previsiones apuntan a un aumento. Ello constituye un peso insoportable para el conjunto de la economía, además de una tragedia individualizada cuya gravedad solo puede valorarse realmente desde la perspectiva de cada individuo y familia afectados. Poner fin a esa sangría y comenzar la lenta tarea de la creación de empleo constituye un presupuesto indispensable para aspirar a reducir la elevada tasa de morosidad que lastra las economías familiares y socava las cuentas de las entidades financieras. También la flexibilidad que la reforma laboral aspira a implantar en las relaciones laborales debería ejercer de balón de oxígeno para unos pequeños empresarios abrumados por las deudas y por las dificultades para adaptar sus costes a las circunstancias de la compleja coyuntura económica.

A todo ello hay que sumar el impulso a una reforma financiera cuya falta de culminación está ejerciendo de freno tanto para la normalización del sector como para la actividad económica en su conjunto. La esperada reapertura del mercado de crédito depende directamente de la puesta -exitosa- del broche final al nuevo mapa bancario español, cuyas exigencias de solvencia y limpieza de balances suponen un enorme esfuerzo para las entidades. De la efectividad de ambas reformas -laboral y financiera- dependerá en buena medida la normalización del tráfico económico y la fluidez del mercado de crédito. Pero tampoco puede olvidarse la necesidad de poner los pilares de un crecimiento que constituye el motor necesario para alimentar la recuperación de la actividad en el presente y para mantenerla en el futuro. Todas ellas son tareas difíciles, cuyos efectos tardarán en verse en la práctica, pero cuya puesta en marcha y seguimiento no pueden retrasarse más bajo ningún pretexto. De ellas depende la llegada de esos brotes verdes que de momento, ni siquiera la primavera consigue hacernos ver.

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