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A fondo

El presupuesto del embudo

Las cuentas del Estado elaboradas por el equipo de Elena Salgado para 2011 tienen un doble problema: sólo son viables si se cumple su generosa previsión de crecimiento, pero no aportan absolutamente nada para estimularlo, sino todo lo contrario.

Sus únicas contribuciones a la mejora de la actividad económica son tan intangibles como hipotéticas. Pero no hay que negarle que contiene tal ejercicio de contracción del gasto público (aunque la elección de las partidas sacrificadas y premiadas no sea la más ortodoxa) que puede devolver al Gobierno la credibilidad fiscal que él mismo ha sacrificado durante los dos últimos años, y recuperar la confianza de los mercados financieros, que en los últimos meses han dado avisos reiterados de que no están dispuestos a financiar la huida hacia adelante de nuestros gobernantes.

Esta es la principal virtud de los presupuestos, que no es nada despreciable, pero que está impuesta por las circunstancias, los mercados financieros y las autoridades comunitarias. Son unos Presupuestos que obedecen a la ley del embudo de los mercados financieros, por cuya pendiente comenzó involuntariamente a deslizarse el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, en mayo pasado con un primer ajuste del gasto público de unas dimensiones jamás conocidas (15.000 millones de euros).

El anuncio hecho público ayer por la agencia de calificación Moody's de que recortaba la nota otorgada a las emisiones de deuda de España por sus dificultades financieras y las dudas razonables sobre su crecimiento económico, aunque sea una buscada casualidad, no deja de reforzar la necesidad que el país tiene de recomponer su crédito internacional. La propia vicepresidenta Elena Salgado echó mano ayer del diferencial que España tiene con los tesoros irlandés o portugués, que tratan de sacudirse estos días el acoso de sus fiadores, mientras que prácticamente la prima de riesgo ha desaparecido respecto a emisores como Italia, que por el alto grado de su ahorro interno siempre ha sido razonablemente mejor tratada por los señores del dinero.

Pero el empeño que los números del equipo de Salgado ponen en lograr el déficit público que Bruselas nos ha permitido para 2011 puede verse desbordado por el pobre desempeño que la actividad económica promete para el próximo ejercicio. El crecimiento medio que los analistas macroeconómicos manejan para 2011 no sobrepasa el 0,6%, algo menos de la mitad del que exhibe el escenario que acompaña a los presupuestos. Y ahí anida el mayor de los obstáculos para que las cuentas públicas del próximo año cuadren, tanto en ingresos como en pagos. Mientras que las proyecciones de años pasados se vieron sobrepasadas por una contracción de la actividad no esperada, que llevó el desequilibrio fiscal a casi el doble de lo previsto, este año las estimaciones de ingresos y pagos tienen más coherencia, aunque sigan pendiendo del delgado hilo del crecimiento de la economía.

Y la medicina recetada para superar la enfermedad, puede agravarla más. Un presupuesto que recorta un 38% la inversión, con severos ajustes en infraestructucturas y con una caída del 7% en la destinada a investigación y desarrollo, no puede servir como palanca para estimular el crecimiento, señora vicepresidenta. Un presupuesto cuyas modificaciones fiscales, y tiene unas cuantas, se concentran todas en reducir la renta disponible de la ciudadanía, no puede interpretarse como un presupuesto proactivo con la actividad. Un presupuesto que congela las pensiones, corta el sueldo de los funcionarios y cercena los bulbeceantes pasos natalistas dados hasta ahora, no es una palanca que estimule la demanda. Un presupuesto que destina el 58% de sus recursos a gasto social, en el que su primera partida (sin pensiones) es el desempleo y la segunda la hipoteca (costes financieros), señora vicepresidenta, se acerca más a un instrumento asistencial que a un vibrante motor de inversión.

Esto es así y es más llamativo en una sociedad que está demasiado acostumbrada a que el Presupuesto de cada año le proporcione algún argumento para movilizar su inversión o decidir su consumo, tanto entre las empresas como entre las familias. Pero aunque sea por impositivo categórico de Bruselas y don dinero, esta vez las cuentas del Estado desertan de tales expectativas y pueden contribuir a recomponer la estabilidad y la confianza, y con ellas la inversión de los agentes privados de la economía. Es una variable que no suele reaccionar en el medio plazo, que precisa de más maduración; pero si Hacienda logra llevar el déficit al 6% en 2011 y al 3% en 2013, hay que darlo por bien empleado.

Seguramente para ello, y dadas las dudas sobre el comportamiento de la actividad, deberá tomar decisiones adicionales sobre los ingresos y los pagos, aunque ayer la responsable de la política económica descartase ambas cosas para los próximos meses. Es la única capacidad de maniobra que le queda, y si ya lo hizo en mayo pasado, no debe temblarle el pulso para hacerlo de nuevo si fuere necesario. La propia liquidación de las cuentas de 2010 contiene algunas holguras para hacer más fácil la travesía del desierto que supone llevar el déficit del 11,2% al 3% desde 2009 a 2013, con una economía paralizada y sin deshidratarse.

España ha esquivado, por ahora, el mal griego y el irlandés. Pero el Gobierno debe encomendarse a sí mismo para no caer en las turbulentas isobaras de las tormentas financieras. En su mano están las reformas que recomponen el crecimiento duradero y la ocupación estable, los dos mejores aliados para recuperar la estabilidad fiscal y tres veces la triple A perdida. Pasado el fantasma de la huelga general, y con los sindicatos a sus pies, debe mostrar en las reformas venideras la firmeza que le ha faltado en las pretéritas.

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