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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otra vuelta de tuerca sobre Atenas

Bruselas dio ayer una nueva y apretada vuelta de tuerca a la conflictiva gestión de la crisis griega al condicionar el pago del segundo rescate al país a una cesión de soberanía fiscal sin precedentes. Los 130.000 millones de euros que recibirá Atenas implican el establecimiento de un intenso protectorado fiscal sobre la nación, cuyo objetivo ha de ser supervisar hasta la última coma el programa de reformas y de ajustes presupuestarios. La desconfianza creciente hacia Atenas, a la que sus vecinos europeos perciben como el pariente manirroto y reincidente del que ya no se espera nada bueno, se funda en un motivo objetivo: las desviaciones en que ha incurrido hasta ahora respecto a los compromisos adquiridos con sus socios a cambio del rescate. Como parte del precio pactado en esta nueva etapa, Bruselas exige que el Gobierno heleno deposite en una cuenta bloqueada los fondos necesarios para abonar los intereses de su deuda, los cuales tendrán prioridad sobre el pago de otras partidas presupuestarias.

Pese que el respaldo de los países de la eurozona supone una buena noticia -más aún tras la larga sucesión de encuentros y desencuentros que los líderes europeos han protagonizado a lo largo de los últimos meses respecto al acuerdo-, el problema griego continúa lejos de resolverse. A la vista de la desastrosa gestión política y económica realizada por Atenas desde que empezó su particular vía crucis, comienza a abrirse paso la idea de que lo que Grecia necesita no es solo una solución económica, sino también una profunda regeneración política. Pero al contrario que la primera, esta no puede solventarse por medio de una supervisión externa o con inyecciones de ayuda financiera, sino que implica un proceso de maduración e incluso, en algunos casos, de creación ex novo de estructuras e instituciones cuya gestación requiere tiempo.

Precisamente por ello, entre los parientes europeos más pudientes empieza a cundir el pesimismo y la impaciencia. "No se puede tirar dinero a un pozo sin fondo", se quejaba hace tan solo unos días el ministro alemán de Economía, Phillip Rösler. Nadie duda de la necesidad y de la urgencia de resolver el problema, entre otras cosas porque la flexibilización de la disciplina presupuestaria que países como España o Portugal precisan de Bruselas no puede llevarse a cabo mientras no se encuentre una salida para Atenas. Pero esa solución debe ser adoptada de forma enérgica, efectiva y sin caer en la tentación de arrastrar los pies y cronificar el problema. Tanto si se opta por un rescate íntegro y con todas sus consecuencias -lo que requerirá un ejercicio de honesta pedagogía hacia la ciudadanía europea-, como si la solución elegida es dejar de alimentar ese pozo sin fondo -lo que tendría consecuencias imprevisibles-, Europa debe cerrar este capítulo y hacerlo cuanto antes.

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