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Columna
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La curva de Montoro

Primero de todo, demos los gritos de rigor y celebremos que España haya colocado ayer 10.000 millones en deuda, el doble de lo previsto, con una fuerte rebaja de intereses gracias a las medidas del Banco Central Europeo, mientras la prima de riesgo se reduce en 14 puntos básicos y el interés marginal se modera del 4,058% al 3,576% y el interés medio queda en el 3,384% frente al 4,023% de la anterior subasta celebrada el 15 de diciembre. Nos conviene que así sea y es de desear que siga la racha. Los éxitos de este Gobierno son de todos nosotros y carecería de sentido anotarlos con la mueca verde de la tristeza. Señalan los expertos que el éxito de la subasta da continuidad a la buena racha de las últimas subastas de 2011 todavía con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, pues tanto mejor.

En segundo lugar, conviene volver sobre el pleno extraordinario del Congreso de los Diputados convocado el miércoles pasado para convalidar el decreto ley de medidas urgentes que recorta el gasto y prescribe una subida de impuestos, en particular el IRPF que grava sobre las rentas del trabajo. El presidente del Gobierno se mantuvo fuera del debate prorrogando el silencio con el que nos viene obsequiando desde que dio lectura a la composición del Gabinete el pasado día 21 de diciembre. Así que fue el señor ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, el encargado de hacer la defensa en la tribuna. El momento tenía interés porque el decreto ley suponía adoptar una media vuelta respecto de las promesas electorales y de las formuladas después en el propio debate de investidura durante los días 19 y 20 de diciembre. La insistencia en la rebaja de impuestos desapareció de la vista del público por arte de birlibirloque, en un extraordinario ejercicio de prestidigitación.

El titular de Hacienda abandonó la senda prometida de la prosperidad y abjuró de la curva de Laffer, como el visigodo Recaredo hizo del arrianismo en Toledo a la altura del año 586. Recordemos para los que hayan llegado tarde que la curva de Laffer asegura el incremento de la recaudación fiscal siempre que se proceda a la reducción impositiva. Así que Montoro, después de habernos dado la tamborrada durante más de cuatro años con Laffer y su prodigiosa curva, se salió por la tangente el miércoles sin dar cuenta ni razón.

Cambió la seda por el percal y pareció adherirse a la curva del toro (véase el diario El País del 15 de mayo de 2008). Aclaremos que se trata de un caso particular de las curvas de persecución, así designadas por Bouguer con ocasión del problema de la ruta del barco que pretende interceptar a otro. Problema al que dio solución en la Memoire de l'Academie des Sciences de 1732. Su explicación constituye un difícil empeño al que se refería en otro plano Isaac Babel al referirse a la curva misteriosa que describe la línea recta de Lenin. Su ecuación aparece descrita por H. Brocard en sus Notes de biblographie des courbes géométriques (Bar-le-Duc, 1897).

Desde luego, los mejores argumentos contra las propuestas del nuevo Gobierno figuran en el diario de sesiones del Congreso, donde están transcritas sus intervenciones durante las dos últimas legislaturas. Son memorables sus afirmaciones referidas incluso a los momentos de crisis, insistiendo en que los bolsillos de los particulares son el mejor lugar para que el dinero cumpla su función dinamizadora y se relance la economía.

El portavoz parlamentario del Grupo Socialista para esta ocasión, José Antonio Alonso, se abstuvo de hacer trabajo de hemeroteca con esas citas literales que hubieran sido de gran efecto. Se limitó a subrayar la quiebra entre las promesas y el decreto ley. Ni siquiera le recordó a Cristóbal Montoro que con visibles timideces hacía constantes protestas de encaminarse por la senda del principio de proporcionalidad a la hora de distribuir las cargas fiscales y subrayaba sus afanes de severidad sobre las rentas del capital. Observar al Partido Popular en esa dirección es desalentador porque si los capitales se sintieran maltratados emigrarían a climas más cálidos y entonces, ¿quién invertiría aquí? José Antonio Alonso hubiera debido reconvenirle con el ejemplo de Esperanza Aguirre, faro esplendoroso en la noche oscura y en las amarguras vivo resplandor, como dice el himno de Cubas de la Sagra.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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