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A fondo

La norma que no contenta a nadie y disgusta a todos

Una oportunidad desaprovechada. Esa quizás sea la definición más utilizada en los últimos días y desde las instancias más contrapuestas, para definir la reforma laboral aprobada ayer en el Congreso. Es más, pocas veces, por no decir ninguna, se ha sacado adelante una reforma del mercado de trabajo de tan corto calado y que haya levantado tantas ampollas entre todos los implicados.

Dependiendo a quién se escuche, el contenido de la nueva normativa es la panacea que hará a España salir de la crisis (si quien el que habla es del Gobierno o su entorno); o el mayor atentado contra los derechos de los trabajadores cometido en democracia, como aseguraban ayer los máximos líderes sindicales de CC OO y UGT. Tampoco desde el lado de los empresarios ha sido bien recibida. El secretario de la CEOE, José María Lacasa, resumía ayer el sentir patronal: "la reforma es insuficiente; no contribuye a resolver los problemas del mercado de trabajo; no crea empleo; y no da más flexibilidad a las empresas en el manejo de los recursos humanos".

Una vez más, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, mandó negociar con una premisa: tratar de contentar a todos, en un intento inverosímil de hacer "una reforma equilibrada". Eso, en las actuales condiciones es en el mejor de los casos una visión miope e irreal de las necesidades del mercado laboral. Y como era de esperar esto se ha vuelto en su contra, hasta el punto de desayunar el 29 de septiembre con una huelga general convocada por los sindicatos, hasta ahora sus principales aliados. Sin embargo, si como todas las encuestas apuntan, el 29-S no es el éxito que esperan los sindicatos, no será por la bondad de la reforma sino porque la escasa profundidad de los cambios normativos no han conseguido despertar la indignación de la mayoría de los trabajadores. De hecho, al margen de valoraciones y atendiendo estrictamente al contenido de la reforma, lo cierto es que ésta toca varios y controvertidos aspectos del mercado laboral, pero siempre de forma superficial o tangencial.

Zapatero ha fracasado en su intento de satisfacer a todos con unos cambios de escaso calado

Medidas fallidas

Así, el intento de, por ejemplo, acabar con la dualidad entre fijos y temporales -que es una de las principales lacras del aparato productivo- queda difuminado con medidas de corto alcance como las penalizaciones a los contratos eventuales. Con este mismo objetivo, el Ejecutivo ha intentado fomentar el uso del contrato indefinido de fomento del empleo (con una indemnización por despido de 33 días por año y tope de 24 mensualidades), casi generalizando su utilización. Pues bien, de esto ya hay resultados y no son los deseados: desde que entró en vigor la reforma a mediados de junio, el uso de esta modalidad no ha cesado de caer hasta cotas históricamente bajas.

Tampoco la mayor concreción de las causas económicas para el despido objetivo ha sido suficiente para contentar a los empresarios: la decisión sigue en manos de los jueces. Ni una mayor presencia de la representación sindical para negociar cambios en las condiciones de trabajo ha satisfecho a CC OO y UGT. Solo la realidad podría dar la razón al Gobierno y quitársela al resto pero todo apunta de forma certera a que no será así.

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