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Tribuna
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Los cortos, esos malvados

Corría el año 2000. Jim Chanos, un gestor de fondos estadounidense, leyó con atención la letra pequeña de las cuentas de Enron. En aquel momento, el debate acerca de Enron oscilaba entre aquellos que tenían dudas sobre si era la mejor compañía de la historia y quienes no tenían ninguna duda de que lo era. Chanos vio cosas que le gustaron bastante poco acerca del modo en el que la compañía estaba reportando sus resultados. Tan poco le gustó lo que vio que decidió vender los títulos de Enron, a pesar de que no poseía ninguno. Decidió ponerse a corto. Así lo contaba John Kay en The long and the short of it (The Erasmus Press, 2009).

Cuando alguien posee las acciones de una compañía cuyo futuro ve con optimismo, se dice que ha tomado una posición larga; cree que el valor de dichas acciones se incrementará con el tiempo. Cuando cree que el precio de las acciones de una compañía va a disminuir -bien porque desconfía de sus gestores, recela de las cuentas o porque, simplemente, cree que su modelo de negocio le va a provocar disgustos- puede decidir venderla, si ya la posee, o tomar una posición corta; tomar prestadas las acciones y devolverlas en un plazo de tiempo determinado. Si la apuesta a la baja es exitosa, podrá recomprar las acciones a un precio inferior al que las vendió y devolverlas a su propietario embolsándose la diferencia. Si se equivoca, el error le costará caro. No es necesario decir que Chanos acertó. Las acciones de Enron cayeron más de un 90%. Chanos ganó una fortuna, pero su apuesta también permitió a otros caer en la cuenta de que quizá no todo era tan maravilloso en Enron. Contribuyó a destapar el pastel, en definitiva. Echando la vista atrás parece sencilla, pero la apuesta de Chanos no estuvo falta de valentía; se atrevió a ir contracorriente. Además, de estar equivocado, se enfrentaba a una pérdida potencialmente ilimitada.

El caso de Chanos y Enron no es anecdótico. En numerosas otras ocasiones, desde el colapso de la compañía holandesa de las indias orientales del siglo XVII hasta el fraude de las hipotecas suprime o la mala gestión de Lehman Brothers, pasando por la burbuja puntocom, nos encontramos con inversores a corto que han contribuido a detectar problemas y a dar la voz de alarma. De ahí que haya quien ha afirmado que estos inversores pesimistas son como la policía de los mercados; quienes atemperan el optimismo en las burbujas y alertan de casos en los que la valoración de compañías o sectores es irracional. Y también, por qué no decirlo, se han anotado numerosos éxitos en la detección de gestores corruptos o simplemente incompetentes. Sus detractores, comenzando por los gestores de las compañías en las que toman posiciones, aducen que recurren a malas artes para conseguir que sus apuestas resulten exitosas; como, por ejemplo, difundir malintencionadamente rumores que lleven a los inversores a huir despavoridos de las compañías. Y en algunas ocasiones, no les falta razón.

La práctica de vender a corto, desde su aparición en Holanda a comienzos del siglo XVII, ha sido siempre mal vista. Los inversores a corto -denominados generalmente especuladores por gobernantes y ciudadanos desconcertados- parecen ser el hombre del saco oficial al que recurrir cuando las cosas vienen mal dadas en los mercados. Moralmente, su conducta nos resulta inaceptable dado que, aparentemente, su lucro depende de la desgracia ajena. Por eso, con cierta regularidad, la práctica es prohibida. Primero lo fue en la Holanda del XVII. Francia e Inglaterra también la prohibieron en el XVIII.

Viene esto al caso de la reciente decisión de distintos reguladores europeos de prohibir temporalmente las posiciones cortas en entidades financieras europeas, decisión semejante a la adoptada en 2008 en Estados Unidos y el Reino Unido. No estoy cualificado para juzgar la decisión, que doy por buena dado lo excepcional de las circunstancias y el conocimiento de quienes la han tomado. Pero si que me atrevería a decir que aquellos que proponen la erradicación para siempre de esta práctica quizá desconozcan que los inversores a corto juegan un papel fundamental para que los mercados funcionen y para la protección de los inversores.

Y que lo suyo es perseguir con severidad las malas prácticas en lugar de demonizar a unos inversores sin los cuales, y en palabras de un famoso financiero norteamericano, "no habría nadie para criticar y mantener a raya el falso optimismo que siempre conduce al desastre".

Ramón Pueyo Viñuales. Economista

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