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Tribuna
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Notas a una reforma

Durante las últimas semanas el Gobierno nos ha ido dosificando, tímidamente, y a modo de globos sonda, el alcance de la reforma laboral. A cierta distonía o tensión más o menos disimulada entre algunos ministerios, y cuyos ecos se buscan en los medios, y las afirmaciones tanto del presidente como del ministro de Economía en Bruselas sobre el calado y "agresividad" del decreto-ley sigue ahora el mismo. Una nueva reforma, más de una cincuentena desde 1980. Con cada crisis, una reforma, con cada recesión, un vendaval que se lleva miles de empleos. Algo falla. ¿Por qué esta auténtica hemorragia legislativa de reformas sobre reformas que siempre llevan en su frontispicio el término flexibilidad cuando el mercado laboral no es tan rígido como nos lo pintan?

No ha sido la rigidez la que ha destruido más de dos millones de empleos, frágiles sin duda, sino el exceso demediado de apostar nuestro crecimiento a la construcción y sus aledaños, los servicios y una industria a la que le queda mucho recorrido en innovación y desarrollo y por el que no se apuesta o se recortan los fondos necesarios para su despegue óptimo y homologado al de otros países de la Unión. Pero a esa flexibilidad más extrínseca que intrínseca, y donde se evita negociar y sí se apuesta por la ruptura del contrato y el despido o la no renovación, le acompaña algo genético pero también gordiano, la inmensa precariedad laboral. La flexibilidad interna, la que vehicula la preservación del puesto de trabajo cuando este está formado, es productivo pero caen los márgenes y la productividad de la empresa es el desiderátum que no debe perderse en el horizonte. Reducción de horas, jornadas, etc., pero no destrucción de empleo. Por desgracia, solo se consigue en ciertos sectores industriales pero no en el resto.

Faltan anclajes. Es fácil despedir. Es difícil contratar. Y siempre las reformas se tiñen de parcialidad y escasa ambición. Despedir está subsidiado en un país donde el Estado, bien a través de ayudas públicas a la empresa, que acaban devorando estas pero que no alcanzan ni viabilidad ni mantenimiento de puestos de trabajo, bien haciéndose cargo de los costes a través de recursos públicos. Verdaderamente, ¿es tan oneroso en España, como se nos dice siempre, despedir a un trabajador? No lo parece en exceso cuando los despidos en el último año alcanzaron casi el medio millón de los 700.000 que hubo, pero la onerosidad tiene una ventaja clara, la celeridad y facilidad en su tramitación. La reforma apunta por esa vía. De 45 días a 33. Este es el principal epicentro de este decreto-ley de 10 de febrero de 2012, generalizado y extensible. Si es caro, las empresas no contratan nuevos empleados, y si es caro, tampoco son competitivas, sobre todo cuando son pymes. Ahora bien, no se trata de despedir, se trata de crear, preservar, formar y asentar empleo y puestos de trabajo. No en cercenarlos. Y si no se crean empresas, no importa que el despido sea uno u otro.

En nuestro país no ha habido nunca miedo al despido. ¿Realmente es tan caro el despido como se nos dice?, ¿es esa la causa del gripamiento del mercado laboral? En verdad que no lo es. De las rupturas contractuales laborales, la inmensa mayoría no obedece a despidos, sino a no renovaciones de contratos de trabajo, habida cuenta que es la contratación temporal la reina y parece ser que presunta panacea de todas las bondades de un mercado que convulsionó por jugárselo todo a una carta. En España, ante las dificultades, se opta por despedir, no por sanear la empresa. Se cierran miles de empresas y llegan al concurso de acreedores, las que llegan, demasiado tarde. No para la finalidad solutoria esencial y querida por la norma concursal, la conservación de la empresa a través del convenio con su quita y espera, sino a la liquidación y muerte. Se apuesta poco o nada por los ERE.

Abaratar el despido y flexibilizar los convenios se erige en la línea definitoria de esta enésima reforma. ¿Será el motor, o tal vez la chispa que encienda y estimule la economía y que volvamos a crecer sobre todo cuando el desempleo seguirá aumentando este año a cotas impensables? ¿Contratarán más los empresarios, habrá más emprendedores si se abarata y flexibiliza el convenio, o si empieza a fluir el crédito, la confianza y el estímulo? Todo se encadena y concatena. Indefinidos para emprendedores. Para empresas de menos de 50 trabajadores. Pero ¿era tan agresiva como se nos estaba pintando, o solo es un primer paso de algo más? La médula aquiliana debe ser apostar por la flexibilidad interna, por la búsqueda de diálogos y soluciones negociadas, pero que no destruyan el empleo. Solo así se logra el equilibrio, la integridad de un mercado, la credibilidad y la confianza. Mejorar la empleabilidad a través de la búsqueda de la estabilidad no se logra solo con abaratar el despido.

No ha querido el Gobierno decantarse por el contrato único. Pero no podemos seguir con la maraña de modalidades contractuales ad infinitum. Fragmentación contractual y un eslabón debilísimo y sangrante, el abuso de la contratación temporal. Acierta la reforma en desacralizar sectorialmente los convenios. Maximizar la eficiencia y la rapidez, adaptándose a los cambios y a las necesidades de cada empresa, directamente, sin que el papel de los sindicatos se convierta en llave o en trabe. ¿Atajará la economía sumergida una reforma que aspira a ser completa, equilibrada y útil?

El nervio de la reforma proclama un objetivo crucial, estabilidad en el empleo y jóvenes, deducciones de hasta 3.000 euros por contratar a menores de 25, tenemos la tasa más brutal de desempleo de jóvenes de Europa, pero, ¿y las horquillas de desempleo que han afectado a trabajadores de edad mediana o que han rebasado la cincuentena? Dice la ministra que estamos ante una reforma histórica, que ataca la dualidad y la rigidez, pero el tiempo y la magnitud de esta crisis nos lo dirán. Todos los Gobiernos, rotos los puentes básicos entre patronal y sindicatos y buscando acuerdos de mínimo, adjetivan y trascienden la importancia de sus reformas. La utilidad, que no necesidad de la misma, solo arrojará su veredicto la realidad y el transcurso de los próximos meses. Freno, ya era hora, al desmán de indemnizaciones de directivos de empresas públicas. Las privadas es harina de otro costal.

Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade

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