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A fondo

Obama gasta en un año gran parte de su prestigio

Los problemas a los que nos enfrentamos son reales. Son serios y muchos. No se solucionarán fácilmente o en poco tiempo. Pero América, sabed que serán resueltos". Hacía frío en Washington cuando Barack Obama pronunciaba estas palabras en su discurso de toma de posesión hace justo un año. Pero las bajas temperaturas no disuadieron a más de un millón y medio de personas que inundaron llenas de emoción las calles de la capital para oír al nuevo líder.

Hoy, un año después, la emoción prácticamente se ha consumido y el aviso del presidente de que se necesitará tiempo para volver a avanzar choca contra una población cansada de una larga crisis para la que se demandan soluciones casi mágicas. La difícil situación económica, la elevada tasa de paro (10% y 17,3% si se cuenta el infraempleo) y la percepción por parte de los votantes republicanos e independientes de que el país se está escorando hacia políticas socialistas ( más propias de Europa), están pasando una severa factura al apoyo popular que disfrutaba el presidente.

Según Gallup, la popularidad de Obama en el cuarto trimestre bajó hasta el 51%, como Bill Clinton y Ronald Reagan en su primer año. En perspectiva, el primer año de legislatura tiene puntos positivos. Tras su elección, EE UU recobró parte de la simpatía del resto del mundo, se tomó una postura en contra de la tortura, se centró la acción de guerra en Pakistán y se está a punto de aprobar una reforma sanitaria que enderece el insuficiente y caro sistema americano. En el terreno económico, los avances son sustanciales.

Cuando Obama tomó posesión la economía se contraía a un ritmo del 5%, el sistema financiero estaba al borde de la catástrofe y se destruían 300.000 empleos al mes. Ahora la banca de Wall Street crece o, al menos, ha limitado la sangría gracias a las ayudas del Gobierno y la Fed, y el crecimiento es del 2,2%. La destrucción de empleo se ha ralentizado y en noviembre se crearon 4.000 puestos de trabajo. El problema es que la huella dejada por la crisis más dura desde la Gran Depresión es muy profunda. El estímulo fiscal puesto en marcha semanas después de tomar posesión, y que se calificó de tímido por los economistas keynesianos que querían ver el espíritu de Franklin D. Roosevelt, ha permitido extender la red social y crear algo de empleo pero no suficiente. Además, ha dado munición a quienes consideran que el principal problema del país no es el paro sino el déficit de 1,4 billones del país que, eso si, ha sido en un 90% heredado. Para disgusto de la base de izquierdas que le aupó en la elecciones, Obama no es Roosevelt ni es Reagan (quien no dejó de echar la culpa de sus problemas a Jimmy Carter). Cuando Roosevelt era presidente las decisiones se tomaban en el Despacho Oval mientras que Obama ha dado mucha iniciativa al Congreso donde su partido tiene una supermayoría disfuncional y los republicanos están ejerciendo una política cerradamente obstruccionista, en parte por la crisis del modelo que defienden y que ni siquiera ahora la escuela de Chicago (la cuna del libre mercado) defiende sin fisuras.

La huella de una crisis

El problema de Obama es su partido. Hay un dicho popular en EE UU: "nosotros no somos un partido, somos demócratas". Ciertamente no todos los legisladores están en el mismo campo y fruto de ello es la complicada reforma sanitaria cuya redacción ha partido del Congreso. La ley es un compendio de concesiones que, además, hará aguas si Massachusetts, uno de los estados más progresistas, da el escaño del senador Ted Kennedy a un republicano, Scott Brown, como las encuestas preveían ayer. Al cierre de esta edición se desconoce si Massachusetts ha dado la espalda a la demócrata Martha Coakley algo que complicaría la labor de Gobierno y aún más a partir de noviembre, fecha en la que se renueva parcialmente el Congreso y previsiblemente pierda la mayoría. Es algo que tampoco debe dramatizar la Casa Blanca porque también les pasó a Reagan y a Clinton y ambos repitieron mandato.

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