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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España necesita atajar la sangría del empleo

Trimestre negro para la economía española. Casi cuatro años después de que arrancara la recesión, la crisis sigue apretando las tuercas de lo lindo: fortísima destrucción de empleo, inexplicable subida de precios para una economía estancada y, como consecuencia de la pérdida de renta disponible y de las pocas expectativas de recuperarla, desplome inaudito del consumo. La economía sigue atrapada en una espiral destructiva que comienza a alimentarse a sí misma y que la sociedad necesita sacudirse para esquivar una crisis que puede esterilizar a toda una generación.

En las semanas pasadas hemos asistido a relecturas de la situación económica por parte de grandes sociedades cotizadas que ilustran tan bien como las cifras conocidas el viernes el dramático desempeño de la economía en los primeros meses del año, y alertan del comportamiento desasosegante de los trimestres venideros. Los propios gestores de las entidades financieras, que tienen la mayor cantidad de información sobre la demanda, puesto que tienen gran cantidad de puntos de contacto con la calle, comienzan a hablar de "bien entrado 2012" para la recuperación.

El propio consejero delegado del grupo Santander, Alfredo Sáenz, advierte que España no ha eliminado, ni por asomo, el grado asfixiante de apalancamiento que tienen sus actores económicos (tanto las empresas como las familias), y cifra en unos 200.000 millones el descenso deseable del crédito vivo, lo que supone nada menos que una caída de cerca del 20% y, sin decirlo, varios años de contracción de la inversión. Con otras palabras: el ajuste financiero prolongará el ajuste de la actividad, y este el del empleo y este el de la riqueza de la ciudadanía.

Es, por tanto, urgente quebrar la dinámica en la que está la economía española, porque cada mes que pasa sin soluciones se intensifican los indicadores más dolorosos de la crisis, sobre todo el desempleo, que está al borde de los cinco millones, el 21,3% de los activos. El empleo es la variable más sensible para la sociedad, y no podrá considerarse superada la crisis hasta que haya cambiado de tendencia, pero la sociedad ni sus administradores no pueden considerarse satisfechos hasta que el nivel de ocupación se acerque a los comunes en 2007.

El primer trimestre ha destruido 2.850 puestos de trabajo cada día, y se ha cebado entre los fijos de la industria y la construcción, o lo que es buena parte del empleo estructural, y se ha producido un nuevo desplazamiento, ya iniciado hace unos cuantos trimestres, desde el empleo a tiempo completo hacia el empleo a tiempo parcial. El empleo ha perdido cantidad y calidad. Ningún analista sensato esperaba que la reforma laboral fuese el bálsamo de Fierabrás para el desempleo. Pero ninguno debe dar por hecho que, salvo que se produzca un fuerte crecimiento de la economía, la normativa laboral devolverá el empleo a su lugar. La reforma aprobada el año pasado es un parche sobre la superficie del mercado, que en absoluto penetra en el núcleo del problema, y que no es otro que los costes del factor trabajo, considerando como tales el salario, los impuestos sobre la renta, el despido, las cotizaciones y las prestaciones por desempleo. Por tanto, puede decirse que la reforma laboral sigue pendiente, y no debería desaprovechar el Gobierno la ocasión que le brinda el cambio en la normativa de los convenios para facilitar las cosas a las empresas, que a fin de cuentas son quienes contratan si las condiciones son propicias.

A los problemas de financiación, cuya resolución, aunque lenta, está en marcha, hay que añadir todas las reformas que contribuyan a estimular el crecimiento de la economía, que no se logrará hasta que unos cuantos retoques en la formación de precios y salarios no proporcionen el mismo efecto que antaño se lograba con la devaluación de la divisa. No tiene explicación que en una economía aplanada y con cinco millones de parados los precios crezcan a tasas cercanas al 4%, por serio que sea el conflicto que tira del petróleo. Acumular inflación es perder competitividad; sin una renuncia de privilegios de todos los agentes económicos, además de las que lleven aparejadas unas reformas que podrían retrasarse un año entero por el calendario electoral, no hay manera de salir de la endemoniada espiral destructiva en la que está atrapada la economía.

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